Dos Simples Tragedias (corregido)

Cap.16=Te necesito

Ada

—Está por ser tu cumpleaños y no me lo dijiste, pelirroja —digo con una sonrisa traviesa. Ella me mira un poco asustada.

—Te juro que iba a decírtelo, pero… se me olvidó —dice, desconcertada de haberse olvidado de algo así.

—Tendrás un castigo por no decírmelo.

—¿Cuál? —pregunta, curiosa y un poco preocupada.

—Sin besos ni mimos.

Emma abre los ojos como platos.

—Eso no es justo, ¡solo se me olvidó! Por favor, todos nos olvidamos de algo alguna vez —intenta darme un beso, pero yo esquivo sus labios. Mierda.

—Si no me das un beso… me voy a casa —dice levantándose de mis piernas y caminando hacia el pasillo. Corro detrás de ella, la tomo del brazo y la giro para enfrentarme a su sonrisa triunfal. Antes de que pueda reaccionar, me da un pequeño beso.

—Gané —dice con una gran sonrisa. Yo solo ruedo los ojos y la beso de nuevo.

—Vamos, es hora de desayunar.

—Sí… aunque ya no tengo hambre.

—¿Por qué?

—No me siento muy bien, me duele la cabeza —dice mientras se toca la frente. La preocupación me invade al instante.

—Vamos al doctor —digo, dejando los waffles a un lado. Pero ella se interpone en mi camino.

—Estaré bien, tranquila. Mejor quedémonos aquí. Además, no me agradan los doctores ni los controles. La única que me cae bien es Gloria —dice con una sonrisa forzada. Sé que intenta disimular el dolor, pero yo no puedo ignorarlo.

—¿Gloria? —pregunto, levantando una ceja. Emma se ríe ante mi expresión.

—Celosita. Es solo una amiga, me cuida desde que me diagnosticaron.

—Oh…

—Vamos, no te pongas celosa —dice mientras me toma del brazo.

—No estoy celosa —respondo, mirándola con ternura.

—Claro que sí, se te nota —dice señalando mis cejas fruncidas.

—Ah, no estoy celosa, tranquila. Sé que tú me quieres a mí —digo con una sonrisa confiada. Emma se sonroja, se coloca de puntillas y me da un beso en la nariz antes de salir corriendo. Corro detrás de ella, y cuando se esconde en una habitación, entro sigilosamente y cierro la puerta. Prendo la luz y noto que estamos en la biblioteca.

—¿Son tuyos? —pregunta Emma, sorprendida al ver los libros.

—Algunos sí… otros eran de mi padre —digo, caminando entre los estantes—. Él decía que la mejor forma de viajar no era en aviones o trenes, sino tomando un libro y dejando que la mente te lleve adonde quiera.

—Me hubiera encantado conocer a tu padre. ¿Crees que le hubiera agradado? —pregunta, parándose a mi lado. Miro la pintura de él y yo en la pared y asiento mientras la atraigo hacia mí.

—Te hubiera querido como a una hija. Amaba a las personas sin importar quiénes fueran. Era el mejor papá —digo, bajando la mirada, y noto que Emma está llorando—. ¿Qué pasa?

—Nada… solo me conmuevo demasiado —dice mientras seca sus lágrimas.

—Está bien, es bueno llorar. No tienes que contenerte.

Emma sonríe con melancolía.

—¿Por qué me elegiste a mí, teniendo tantas opciones?

—Porque ninguna de esas "opciones" se llamaba Emma Romano —digo con una sonrisa. Ella se sonroja un poco.

—¿Qué hice para merecerte?

—Ser tú misma y quererme con la misma intensidad con la que te quiero yo.

Nos quedamos abrazadas un rato antes de salir de la biblioteca y subir a la habitación. Ninguna tenía hambre, así que decidimos ver películas de Disney abrazadas. Cerca de las cuatro de la tarde, Emma se quedó dormida. Pasamos la noche anterior conversando sobre nuestras vidas, conociéndonos mejor.

Me levanto lentamente y voy a la oficina. Abro mi laptop y busco un vuelo disponible para pasado mañana. Emma me dijo ayer que quiere ver el mar por primera vez, así que quiero cumplir ese sueño. Encuentro un vuelo perfecto para la ocasión. Imprimo los pasajes y me siento emocionada por la sorpresa.

Llamo a mi abogado.

—¿Qué necesitas? —responde arrastrando las palabras. Parece de mal humor.

—Quiero comprar el cine de la ciudad —digo sin rodeos. Él suelta una carcajada.

—Claro, claro, y yo quiero que una enfermera me devuelva las llamadas —dice, riéndose de su propia miseria.

—Oye, no me importa tu crisis amorosa. Quiero el cine para mañana, con una sala privada, ¿entendido? —del otro lado solo escucho una respiración acelerada.

—Está bien, pero quiero algo a cambio —dice con tono pícaro.

—Ya te pago lo suficiente.

—No eres tú quien me paga, es la empresa.

—Yo soy la empresa, imbécil.

—Quiero el número de esa enfermera amiga de tu novia.

Quedo en shock.

¿Emma es mi novia?
¿Estamos saliendo?
Bueno, sí, eso intentamos.

—¡¿LO HARÁS O NO?! —grita. Salgo de mis pensamientos y me concentro.

—Sí, pero no me grites o te despido.

—No puedes despedirme hasta que cumplas dieciocho.

—En un mes los cumplo, imbécil —le digo bajando la voz para no despertar a Emma—. Y otra cosa, ¿para qué quieres el número de Gloria?

—Para molestarla. ¡Ay, no lo sé, solo pásamelo y haré lo del cine!

Suspiro.

—Gracias y adiós —cuelgo antes de que responda y comienzo a pensar en el plan.

—¿Qué pasa? —pregunta Emma, frotándose los ojos y bostezando.

—¿Por qué no sigues dormida?

—Desperté porque tenía sed y no te vi. Luego te escuché aquí —dice mientras se sienta en mis piernas. Apago la laptop para que no vea nada.

—¿Qué hacías? —pregunta, mirándome sospechosa.

—Cosas de la empresa —digo, suspirando para que crea que estoy cansada.

—¿No piensas ir a la universidad? —pregunta después de un rato en silencio. Niego con la cabeza.

—No está en mis planes.

—Pero tienes una gran empresa sin haber estudiado —dice, admirada. Me río.

—Mi padre me enseñó lo que necesito saber. No creo necesitar la universidad, aunque cuento con ayuda, a pesar de que no me guste mucho depender de otros.

Emma sonríe.

—Deberías ir a la universidad, eres muy inteligente. A mí me encantaría estudiar; debe ser grandioso.




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