CAPÍTULO 15: Melissa
Llego super emocionada a la casa después de un día exitoso en el trabajo. Llamo a mis papás y les cuento cómo nos fue a Paula y a mí en la presentación de las propuestas. Están felices por mí, y eso me llena de orgullo. Pero en medio de la conversación, recibo un mensaje en mi teléfono. Lo leo mientras ellos me hablan.
—¿Estás en casa?—es Paúl—¿Podemos hablar? Estoy en la puerta.
—Hablamos más tarde, que están tocando la puerta —les digo a mis padres, tratando de sonar natural. Cuelgo y voy a abrir la puerta. Al otro lado está Paúl, con una sonrisa tímida en el rostro.
—Hola, Mel. ¿Cómo estás? —dice, tratando de sonar casual.
—Bien, pasa. ¿Qué te trae por aquí? Paula se fue ya para tu casa. Me dejó y siguió —le digo, invitándolo a entrar.
—Sí, yo sé. Me la encontré cuando yo venía saliendo —responde, mientras se sienta en el sofá.
—¿Quieres algo de tomar? —pregunto, tratando de suavizar el ambiente, que de repente se ha vuelto algo tenso. Él niega con la cabeza.
—Mel, sobre anoche… Verás, estuvimos tomando y… No quiero que me malinterpretes. O sea, lo que dije sí es cierto —comienza a hablar, pero se nota nervioso, algo que no es normal en él—. Sabes qué, mejor olvídalo —se levanta de golpe y no me da tiempo de reaccionar cuando ya está en la puerta.
—Paúl, espera… —intento detenerlo, pero la puerta ya se ha cerrado tras él.
Me quedo parada en medio de la sala, sintiéndome un poco extraña. Podría decir que mal por él. Quizás en otro momento le habría dicho que sí enseguida, como cuando estábamos en el colegio. Pero ahora, después de conocerlo mejor, no puedo. Y no es que sea feo o que no sea un buen partido, pero es que solo lo puedo ver como un amigo.
En cambio, creo sentir algo por… Se me dificulta admitirlo, pero desde el día que lo vi en el ascensor, luego lo del café, solo pensé que estaba un poco hormonal. Pero desde el día del club, que lo pude detallar mejor, es más que solo llamarme la atención, más que solo gustarme. Ese cosquilleo en la boca del estómago, el nerviosismo que me invade cada vez que lo veo, perderme en esos ojos tan negros y misteriosos como la noche misma… Creo que me estoy enamorando de Alex.
—Lastima que tenga novia —pienso en voz alta, mientras me siento en el sofá. Lo mejor es que lo evite. De nada sirve hacerme falsas esperanzas. Hasta donde sé, tiene años de noviazgo con Melina. Si me oyera Lucas tutendolos, pero no tengo por qué tratarlos con tanto formalismo; estoy en mi casa. Quizás y ahorita están en preparativos de matrimonio. Sacudo mi cabeza y me reprendo, diciéndome que ese “no es mi problema, debo enfocarme en mi trabajo”.
UNOS DÍAS DESPUES…
—Oye, Lucas, ¿qué es de la vida de la Srta. Odiosa? Tengo días que no la veo por aquí —le pregunto, como quien no quiere la cosa, mientras reviso unos papeles en mi escritorio.
—No sé, es raro. No la he visto desde hace unos cuantos días, y el Sr. Montenegro no me ha vuelto a pedir más reservaciones de almuerzos con ella —dice él, con un poco de indiferencia. De verdad que le cae mal Melina.
—¿Será que terminaron? —lo digo sin darme cuenta, pero con una sonrisa que no pasa desapercibida por los dos.
—¿Y esa sonrisita? Mucha emoción para tratarse del “viejo ogro amargado” —comenta Pau, quien no se le escapa una.
—¿Yo? ¿Emoción? ¿Cuál “sonrisita”? —respondo, nerviosa. Lo admito, el tan solo pensar que se pudieron haber separado me hace pensar que sí puede que tenga un chance… ¿Pero qué estoy pensando? Si seré tonta; ¿qué clase de oportunidad podría yo tener con él?
—Oye, Mel, de verdad que ya es patológico lo tuyo —me dice Paula, y yo la veo sin entender a qué se refiere.
—¿Qué?
—Lo de vivir en las nubes —los veo un poco seria mientras ella se ríe.
—Me voy a almorzar a la sala de descanso —lo digo sin despedirme, sintiendo que necesito un momento a solas.
—Creo que se molestó —dice Lucas, y apenas lo oigo mientras salgo de la oficina.
Ya en la sala de descanso, me sirvo una taza de café, pero de verdad que este es malísimo, más bien pésimo. Hago una mueca de desagrado después del primer sorbo.
—Sabe horrible, ¿verdad? —escucho una voz detrás de mí y me doy la vuelta, sorprendida.
—Sr. Montenegro, buenas tardes. ¿Si le digo la verdad sobre el café, no me regaña? —pregunto, tratando de sonar casual.
Él se sonríe, y me doy cuenta de que, en dos meses que llevo trabajando aquí, es la primera vez que lo veo hacerlo.
—Mejor lo digo yo: el café de aquí es horrible. Sabe a agua de coleto —dice, y yo asiento, riéndome un poco—. ¿Te gustaría ir a tomar un café de verdad? Conozco un sitio llamado “Don Jerónimo”. Es muy acogedor, y el café es el mejor.