Drac ©

Prólogo

 

PRÓLOGO

 

El vehículo de juguete con tan solo tres ruedas se desplazaba con cierta dificultad sobre la superficie de la mesa hasta que de pronto se detuvo, al mismo tiempo en el que la puerta de la casa se abrió de un portazo.

Enseguida, el olor a alcohol inundó  el ambiente. Los gritos comenzaron a resonar a través de las huecas paredes del lugar que carecían de cemento en su interior. Cubrí mis oídos con las palmas de mis manos y clavé mi mirada en el auto frente a mí. Mis padres discutían todo el tiempo. Estaba acostumbrado. Sin embargo, por alguna razón, me preocupaba que Daniela se despertase y se consiguiera con tal espectáculo.

Así que ignorando el sonido, deslice con mi dedo el pequeño auto de color plata, ayudándole a dar sus últimos pasos para alcanzar la línea de meta. Pero justo un segundo antes de que eso pudiese suceder, el auto frente a mi voló por los aires terminando, finalmente, en pedazos sobre el suelo. Ahogué un jadeo junto con unas cuantas lágrimas antes de levantar mi rostro para encontrarme con una escena traumática para cualquier pequeño. Mucho más tratándose de un niño de solo nueve años.

Papá sostenía a mi madre por el cabello, su mano se había adherido con fuerza a su cuero cabelludo, sin compasión. Sus ojos feroces se clavaron en mí, obligandome a ver aquella atrocidad.

—¡Sube a tu habitación! ¡Fuera!

Dí un respingo antes de levantarme con las emociones a flor de piel y lágrimas en los bordes de mis ojos. Hecho un manojo de nervios debido a los constantes gritos, entré a mi habitación.

Quería apagar las voces que me mantenían aturdido. Quería callar las voces que me enloquecían. Las voces que suspiraban en la entrada de mis oídos diciéndome que todo ocurría gracias a mi existencia. Entonces no lo pensé más de dos veces. Sabía lo que quería hacer.

Silenciar a mi padre para siempre.

* * *

Escuché los gritos de mis padres, provenían de adentro de su recámara. Corrí desesperado en busca de mi pequeña hermana, Daniela. El fuego se había extendido por toda la casa, cuando logré llegar a la recámara de mi hermana, escuché sus sollozos detrás de la puerta.

—¡Daniela!—le grité con desesperación mientras empezaba a sentir el efecto del humo en mis pulmones—¡Daniela, abre la puerta!

—No puedo...—su voz se quebró antes de que pudiese terminar la oración—. ¡Está cerrada, no puedo abrirla! —gritó mientras golpeaba la puerta con algún objeto.

Golpeé la puerta millones de veces intentando derribarla, mientras el fuego se acercaba a mí y el calor empezaba a hacerse sofocante.
No obstante, en mis adentros sabía que ya no quedaba mucho tiempo, pues, había fuego adentro de su habitación, había fuego en cada recóndito lugar de esa casa.

—¡Tengo miedo! —hipó mientras su dulce voz se iba debilitando cada vez más—No puedo respirar...

—¿Daniela? —le llamé mientras recostaba mi frente de la puerta—¿Daniela? ¿Daniela, estás allí? —nadie contestó.

Mi pecho subía y bajaba a una velocidad incalculable. me sentía  enojado conmigo mismo por no haber podido salvarla. Y fue de esa manera como a los nueve años ya lo había perdido todo. Mis padres, mi hermana, mi vida.

* * *

—¡Es un niño! —escuché gritar a una señora con rasgos extranjeros que se encontraba observándome fijamente.

Al despertarme todos los recuerdos habían sido borrados de mi memoria. No recordaba que había sucedido exactamente.

—¡Incendió su hogar! —le respondió un hombre que vestía uniforme. En sus manos había una pequeña tablilla junto con un bolígrafo de plata. Sobre su hombre dislumbre a Hugo. El hermano de mi padre.

Mis ojos se humedecieron al verle. Pues pese a que no éramos cercanos, los recuerdos comenzaban a martillarme la cabeza acompañados de imágenes abstractas de lo que parecía ser una llamarada. El fuego se plasmó en mis ojos y mientras más recordaba más lágrimas se alojaban detrás de mis párpados.

—¿Quiénes estaban en la casa? —cuestionó el tío Hugo, de forma amarga.

—Su hermano Daniel Habich, Diana su madre y la más pequeña, Daniela—el oficial echó un vistazo a la tablilla antes de posar sus ojos en mí. La frialdad que me transmitía su mirada solamente me hacía querer largarme a llorar. No comprendía cómo pudo haber sucedido. Cómo pude haber hecho algo así.

¿Cómo pude haber callado todas las voces?

—¿Sobrevivientes?

—El fue el único. ¿Está usted consciente de que el niño será enviado a uno de los reformatorios del estado después del juicio? —Hugo asintió con su cabeza dándole la razón. A estas alturas solo podía sentir pequeños pinchazos en mi pecho al no saber que sucedería después.




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