DRAC©
Capítulo 20
AMBER SULLIVAN
Últimamente no tenía ánimos de nada, ni si quiera de comer. Mi madre estaba ofuscada en el maldito juicio, poco a poco había aceptado el hecho de que no estábamos haciendo nada malo, es más, estaríamos haciendo algo por esas personas que fueron víctimas de las manos de ese chico, de Drac. Su forma de ser me desquiciaba en todo el sentido de la palabra, frío, inexpresivo, espeluznante y escalofriante eran los adjetivos que perfectamente iban con el.
Sinceramente, no entendía como podía ocultar tanto su personalidad, sus sentimientos.
Papá siempre decía que los sentimientos te hacen mas débiles, quizás por eso el era así, en mi vida siempre tuve que ser alguien con carácter, decidida y obligatoriamente segura de mi misma, pero solamente me sentía vulnerable y estúpida.
Abrí la puerta del apartamento pero me detuve al escuchar unas voces, al instante supe de quien se trataba, mamá.
—¡Ese no es mi jodido problema!—gritó ella alterada.
—Cristina, debes tener cuidado con lo que haces. Déjalo en paz.
—No me digas cómo debo actuar, no eres el héroe de la historia—habló molesta.
—Cristina, piénsalo bien.
La puerta se abrió y rápidamente me incorporé fingiendo que acababa de llegar.
—Buenas tardes—saludó el hombre barbudo y luego siguió su camino sin esperar una respuesta.
Cuando entré, mamá se encontraba bebiendo una copa de un líquido rojo oscuro, casi vinotinto. Sus mejillas estaban rojas y se notaba agitada.
—¿Quién era ese hombre?—le pregunté mientras dejaba mi bolso junto con las llaves en la encimera.
—Nadie.
La observé durante unos segundos pero cuando estuve a punto de decir algo, se levantó de tope.
—Saldré. No me esperes.
A veces era inevitable pensar que mi relación con mi madre era una mierda, no había confianza, cariño u afecto alguno entre ambas, me recordaba al infierno que se vivía cuando mi padre estaba vivo.
Cristina Fernández.
Una mujer astuta, frívola y fría como el hielo, también era mi madre.
Decidí quedarme en el apartamento a esperar que llegase mi madre, nuevamente. Limpié mi habitación, ordené los muebles, lavé las vajillas y finalmente me tocaba sacar unas bolsas de basura. Tomé mis audífonos junto con las bolsas y salí del apartamento, cerrando la puerta con llave. Bajé las escaleras y tiré las bolsas en su lugar. Una canción sonaba a todo volumen en mis audífonos mientras movía las caderas al ritmo de la canción. Apresaron mi boca junto con mi cuerpo, no pude evitar soltar un jadeo ante la situación, abrí mucho mis ojos mientras mi corazón no dejaba de latir frenéticamente dentro de mi pecho. Logré halar de los audífonos hasta quitármelos por completo.
—Shh...silencio.
Reconocía esa maldita y escalofriante voz hasta dormida. Intenté moverme entre sus brazos pero no me lo permitió, el lugar estaba oscuro, tenía la sensación de que nada bueno podría pasar.
—Necesito que me sigas, sin oponerte y en silencio—susurró en mi oido, la piel de sus labios tocaron mi piel provocándome un escalofrío—¿Entendiste, Sullivan?
Asentí lentamente con mi cabeza mientras su agarre sobre mi cuerpo iba disminuyendo de intensidad. Caminé en silencio sintiendo su pecho contra mi espalda, no entendía ni una mierda. Iba a subir las escaleras cuando me indicó que continuara caminando hasta el estacionamiento. La mayoría de los focos estaban caducados, por lo tanto, me sentía como una víctima en una película de terror antes de un posible homicidio en un estacionamiento. Observé un auto negro estacionado en el último lugar. Nuestros pasos eran rápidos y apresurados, como si estuviésemos huyendo de alguien.
Tan pronto logramos subir al auto, el arrancó sin siquiera explicarme porque su atrevimiento a sacarme de mi edificio.
—¿No piensas explicarme?—le miré mientras sentía como el frío congelaba mis huesos.
—Colócate el cinturón.
—¿Qué mierda hago aquí, Drac?—le reclamé mientras abrazaba mi cuerpo—¿Qué hago aquí, Drac?—repetí al borde de las lágrimas—¡Contesta, maldita sea!
Drac estacionó en un semáforo, me observó mientras las lágrimas amenzaban con caer a través de mis ojos, sin embargo, se limitó a juntar sus labios y pisar el acelerador. De vez en cuando miraba por el retrovisor, asegurándose de que nadie nos seguía. Observar su semblante era escalofriante, lo único en lo que lograba pensar era la maldita noche que nos conocimos. Sus ojos sobre mi rostro, sin ningún rastro de culpa con sus manos manchadas de sangre. Finalmente se detuvo frente a un edificio muy elegante.
—Se que no entiendes nada—habló en un suspiro sin dejar de ver al frente, aún estando estacionados—Hay muchas cosas que no vas a comprender, no por ahora, solo debes confiar en mí.
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Editado: 06.05.2019