DRAC©
Capítulo 24
AMBER SULLIVAN
Desperté cuando sentí un fuerte impacto hizo vibrar el sitio en el cuál me encontraba. Las luces estaban apagadas y por lo tanto estaba a merced de la oscuridad. Intenté moverme pero solo logré lastimarme, tenía una cuerda que ataba mis muñecas a la pared. Intenté forzar la cuerda, pero mientras más lo intentaba menos parecía ceder. Unos ruidos acompañaron la estancia, seguido de el ruido de una puerta al abrirse. Me pegué hacía un costado hasta que mis ojos se cegaron debido a la intensa luz. Theo apareció frente a mis ojos, lucía como un verdadero psicópata, una sonrisa adornaba su rostro, y aunque debería estar enfadada e podría resultar masoquista de mi parte, su sonrisa seguía siendo perfecta.
—Amber Sullivan.
Una voz en el fondo de la oscuridad se hizo presente, salió de ella y me observó con una mueca neutra entre sus cejas. Juntó sus labios y se acercó lentamente.
—¿Qué diablos le pasó en el rostro, Theo?—se giró el hombre hacia Theo, quien poco a poco fue borrando la sonrisa de su rostro—¿Quién te crees para tocarla siquiera sin mi permiso?
Theo me observó y luego se encogió de hombros con nerviosismo.
—No quiero saber qué diablos pasará contigo cuando él vea esto.
¿El?
¿Quién era él?
El hombre lucía de más o menos edad, mayorcito, su cabello era largo y ondulado, una fina capa de vello cubría su mentón y sus ojos eran tan azules como el cielo. Sinceramente, se me hacía familiar.
—Tenía tiempo intentando conocerte—esbozó una sonrisa que apenas se notaba debajo de su barba—Por desgracia, mi sobrino es una persona muy reservada con su vida personal.
¿Sobrino?
Solo me limitaba a observarlo mientras su cuerpo se paseaba por todo el lugar en completa confianza.
—Eres más bonita en persona, él siempre ha tenido buenos gustos—cerró los ojos durante unos segundos y luego los abrió por completo—Pero es una desgracia que tú, hija mía tengas una madre como Cristina. Esa mujer es de armas tomar. No te pareces a ella.
—¿Quién es usted?
El hombre se giró y se colocó una mano en el pecho, en demostración de arrepentimiento.
—Lo siento, que mal educado me he vuelto, quizás son los años—ladeó su cabeza y una sonrisa volvió a aparacer en su rostro—Soy Hugo Habich.
¿Habich, qué clase de apellido era ese?
—¿Por qué estoy aquí?—me atreví a preguntar mientras intentaba mantener mi postura.
—Como dije, quería conocerte pequeña—se masajeó las sienes—Nada malo va a sucederte mientras estés aquí.
Me reí sarcástica, debía estar jodiendome, ya tenía el rostro morado por los golpes que me había dado Theo anteriormente.
—Es una lástima.
No pude evitar poner toda mi atención y concentración en sus palabras mientras el tomaba un pequeño banco y lo colocaba justo frente a mí, se inclinó hacía adelante cortando la distancia que había entre mi cuerpo y la silla. Cortó las cuerdas, dejándome en completa libertad. Rápidamente me incorporé y froté mis muñecas que ahora tenían una fina línea entre morada y roja.
—Gracias.
El asintió con su cabeza como respuesta.
—No puedo creer el parecido que tienes con ella—acotó asombrado mientras no dejaba de mirarme—Ése muchacho esta realmente enfermo.
—¿De quién habla?
Hugo esbozó una sonrisa.
—Drac.
Solo escuchar su nombre me producía escalofríos, ligeros corrientazos viajaban a través de mi cuerpo.
—¿Conoce a Drac?
Él soltó una enorme carcajada y asintió con su cabeza.
—¿Qué si lo conozco?. Soy la persona que más conoce a ese niño, en realidad, creo que soy la única persona que lo conoce—habló con tristeza y giró su rostro hacía un costado, evitando mi mirada—Quiero remendar mis errores con él, se que no es un mal chico, es solo un alma atormentada.
Aunque quizás era mi oportunidad de aclarar todas esas preguntas que me atormentaban durante día y noche, preferí guadar silencio, no sabía si éste hombre era de confiar.
—El ha pasado por cosas que nadie entiende, tuvo que mandar a la mierda su niñez para convertirse en lo que es ahora—soltó un largo y sonoro suspiro, el aliento a tabaco llegó hasta mis fosas nasales—Era sólo un niño—sus palabras eran convincentes y transmitían sentimiento, como si en verdad estuviese arrepentido de lo que sea que haya pasado entre ellos, después de unos minutos, sacudió su cabeza y recuperó la postura seria que inicialmente tenía—No dejaré que nadie le arruiné su libertad, Sullivan—me observó fríamente—Ni siquiera tu madre.
Se me había olvidado por completo que aún no faltaba mucho para la ejecución del juicio.
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Editado: 06.05.2019