Drac ©

28

DRAC©
Capítulo 28

AMBER SULLIVAN

Después de todo lo que fue una noche agradable con Drac, volver a casa había sido una idea tentadora. Él continuó su camino pues como siempre, tenía asuntos que resolver. En algunos casos prefería no pensar en las cosas que Drac hacía cuando no estaba conmigo. Arreglé un poco el apartamento antes de caer como plomo en la cama nuevamente.

El sonido del teléfono aturdió en mis oídos. Me levanté como pude, tallando mis ojos con mi mano cerrada y tomé el teléfono.

—¿Hola?

—¡No me vas a creer lo que tengo para ti!—exclamó Barbara con emoción, al otro lado de la línea telefónica.

—¿Chocolates?—dije en un flojo bostezo.

—Mejor. He conseguido a una persona que estuvo como testigo la noche del incendio.

Mis ojos se abrieron por completo al escuchar esas palabras y de un momento a otro  el sueño había desaparecido.

—¿No estas jugando o sí?

—Para nada. Además, ella aceptó a verte. Te esperará dentro de una hora en una cafetería en Northville.

—¿Una hora?—observé el reloj rojo que colgaba de la pared.

Northville quedaba relativamente lejos.

—Si. Me cuentas cómo te fue, adiós.

Colgó.

Me apresuré en tomar una ducha corta, colocarme algo de ropa limpia, acomodé mi cabello en una alta coleta y salí a toda prisa. El pequeño auto deportivo se encontraba afuera del edificio. No era una experta manejando pero al menos me defendía.

Estuve en Northville alrededor de unos treinta minutos, agradecía que el tráfico no estuviese como algunos días. No habían muchas cafeterías en Northville. Dos máximo. La economía en el país se había vuelto demandante, más en una zona como esta, donde se solían quemar a los ladrones ya que tenían que cuidar sus ingresos de los famosos hurtos.

Estacioné frente a la primera cafetería que encontré a la vista. Me observé al espejo, ni siquiera había tenido tiempo de aplicar un poco de maquillaje sobre mi rostro. Lucía pálida y con leves ojeras oscuras bajo mis ojos. Dejé salir un suspiro, tomé mi libreta junto con mi teléfono y bajé del auto. El clima era frío y estremecedor. Seguí caminando hasta la cafetería, en la cual la mayoría de las personas se encontraban bebiendo chocolate caliente u alguna bebida humeante.

¿Cómo sabré quién es?

Barbara ni siquiera me había dicho su nombre, o su descripción física. Tampoco sabía si sería en esta cafetería o en la que quedaba a algunas cuadras más adelante. Una señorita que trabajaba en el lugar con dos coletas en su cabeza que le restaban más edad de la que seguro tendría, se acercó a la mesa en la cual me había sentado.

—¿Va a ordenar algo?

Alcé mi mirada a la de ella mientras de reojo observaba el lugar. La verdad lo único que provocaba con este clima era un sauna.

—Un chocolate caliente.

—En unos minutos—dijo con una floja sonrisa en su rostro y caminó devuelta a la cocina.

De pronto, las puertas del lugar se abrieron con fuerza. Una señora que usaba lentes de sol entró al lugar. Ella observó todo el lugar cuando su mirada cayó sobre mí. Sin pensarlo, caminó hasta mí y se inclinó sobre la mesa.

—Tú, niña—se quitó los lentes. Una enorme cicatriz rojiza quedó expuesta haciendo que un escalofrío me recorriera el cuerpo—¿Eres Dakota Santander, no?

Demonios.

—Amber Sullivan—le contesté.

Ella esbozó una simpática sonrisa y luego recostó todo su peso del asiento. Acomodó sus lentes sobre su cabeza y luego me observó, curiosa.

—Si eso. No soy buena con los nombres—se encogió de hombros—Tu amiga Tatiana me ha llamado para decirme que querías verme.

¿Tatiana?

Barbara se va a suicidar cuando se entere que han confundido su nombre.

—Si. De hecho, estoy investigando algo que sucedió hace unos cuantos años sobre un incendio.

—El famoso incendio de los Fosters. Lo recuerdo como si hubiese sido ayer, incluso cada vez que me veo al espejo las imágenes aparecen en mi cabeza como agua helada—fue interrumpida por la chica a la cuál le había pedido el chocolate—¿Esto es para mi?—observó la bebida humeante frente a ella—Gracias, no tenías que pero gracias. Amo el chocolate caliente.

La chica me observó con una mueca y luego se retiró. Observé a la mujer frente a mí.

—¿Qué pasó exactamente esa noche?—le pregunté, mientras sacaba mi teléfono para grabar lo que ella diría a continuación—¿le molesta si grabo la conversación?

—No, para nada. Puedes hacer todas las preguntas que quieras, Dakota.

Rodé mis ojos y pulsé el botón para grabar. Los segundos que tendríamos eran valiosos. Al menos así lo sentía yo.




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