DRAC©
Capítulo 35
Muchas veces la ausencia de alguna persona puede destruirnos por completo. Perdemos la noción del tiempo, perdemos la noción del espacio, en fín, perdemos la noción de estar viviendo.
Algunas personas suelen decir que la vida es una bendición. Mí vida ha sido el concepto más lejano a bendición, perdí a mis padres, perdí mi inocencia, perdí mí infancia, a estas alturas pensaría que nada podría llegar a afectarme realmente, pero al imaginarme una vida sin Amber Sullivan, me robaba el aliento.
Aprieto mis dedos contra el frío material metálico debajo de mi piel. Mis dedos arden y mí corazón hace ligeros movimientos golpeando contra mi pecho. Siento el rastro que las gotas de lluvia dejan la deslizarse sobre la piel desnuda de mis brazos.
Entonces cuando creo que estoy listo para dejarme caer, una voz me hace girar. Una voz tan familiar que solo logra ponerme los pelos de punta.
—¿Qué diablos haces?
Hugo se pasea frente a mi y tira de mi brazo hasta tenerme frente a él. Sus grisáceos ojos me inspeccionan, cruza sus brazos sobre su pecho, dejando salir un cansado suspiro.
—¿Estás huyendo?—desvío mí mirada hasta un punto fijó en là pared—Tu no eres así, Drac. Tú jamás le huyes a los problemas. Todo lo contrario, tu te lanzas a los problemas.
—Las cosas cambian, Hugo—me siento en un pequeño banco junto a la puerta de emergencia que conduce a las escaleras del hospital—Deberías aprenderlo.
Él camina hasta llegar a mi lado, seguidamente, se sienta en él frío banco junto a mí.
—He cambiado, Drac. Te juro que lo he hecho.
—No digas palabras tan vacías.
Su mano viaja hasta mi hombro, rápidamente la aparto de una manotazo. Él deja caer sus brazos a sus costados y se desliza en el asiento levemente.
—Algunas veces, las circunstancias nos cambian—Hugo me observa fijamente con sus ojos apagados—Otras veces, las personas nos cambian. Además, creo que tú más que nadie conoce sobre eso.
Ruedo mis ojos.
Hugo Habich era un verdadero actor. Siempre había sido de esa manera. Aunque no lo recordaba de mí infancia lo único que sabía era que el me había abandonado en una maldita prisión con personas que se encargaron de cambiarme. Quizás el tiene razón.
En todo caso soy quien soy gracias a él.
—¿Cómo has sabido que me encontraba aquí?—decido cambiar el tema antes de estampar mi puño contra la pared.
—Lo intuía. A parte, cuando la hija de algún multimillonario famoso tiene algún accidente o defeca en la autopista siempre será un tema controversial—se encoge de hombros—Pensé que necesitabas compañía.
—¿Desde cuándo te importa si necesito compañía?
—Siempre me ha importado, Drac—su mirada se enternece lentamente—Siempre he estado cerca de tí, aunque jamás fuiste tan suspicaz en darte cuenta.
—¡Oh vamos!—me coloco de pié abruptamente, haciendo que él se enderece en el asiento—No me vengas con tus sermones de mierda. Cuando necesité escucharlos nadie estuvo allí para decirmelos, ahora no quiero escucharlos.
—¿Por qué crees que saliste de prisión?—inquiere de repente.
El solo hecho de recordar el día en el cual Derek me sacó de prisión, me revuelve el estómago.
—Derek.
Hugo abre su boca pero al instante la cierra. Niega con su cabeza repetidas veces mientras muerde sus labios con amargura.
—¿Qué mierda te sucede?
—Nada. Olvídalo—Hugo se levanta de su asiento sin si quiera mirarme—Espero que la hija de Robert se mejore—dice sin más.
La adrenalina se consume en mis venas, deseo gritar o golpear a alguien hasta asesinar a esa persona. Y esa persona tenía nombre y apellido.
Christina Sullivan.
...
Muevo mi pie de un lado a otro con nerviosismo. Estaba nervioso. Demasiado.
Gabriela se encuentra a mi lado, mordiendo una barra de chocolate sin azúcar. Ella también se encuentra nerviosa. A su lado Barbara duerme con la boca abierta sobre el hombro de Jones, quien juega un juego de cartas en su teléfono. Las agujetas del reloj se mueven lentamente acelerando el ritmo cardíaco de mí corazón.
El doctor al cual había golpeado hace una semana atrás, nos había llamado para decirnos algo importante. Las dudas carcomiendo mi cerebro, tenía tantas preguntas dentro de mí cabeza que sentía que en cualquier instante mis neuronas explotarían. Juego con los anillos que adornan mis dedos, están fríos. Los deslizo de adentro hacia afuera y viceversa.
—Deténte, te vas a arrancar los dedos—Gabriela, limpia su boca cubierta de chocolate.
—Si...
Sin más remedio, intento quedarme tranquilo en el asiento sin decir u hacer algo, pero lo cierto es que estaría encantado de tragarme una caja de cigarrillos por completo. Pero debo mantenerne en todos mis sentidos.
—Voy al baño—Gabriela asiente a mi lado y me da el papel del chocolate que anteriormente, estaba devorado, para que lo tire en el contenedor.
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Editado: 06.05.2019