—— ¡J.J., levántate, hijo! Levántate, se hace tarde y prometiste ayudarme con la tienda.
—— Ya voy, mamá ——respondió desde la cama aún medio dormido.
Se estiró los brazos y después el cuello. Se dirigió al baño a darse su aseo matutino. Tras lavarse la cara, se frotó sus ojos verdes y se pasó la mano por su morena cabellera. Pensó que ya era hora de cortarse el pelo.
J.J. Wyatt era el joven de 15 años que vivía con su madre encima de la tienda, en el pueblo Fountain Serenity.
Abby Wyatt era una de las madres solteras más guapas del pueblo. Con melena morena, cuerpo esbelto, ojos azules y de bonita sonrisa, no aparentaba los 38 años que tenía. Era una mujer admirable. Ella sola había sacado adelante a su hijo J.J. y su negocio. Tanto la madre como el hijo eran muy queridos en el pueblo. Ambos trabajaban en The Fountain Of The Cupcakes, su pastelería. La misma Abby le puso el nombre a la tienda y se sentía orgullosa de ella.
Su hijo J.J. la ayudaba en la tienda siempre que no se encontraba en algún remoto rincón dibujando o metiéndose en líos con sus amigos. Con su gran imaginación y su talento para el dibujo, J.J. había ganado los tres últimos años el concurso anual de dibujo para todas las edades de Fountain Serenity.
Las vacaciones de verano ya casi se habían terminado y al muchacho solo te lo podías encontrar en la tienda o en la colina más alta del pueblo, su sitio favorito para estar con sus amigos y dibujar. El joven se sentía cómodo en lugares altos.
—— Hijo, por favor, ponte un jersey o una sudadera. Aunque sea verano, sabes que en el pueblo hace frío igualmente.
—— Mamá, que yo no soy tan friolero como tú.
—— Ya, J.J., los vaqueros pasan, pero la camiseta no es que abrigue mucho... Además, hijo, no entiendo por qué siempre te escondes el colgante debajo de la camiseta.
— ¡Vaya, mamá! No es muy propio de un chico llevar perlas, y menos así, negras. Más de cien veces he intentado quitarme este collar, pero es imposible. No sé dónde lo has comprado, pero seguro que tiene garantía de por vida.
Todas las mañanas madre e hijo tenían la misma conversación.
—— Bueno, hijo, me voy a hacer la compra. Tú quédate vigilando la tienda. Creo que habré acabado para las doce.
Le dio un beso en la cabeza al muchacho, mientras él se comía su tercera cucharada de cereales KIRUKURI.
—— Ya va siendo hora de que te corte el pelo ——le dijo mientras le acariciaba la cabeza.
Un escalofrío recorrió la espalda a J.J. recordando la última vez que su madre le había cortado el pelo. Se había pasado un mes usando gorras y gorros de todo tipo para disimular aquel desastroso corte que tanta gracia les había hecho a Keylan y a Bap.
El chico pasó la mañana tranquila. Ya casi eran las 12 y solo había atendido a un par de clientes. Hacía ya un buen rato que no entraba nadie y, como era habitual en él cada vez que tenía tiempo, se puso a hacer un boceto. Dibujaba todo lo que le parecía curioso, pero lo que más abundaba en su cuaderno eran los bocetos de los sueños que tenía.
— Cuánto talento tiene usted, señor Wyatt. Dígame, ¿dónde queda ese fantástico paisaje que tiene usted dibujado ahí?
El chico dio un paso atrás. Tras darse cuenta de que aquel señor de media edad, de pelo ya muy canoso, ojos pequeños y diminutas gafas estaba encima de él y de su cuaderno de bocetos, J.J. se tomó unos segundos para recuperarse del susto.
— Disculpe, no me había dado cuenta de que había entrado alguien. ¿Pregunta por este dibujo?
El señor le sonrió e hizo un gesto de afirmación.
— No sé dónde queda. Solo es algo que vi mientras dormía. No tiene mucha importancia.
— No, joven Wyatt, los sueños son algo muy importante, no debe usted subestimarlos. Pueden ser como grandes aliados en una guerra. Lo que nos cuentan puede ser tanto lo que ya ha ocurrido como lo que está por venir. Que uno no los entienda no significa que no sean importantes.
Tocando el dibujo del muchacho, aquel misterioso cliente le dijo en un tono peculiar:
—— El conocimiento que pueden darnos a veces incluso logra salvar vidas. Todo conocimiento en el momento correcto hace que el arco del destino pueda guiarte.
El chico no parecía entender muy bien lo que el señor le decía, pero en cierto modo no le parecía amenazante. Aquel desconocido tenía uno de esos rostros amigables.
Tras cerrar su libreta de dibujos, preguntó amablemente:
—— ¿Le gustaría comprar algún pastel?
—— ¡Oh, sí! Me encantan los pastelitos de los Humanis, son de lo más delicioso. Siempre que vengo a este lado me cojo unos kilos de más ——dijo el señor sonriendo y frotándose su abultada barriga.
—— ¿Los qué? ¿Es usted forastero? Ya me parecía a mí que no era de Fountain Serenity. Este pueblo es pequeño y aquí nos conocemos todos.
—— Sí, en efecto, mi hogar está lejos de aquí. Aunque debo decir que usted y yo ya nos conocíamos, señor Wyatt.
Aquel señor se quedó observando atentamente al desconcertado J.J.
Editado: 02.05.2021