Dryadalis

3. Tayr

Adrien se despertó y sonrió al percibir un peso sobre su cuerpo: el de Chris. Los besos del muchacho recorrieron su pecho desnudo hasta el cuello, arrancándole un gemido y después, sus labios se recrearon entre los de Adrien.

Una vez más cuando lo tuvo así, mirándolo a los ojos, sonriéndole y acariciándole después de lo que acababan de vivir, las dudas de Adrien volaron lejos y supo que aquel era el lugar en el que querría estar siempre y la persona adecuada, aunque ese día no pudiera prolongar mucho más su particular paraíso.

—Me encantan tus ojos, ¿lo sabías? —le dijo Chris antes de volver a besarlo—. Sobre todo cuando acabas de despertarte.

—Soy el hijo de una feérica, en algo tenía que notarse, ya que en otra cosa no.

—Puede que tu madre sea una feérica, pero su hijo es un ángel. Mi ángel.

—Te quiero, idiota —murmuró.

Chris sonrió y se dejó caer a su lado.

—He pensado que podríamos cenar una de esas recetas exóticas que preparas. ¿Qué te parece?

Adrien se sentó en la cama y dirigió la mirada hacia la ventana, constatando que el atardecer bañaba el día de una luz dorada.

—Me encantaría, Chris, pero tengo que irme ya.

Christian tomó asiento a su lado y emuló morderle el cuello a Adrien.

—Ni hablar —le susurró—. No pienso dejar que te vayas.

Adrien se volvió y lo besó en los labios.

—Me fui de casa sin avisar a nadie; mi madre estaba durmiendo y mi padre ha de haber llegado ya con el noctis. He estado todo el día fuera y las cosas están allí bastante patas arriba.

—No te corresponde a ti solucionarlo.

—Puede que no, Chris, pero me preocupa.

Adrien se levantó y empezó a vestirse ante la incrédula mirada de su chico.

—¿En serio vas a irte? —preguntó un decepcionado Chris.

—Tengo que hacerlo. Además, las vacaciones están a la vuelta de la esquina, podremos...

—Voy a irme de la ciudad durante las vacaciones, así que no cuentes con que nos veamos entonces.

Adrien se detuvo con el pantalón a la altura de las rodillas y lo miró.

—¿Y cuándo pensabas decírmelo?

—Antes de irme, lógicamente. Mi padre quiere visitar a mi tío, que vive en la capital, así que si no aprovechamos estos días, vamos a vernos con cuentagotas.

Adrien suspiró y acabó de vestirse.

—Lo siento. Tal vez mañana podamos ir a algún sitio. Tengo...

—Olvídalo. Si te largas ahora, no vuelvas mañana.

Chris se levantó y salió de la habitación, dejando que la puerta golpeara contra la pared.

Adrien vaciló durante unos segundos y lo siguió.

—Vamos, no te pongas así.

—Sencillamente no puedo entenderlo, Adri. Tu familia no me soporta y siempre los pones por delante. Me sorprende que aún no me hayas dejado, aunque supongo que harán un buen trabajo para acabar consiguiéndolo.

—Eh... —Adrien sujetó a Chris del brazo y lo retuvo, agarrándole la cara—. No voy a dejarte. Es cierto que no les gustas y ocultártelo sería ridículo, pero eso es porque no te conocen. Cuando las cosas cambien, podrán hacerlo y caerán tan rendidos como yo. ¿De acuerdo?

—Sí, claro... —respondió Chris con desdén.

—Ahora tengo que irme. Dime que lo entiendes, por favor.

—No, no lo entiendo, pero adelante.

Reculó un pasito e hizo un gesto teatral con la mano, indicándole la puerta. Adrien lo miró y se apartó el pelo rubio de la cara, chascando la lengua.

—¿Me acercas? —le pidió—. Hemos venido en tu coche y...

—Adrien, si quieres irte, lárgate, pero no voy a llevarte yo, como si fuera tu jodido taxista.

—Tengo que cruzar media ciudad y es tarde.

—Haberlo pensado antes de venir si pensabas largarte después.

—Fuiste tú quien insistió y no...

—Como siempre, la culpa es mía. Vete a la mierda, tío.

Caminó hacia el pasillo que conducía de regreso a la habitación y se detuvo momentáneamente.

—Y te lo advierto: no me llames esta noche para pedirme perdón o sacarte mil excusas de la chistera, porque no pienso quedarme en casa llorando. Voy a salir por ahí y quién sabe, quizás encuentre a alguien que me valore como merezco.

—No puedes salir por la noche —repuso él con calma.

—Tú no tienes ni idea de lo que puedo o no puedo hacer.

Adrien lo vio perderse pasillo a través y se tragó una maldición. Chris no hablaba en serio; estaba molesto y solía decir cosas como aquella, pero él no dudaba de lo que su chico sentía, pues habían superado demasiadas adversidades juntos y aún les quedarían por delante más duras pruebas que, sin duda, seguirían capeando.




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