June se había quedado sola en una enorme sala con la pared de roca y unos interminables anaqueles repletos de brebajes y mil ingredientes más, a cada cual más extraño que el anterior. No podía negar que aquellos mejunjes habían llamado su atención con la curiosidad deseada en un buen alumno, al menos hasta que había dado con un viejo arcón en el fondo de la sala. Era la clase de lugar en el que alguien guardaría un tesoro, un montón de monedas como la que los piratas encontraban en los lugares más insospechados, pensó. Tal vez su desbordante imaginación estuviera jugándole una mala pasada, pero no podía dejar de pensar en ello.
Anouk, portaba en su cuello una moneda idéntica a la que había «tomado prestada» en casa de Eugenne y la fortuna estaba sonriéndole en demasía como para ignorarlo. Había llegado con el propósito de conseguir una y ante ella, sin el menor esfuerzo, había encontrado dos, aunque dudaba mucho que pudiera hacerse también con la de Anouk. ¿Acaso habría más en el interior de aquel arcón?
Echó un vistazo rápido a la puerta y se alejó de las estanterías, acercándose al viejo baúl. Acarició su rugosa superficie y constató lo que ya sabía, que estaba cerrado por un viejo y oxidado candado que, aparentemente, no tenía apertura en la que introducir una llave. ¿Cómo era eso posible? June acarició el arcón por los costados, tratando de localizar alguna otra forma de apertura y, de nuevo, desvió su mirada hacia la puerta para asegurarse de que Anouk no regresaba. Pero Anouk estaba allí, de pie, inmóvil y a June le faltó tiempo para erguirse de inmediato, aterrada ante lo que su osada actitud pudiera comportarle.
—¿Buscas algo? —preguntó el demonio, acercándose.
—Ka... kalila —mintió.
Era el único nombre que recordaba de entre todos cuantos había leído en aquellos tarros.
—Es kalilia —la corrigió Anouk—. Y está aquí.
Recogió la ampolla con un líquido de color rosado y la colocó sobre la mesa de madera maciza que había junto a los estantes.
—Acércate, vamos —la apremió.
June aún temblaba. El demonio no había dicho nada al respecto, pero no podía estar segura de que aquel capítulo fuese a caer en el olvido.
—Lo siento. No la vi —se disculpó ella.
—Tranquila —respondió Anouk. Su sonrisa era cautivadora en su perfecto rostro—. Como te iba diciendo, los brujos son los noctis más antiguos sobre la tierra —continuó explicándole—; tanto como los demonios... en los infiernos. Y también los más odiados. Durante años hicieron crecer su imperio a base de conquistas y sangre. La emperatriz Tanray fue especialmente cruel y a su largo tiempo de gobierno se lo llamó 'El Imperio de la Sangre'. Su hija y sucesora, Listhy, trató de modificar las cosas y dio inicio a la era de las adhesiones A través de la magia bruja, conocida como imperomancia, la joven emperatriz era capaz de doblegar a cualquier tipo de noctis: demonios, vampiros, licántropos. Ninguna voluntad podía escapar a su poder... ni a sus espadas, claro. Después, y a diferencia de su madre, solía ofrecer buenas condiciones de vida a sus nuevos socios. Nunca quiso hablar de conquistas o de subyugación. Y lo cierto es que muchas emperatrices brujas fueron benevolentes en el trato después de ella.
—Emperatrices —repitió June, admirada ante la idea.
El hecho de que hubiese remarcado solo a mujeres al frente del imperio brujo le agradaba. Conocía perfectamente la historia y aquel punto le causaba una enorme admiración; más aún después de que se lo constatase una noctis.
—Las mujeres siempre tuvieron prioridad en el trono de Ántico, la ciudad capital —confirmó Anouk, complacida—. Según dictaban sus leyes, ellas habían de gobernar y ellos, dirigir ejércitos. Siempre hubo excepciones porque algunas emperatrices solo tuvieron hijos varones en su descendencia, pero no fueron demasiadas.
—Entiendo.
—La ocupante o el ocupante del trono debía llevar a cabo el Rito de Paxia.
—Rito de Paxia... —repitió June—. O Rito de Buena Voluntad, ¿no es así?
Anouk hizo más amplia su sonrisa.
—Vaya —exclamó—. Eres una alumna fantástica, June. No recuerdo a un lúzaro tan aplicado como tú en los últimos años.
—Lo cierto es que hay mil aspectos de vuestra historia que me resultan fascinantes.
No estaba mintiendo. Había oído mucho sobre las antiguas guerras que habían asolado Noctia alguna vez, resquebrajando sus tierras y dividiéndolas aún más, las denominadas terras, en las que cada raza se mostraba reacia a mezclarse con otras. Al contrario de lo que sucedía en su Luzaria natal, donde humanos, elfos, feéricos y mareas se habían unificado en un solo territorio común, desarrollando un extraordinario nivel de convivencia.
—¿Y qué sabes sobre el Rito de Paxia? —quiso saber Anouk.
—El Rito de Paxia era el que había de llevar a cabo toda emperatriz o emperador, renunciando a las armas —recitó June, sin el más mínimo atisbo de duda—. No podía volver a tocar una nunca más hasta su sucesión en el trono. Era una forma de mostrar sus intenciones de paz para con las terras anexionadas. Me resulta curioso.
—¿Y eso por qué?
—Porque aunque ella o él no podía volver a tocar un arma, conservaba enormes legiones armadas hasta los dientes.
#1611 en Fantasía
#479 en Joven Adulto
fantasía urbana y fantasía oscura, romance lgtbi, romance y misterio.
Editado: 20.11.2024