Dryadalis

10. Intenciones ocultas

Siempre era de noche en Noctia, pero cuando los brujos dormían, la oscuridad pesaba de un modo distinto, como si fuera un fantasma que pudiera pasearse a través de los lóbregos pasillos del caserón. June llevaba un buen rato intentando contactar con su casa, desesperada, hasta que al fin, la señal duró más de dos tonos y la voz de su padre sonó al otro lado del teléfono.

—June, cariño.

—Papá, tengo que hablar contigo. Es importante, pero aquí la cobertura es pésima, así que no me interrumpas, ¿de acuerdo?

Ander frunció el ceño y caminó a través del despacho de su casa, iluminado únicamente por una lámpara de pie que quedaba junto a la sobria mesa de madera a la que se aferró.

—June, ¿qué pasa? ¿Está todo bien?

—Se trata de Tayr. Por lo que tengo entendido, es peligroso. No consigo entender cómo el Consejo de Nix lo eligió a él para la Conmuta, pero así lo han asegurado los brujos.

—June, no te oigo bien y hablas demasiado rápido. Tranquilízate, ¿de acuerdo?

—¿Cómo voy a tranquilizarme? Nos han metido a un malnacido en casa. Las cosas que han explicado los brujos sobre él son terroríficas y eso que apenas sé nada, aunque, francamente, aún desearía saber menos.

A aquellas alturas, June había roto a llorar, como consecuencia del nerviosismo que la atenazaba. Ander hubo de hacer de tripas corazón para retomar aquella conversación y trató de trasladarle a su hija el sosiego que no sentía.

—June, ¿te tratan bien?

—Sí, no... no puedo quejarme, aunque esto no es como pensaba. Creí que estaría en Ántico, la capital. Y sin embargo, el caserón se encuentra en mitad de ninguna parte y aquí viven más de veinte brujos. Un clan.

—Sé que las condiciones de vida no son las mismas que aquí. Muchos de los hijos de los compañeros del Consejo que han estado de Conmuta relataban vivencias similares, pero te pido un esfuerzo, cariño. Solo serán unos meses. Por lo que sé, las cosas en la capital son más complicadas.

—Papá, no es mi situación la que me preocupa.

—Por nosotros, puedes estar tranquila. Tayr parece un buen chico, no tenemos la más mínima queja.

—Un buen chico no le corta la mano a una persona ni deja embarazada a otra y la abandona a su suerte para que se muera agonizando en un río. No sabes nada de él.

Ander guardó silencio, impactado ante las aterradoras circunstancias que June le había relatado.

—¿Eso te han dicho?

La muchacha ahogó sus palabras en un sollozo antes de ser capaz de volver a hablar:

—Papá, Adrien hablaba maravillas de él y mi hermano es fácilmente impresionable. Mantenlo alejado del brujo, por favor.

—Descuida, June. No permitiré que nada malo le ocurra a tu hermano ni tampoco a tu madre. Si lo que cuentas de Tayr es cierto, estaré atento a cada uno de sus movimientos y, si es necesario, pondré vigilancia.

—Cuéntale todo lo que te he dicho a Adri, por favor.

—June, despreocúpate, pero no creo que lo mejor sea ponerlo al corriente. Quiero que esté tranquilo, igual que tu madre. Te prometo que cuidaré de ellos. Y también necesito que tú estés bien.

—Habla con el Consejo de Nix y exígeles una explicación. Estarán allí en unos días con motivo de la Nut por la Conmuta, ¿no?

—Sí, hablaré con ellos, pero quiero que te mantengas tranquila, ¿de acuerdo?

June no podía efectuar esa promesa, pero confiaba en su padre y en las posibilidades con las que este contaba para proteger a Adrien y Lorna.

—Cuando se me termine la batería no podremos hablar más por teléfono.

Lo que la chica apuntaba era una evidencia de sobra conocida por Ander y por todos. No había electricidad en Noctia y los métodos de comunicación serían mucho menos ortodoxos y lentos cuando su teléfono móvil sucumbiera.

—Nos quedará el correo, cariño. Te escribiré tan a menudo como pueda, pero debes estar tranquila y dedicarte a aprender. Yo cuidaré de todos. Te quiero, June. Te mando un beso enorme de parte de los tres. También de tus abuelos.

La comunicación se cortó sin que ella pudiera añadir una palabra más. Casi lo agradecía, pues deseaba que su padre la creyese tranquila y confiada, pero no lo estaba en absoluto. Caminó hasta la ventana y escrutó la negrura del bosque. Las vistas daban a la parte posterior del caserón, justo donde se encontraba el lago. Las aguas brillaban a la luz de la luna menguante, único elemento que la mantenía en contacto con su mundo: el astro nocturno. Por lo demás, todo en Noctia era inquietante y diferente; incluso el sonido del viento que arrastraba siempre aullidos y gritos, lamentos y el sempiterno tañido de una campana lejana. Oía perros o lobos. Licántropos, con toda probabilidad. Y sabía que se encontraba en la terra de Telasia, perfectamente delimitada, donde ninguna otra raza osaría entrar, pero a pesar de eso no podía mantenerse tranquila.

Hurgó en su bolsillo y el colgante que el vampiro le había entregado. No creía que fuera muy sensato llamarlo en el caserón brujo, máxime cuando aún conservaba aquella moneda que le había robado en su propia casa, así que después de ponerla a buen recaudo entre sus pertenencias, cogió su chaqueta y salió al pasillo sin más dilación. Allí topó con dos brujos que la miraron con indolencia pese al grito con el que la joven acompañó el sobresalto al encontrarse con ellos.




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