Dryadalis

11. Choque de magias

Adrien estaba acabando de recoger sus cosas en el vestuario cuando la puerta se abrió y se encontró con el rostro de Chris. Por un momento sintió como si el mundo entero se hubiera paralizado, pero su móvil cayó al suelo y aquello resultó suficiente para sacarle del particular hechizo que su exnovio prendía en él. Le hervían las preguntas en la cabeza; por un momento había llegado a pensar que no volvería a verlo, que Christian se las ingeniaría para cambiar de instituto en la recta final del curso y no toparía con él nunca más, algo que, sin duda, lo ayudaría a arrancárselo de la cabeza y también del corazón. Pero Chris estaba allí, con aire abatido y despojado de la tensión habitual en él, como si todo le diera igual.

—Hola —lo saludó.

El cuerpo le pedía no responder, seguir ignorándolo, como había hecho desde su teléfono móvil, pero supuso que aquel arrebato infantil no lo ayudaría. Allí no podía bloquearlo ni silenciarlo. Lo mejor era echarle la misma madurez que le había puesto a su relación con él para normalizar las cosas cuanto antes; al fin y al cabo, aún les quedaban unos pocos meses de curso.

—Hola —respondió al fin, tras un largo silencio.

Chris se acercó y colocó la mochila sobre el banco de madera.

—No hay manera de hablar contigo —apuntó, con el hombro apoyado sobre la taquilla.

—Creo que ya está todo dicho.

Adrien se resistía a mirarlo. El contacto directo con aquellos ojos era un punto débil que debía empezar a desmontar, pero aún era demasiado pronto. La ruptura estaba todavía muy reciente.

—Te quiero —murmuró Chris, sin voz.

—Ya es tarde, Christian. Me ha costado un mundo tomar la decisión y aunque ahora me esté destrozando, sé que a la larga será lo mejor. Me estoy haciendo un favor.

—¿Y yo?

—Me temo que por ti habrás de mirar tú. Yo ya lo he hecho por mucho tiempo.

La puerta se abrió en aquel momento y Chris reculó en un acto reflejo. Adrien ni siquiera se movió cuando los muchachos entraron entre las sempiternas risas y burlas.

—Mirad lo que tenemos aquí —observó Pol—. Es la extraña pareja. ¿Hemos interrumpido algo?

—Ya basta —murmuró Chris.

Adrien lo miró. Aquel ridículo atisbo de valor era nuevo, pero esta vez estaba en juego el propio pellejo de Christian, eso estaba claro. De haber sido solo Adrien el objeto de las burlas de aquellos chicos, a él le hubiera faltado tiempo para huir. Ahora ya no podía hacerlo y Adrien se sorprendió lamentando más la situación por Chris que por él mismo.

—Ya no estamos juntos —se justificó este—. Adrien y yo...

—Oh, la parejita ha roto —se burló Zaind, uno de los dos feéricos que, junto a Pol y Ron, humanos, conformaban aquella peculiar pandilla—. ¿Qué ha pasado? ¿No te deja ponerte encima, Chris? ¿Cómo lo hacéis?

Las palabras vinieron acompañadas de un empujón que propiciaron que Chris se golpease la cara contra la taquilla.

—¿Por qué no cortáis ya con esta mierda? —exclamó Adrien, alterado—. ¿Cuál es vuestro jodido problema con esto? ¿Que seamos gays? ¿Que aun siéndolo tú no te hayas comido una mierda con ninguno de los dos?

Los chicos estallaron en carcajadas mientras Pol se le acercaba con un rictus muy distinto. En esta ocasión, sin embargo, fue Adrien que lo empujó primero.

—Largaos y acabad ya con esto —espetó.

Y no pudo decir nada más. El empujón esta vez, le vino por detrás y para entonces, Pol ya estaba esperándolo con el puño en ristre. Adrien sintió un dolor lacerante en la mandíbula y un nuevo golpe en la nariz. Su cabeza topó con la de Chris cuando ambos cayeron al suelo y a pesar de lo aturdido que se sentía, trató de revolverse y lanzó una patada que llegó a golpear en algo o en alguien. No sabía en qué o en quién.

La puerta se abrió de nuevo y los golpes cesaron. El corro de piernas y cuerpos que los habían encerrado se abrió y el fluorescente del vestuario volvió a concederle algo de visibilidad a Adrien. Tayr estaba en la puerta, igual que había sucedido días atrás, con la salvedad de que Christian yacía tendido en el suelo, con las lágrimas mezclándose con la sangre. Adrien se arrodilló y ayudó a su exnovio a sentarse, apoyándole la espalda en las taquillas.

—¿Qué pasa? —preguntó Tayr.

El brujo entró en el vestuario y cerró la puerta tras de sí, un gesto de lo más banal que resultó intimidatorio.

—Nada, sal de aquí —respondió Pol.

Trató de conferirle seguridad a su voz, pero Adrien detectó un temblor nuevo en ella y no pudo negar un secreto regocijo.

—¿Cuál es el problema? —preguntó Tayr, colocando su mochila en el suelo. Un nuevo gesto inquietante. A Adrien no pudo dejar de resultarle curioso: cualquier acto que Tayr llevase a cabo parecía el prolegómeno de algo terrible. Y no sabía si eso era bueno, pero en aquel momento solo podía disfrutarlo.

—No te metas en esto, noctis —intervino Zaind.

—Es la segunda vez que me topo con esta escena y no me gusta.

Pol se giró y miró al resto de los muchachos. Después devolvió su atención a Tayr.

—¿Tú también te lo tiras? —preguntó con una sonrisa forzada—. Al fin y al cabo vives con el niño de papá, ¿no? ¿También te acuestas con el rubito? ¿O te vas más su novio? ¿Hacéis tríos? El ricachón, el zombi y la rata cobarde.




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