Dryadalis

13. El camino de la verdad

Entrar en las Catacumbas. ¿Por qué a su mente solo se le ocurrían aquel tipo de imprudencias? ¿Por qué su testarudez había de ser siempre más fuerte que su miedo? Por aquel carácter obstinado se había metido en mil líos y a pesar de las reprimendas de su padre y su madre, aquello nunca la había hecho escarmentar. Y allí estaba la mejor prueba: se encontraba sola, en terra bruja, alejada de la Vía Negra y persiguiendo una sombra gris de la que no había logrado distinguir el menor rasgo que pudiera generarle un mínimo de confianza, dispuesta a entrar por la negra oquedad a través de la que la había visto perderse.

Resopló con fuerza y dio un paso al frente. Solo uno antes de que la mano fría y huesuda de Sam la asiese por el hombro, deteniéndola. June gritó y el brujo la soltó, reculando un paso, aparentemente tan asustado como ella misma. Aquella fue la primera vez que June distinguía una expresión en el acerado rostro de Sam.

—¡Joder! —gritó la joven—. ¿Qué mierda estás haciendo? Casi me sacas el estómago por la boca.

Sam torció la cabeza como si le sorprendiera aquella aseveración. Él no había hecho nada de eso.

—Mi deber es conduciros desde La Cógnita hasta el caserón. No se me permite ninguna concesión al respecto y en este momento, mi señora, os encontráis muy alejada de uno y otro punto.

—La sombra se dirigía...

—No me importa en absoluto hacia dónde se dirigía la sombra, como vos decís. Lo que a mí me han encomendado es...

—¿Alguna vez piensas o actúas por ti mismo? —lo interrumpió June.

Aún le temblaban las piernas y dar rienda suelta a su enfado era una forma de dejarlo ir y relajarse. Sam la miraba tan absorto como al principio, pero ella siguió hablando:

—No sabía que aún hubiera esclavos en Noctia. En Luzaria ese asunto se abolió hace mucho, cuando los seres mágicos y los humanos establecieron los pactos de igualdad entre razas.

—No soy esclavo de nadie.

—Hablas continuamente de quien te ha encomendado mi cuidado. ¿Quién es?

—Solo obedezco al Consejo. El Consejo de Nix dicta las leyes y en Noctia obedecemos. Gracias a eso se mantiene también la paz con Luzaria.

—¿Acaso existiría amenaza de algún enfrentamiento entre lúzaros y noctis sin la Ley Común?

—¿Vos qué pensáis?

—Que no —respondió taxativa. Demasiado. Nunca se lo había planteado, pero ¿qué protegía, si no, la Ley Común? Normas que obligaban a lúzaros y noctis a actuar de un modo determinado y que más allá de regir su convivencia, establecían una frontera de paz. ¿Qué ocurriría si esta no existiera?

—Vámonos —zanjó Sam—. Se hace tarde.

June dedicó una última mirada a Las Catacumbas y emprendió el camino de regreso tras los pasos del brujo. No olvidaba que habrían de volver andando, así que le esperaba un larguísimo camino por delante.

O

Pasaban de las ocho de la tarde cuando Adrien y Tayr entraron por la puerta del salón entre risas y comentarios. Lorna se incorporó, sonriendo al verlos llegar de aquella guisa. Casi no recordaba la última vez que Adrien había expresado tal tranquilidad y alegría.

—Parece que las compras han ido muy bien —observó, mientras se acercaba a su hijo para darle un beso.

—Hola, mamá.

—¿Qué tal, cariño?

—He conseguido endosarle a Tayr algo más de lo que quería, pero en serio, no vayas nunca a comprar con un brujo si no quieres quedar todo el tiempo en evidencia.

El interpelado sonrió tímidamente mientras colocaba un par de bolsas sobre el sofá.

—Lo siento —se disculpó—. Esto no es para mí.

—Pues pensé que tampoco estaba hecho para Adrien, pero diría que te lo has pasado muy bien.

—Bueno, mis anteriores experiencias no se parecen en nada a lo de hoy. Ha sido... único. Divertido.

La sonrisa se atenuó en su rostro, mientras seguía mirando a Tayr. Apartó la vista, conmocionado por el nerviosismo que despertaban en él los ojos del brujo. Cada vez dudaba más de si no estaría llevando a cabo un continuo conjuro para lograr tal efecto.

—Querías contarme lo del Consejo —le dijo entonces a Lorna—. ¿Qué sabes?

—No harán nada especial contra ti, Tayr, aunque sí habrá un pequeño castigo para los dos, tú y el feérico, Zaind. También para los otros chicos, aunque de distinta índole, al no tratarse del uso de magia.

—Mamá...

—Ya sé lo que vas a decir, Adri, que no es justo y que Tayr solo te defendió. Estoy de acuerdo, pero creo que, tal y como se han desarrollado los acontecimientos, podemos darnos por satisfechos así.

—¿Qué le va a pasar?

—Inhibirán tu magia durante un tiempo —volvió a decir, dirigiéndose de nuevo a Tayr—. Aún no saben cuánto.

Adrien lo miró, buscando su reacción: lo vio apretar el puño y cerrar los ojos; emitió un leve suspiro y guardó silencio. Era evidente que la medida no le gustaba.

—Eso no debería suponer nada grave —añadió Lorna—, puesto que Tayr no debería hacer uso de su poder durante su estancia en Luzaria, ¿no es así?




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