Dryadalis

15. Cabeza de turco

Rum lo había conducido de manera discreta hasta una mesa situada al fondo de la sala y desde allí Adrien se dedicó a observar el jolgorio existente en la taberna. No le resultaba sencillo distinguir entre una raza y otra, pues la avezada en esas lides siempre había sido June, fascinada por las razas noctis y siempre responsable ante su inminente Conmuta. Desde que su hermana se había marchado, solo había logrado hablar con ella una única vez y cómo la echaba de menos. El veloz desarrollo de los acontecimientos apenas le había dejado tiempo para notar su ausencia, pero claro que la echaba en falta. Deseaba contarle su ruptura con Chris, lo cual le haría enormemente feliz. De lo que no estaba tan seguro era de que confesarle la manera en la que estaba empezando a ver a Tayr le alegrase igual de igual modo. No, no lo haría en absoluto. Conocía a June alias mandarina lo suficientemente bien como para saber que le recriminaría su pésimo gusto con los chicos. Salir de una relación con alguien como Christian para fijarse en alguien como Tayr no sería considerado como un evolución para su hermana, sino como un tropiezo sucesivo con la misma piedra o incluso una mayor.

—No te muevas ni hagas nada raro.

La voz de Rum al pasar por su lado lo distrajo de sus pensamientos. La licántropa serpenteó entre las mesas atestadas hacia la barra, donde su padre charlaba distendidamente con dos tipos ante los que gesticulaba de manera airada. Cuando su hija llegó hasta su lado, le prestó atención y la expresión se le agrió de inmediato. Adrien estuvo seguro de que los ojos se le habían oscurecido y pudo ver una chispa de furia en ellos. Tampoco los tipos que habían estado charlando con él se mostraron ajenos a lo que malhumoraba a Moran. Hubo un intercambio de palabras y el tabernero se acercó más a ellos. Rum se giró y le dedicó una fugaz mirada a Adrien, pero después su padre la agarró del brazo y la arrastró hacia el otro extremo de la sala, desapareciendo a través de una puerta lateral.

—Quiero este asunto claro y zanjado —exclamó Moran, lo suficientemente alto como para que Adrien lo oyera sin dificultad.

Los dos hombres con los que el licántropo había mantenido aquella animada charla se movieron en dirección opuesta, hacia el angosto pasillo desde el que había llegado él.

—¡Eh!

Adrien se puso en pie como un resorte, atendiendo a un impulso cuyo origen él mismo ignoraba. De pronto estaba allí, en un local ilegal atestado de noctis en plena noche, con el amparo de la Ley Común protegiendo los instintos de todos ellos: vampiros, licántropos, demonios y brujos.

—Ni se os ocurra salir por esa puerta —les advirtió.

Estaba temblando y se aferraba a la mesa con una fuerza tal que no le sorprendería partirla. Estaría bien poder hacerlo y lanzar así un aviso a aquella gente, pero dudaba mucho de que fuese a lograrlo.

—¿Hablas con nosotros? —preguntó uno de ellos, tan sorprendido como el resto del local.

En pocos segundos, Adrien estaba cubierto de murmullos y cuchicheos, centro de miradas y dedos que lo señalaban. Suponía que ya debían de saber que era un humano y no tenía ni la más remota idea de cómo salir de allí de una pieza, pero aquello era lo mínimo que le debía a Tayr, al menos un intento o incluso tiempo para que él se diera cuenta de que el tal Moran no acudiría a hablar con él. Y este fue precisamente el que regresó desde la misma puerta por la que había salido junto a su hija. Su ceño fruncido se fijó también en él y se acercó apartando dos mesas de sendos manotazos durante su avance.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —escupió con los ojos prendidos en ira—. ¿Cómo has entrado?

—Solo quiere hablar, ¿y en lugar de dar la cara, le envía a dos matones? No entiendo por qué cojones confía en usted.

Moran entrecerró los ojos e intensificó su mirada sobre Adrien. Por un momento creyó que iba a transformarse allí mismo, que lo despedazaría y lo serviría como menú especial en la taberna, pero ya estaba hecho, había dado un paso al frente y un golpe sobre la mesa. Lo único que le quedaba era reunir el escaso valor que pudiera quedarle en el cuerpo y mostrarse firme, en vez de hacerlo como un crío asustado al que ni siquiera les divertiría matar.

—¿Quién cojones crees te que eres?

—No creo que mi nombre te diga gran cosa.

Se hizo un silencio extraño. Tal vez por tratarse de un lugar en el que, probablemente, nunca reinaba. No era lo mismo que acudir a un bosque solitario en busca de paz; allí uno sabía lo que se encontraría, pero en una taberna atestada de noctis el silencio era algo artificial y contenido, como una jauría de perros amarrada. Y entonces, el estallido de furia: Moran asestó un nuevo manotazo a la mesa que Adrien había ocupado y esta quedó hecha astillas. La mano del licántropo sangraba, pero no titubeó para agarrar a Adrien y empujarlo contra la chimenea que había en la sala. El muchacho se golpeó en la piedra de la que estaba hecha y cayó frente a las fauces del fuego, que en medio del aturdimiento, se le antojó una figura burlona y amenazante. Trató de ponerse en pie y sacudió la cabeza, recuperando la visión que se le había tornado doble. Se volteó rápidamente y lanzó un puñetazo que impactó directamente en el rostro de Moran. El licántropo giró la cara, dolorido y sus ojos centellearon en lo que, ahora sí, se le antojaba el inicio de una transformación. La respiración de Moran se tornó extraña y sus facciones se desdibujaron.




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