Dryadalis

20. Una antigua maldición

El enésimo bufido de Elain estaba a punto de mandar al traste la paciencia de June, que caminaba junto a Ottana por delante del brujo. Aún le costaba encajar la idea de que aquel extravagante muchacho de aspecto descuidado y mirada asesina que vivía en un caserón perdido en ninguna parte fuese un soldado de las antiguas legiones áureas, un general, nada menos. Había oído hablar de ellas y había leído otro tanto al respecto en los libros, aunque no demasiado. Vivir en Noctia, aunque fuese unos pocos días, le había servido para entender lo poco que realmente sabía de los noctis. Conocía cada una de las razas y sus costumbres más superficiales, algo de la historia de aquel extenso territorio amurallado, pero no tenía ni la más remota idea de las tramas que se tejían entre las distintas terras, de la historia más real y arraigada en todas ellas y, mucho menos, de cualquier conflicto o enfrentamiento que hubiera existido alguna vez. Sabía de las antiguas guerras, por supuesto, pero no de las actuales tensiones o enemistades que aquellas viejas desavenencias habían arrastrado y prolongado a lo largo del tiempo. En Luzaria, el Consejo de la Luz se esforzaba por transmitir una imagen pacífica de sus vecinos oscuros, supuso June, en pos de no prender las alarmas de cualquier posible altercado.

Ottana se ajustó la capucha y continuó caminando a través de las intrincadas calles de Ántico, algo que parecía no hacerle ninguna gracia a Elain. El brujo se mantenía a una distancia prudencial, pero había insistido mucho en que la chiquilla no saliera de la casa. La actividad había disminuido ostensiblemente respecto de sus paseos anteriores por la ciudad bruja, pero aun así esta era todavía considerable.

—Mi señora... —insistió el joven brujo.

Para June no había pasado inadvertido el cambio en la manera de dirigirse a la chiquilla. 'Otanna', en la intimidad del hogar. 'Mi señora', en la calle.

Ottana aceleró el paso y le dedicó a June una breve sonrisa.

—¿Por qué no quiere que salgas?

—Porque si la emperatriz Liatli me viera en Ántico me decapitaría. Ella nos arrebató el trono.

—¿Y entonces por qué estás aquí? No parece muy seguro que lo hagas.

Ottana se detuvo bruscamente y miró a June con un desafío implícito en el brillo de sus ojos azules, oscuros como una tormenta.

—Porque la emperatriz y su nueva legión mataron lo único que me quedaba. A mi hermano. Antes lo habían hecho con el resto de mi familia, mi padre y mi hermana.

—¿Eres hija de Doroyan?

Ottana asintió con una sonrisa.

—Creí que estaba enfermo.

—Lo estaba. Pero Liatli lo mató.

La chiquilla retomó de nuevo el paso y June la siguió, tras sostener la fugaz e iracunda mirada de Elain.

—Lo siento mucho —murmuró—. ¿Cuándo ocurrió?

—Hace cinco años. Solo mi sobrina, mi hermano y yo sobrevivimos, pero a él le tendieron una trampa... Nos la tendieron a los dos y se lo llevaron. Hace pocas semanas supe que había muerto. Elain me lo dijo cuando volvimos a reencontrarnos; era su mejor amigo. Y ahora ya no tengo nada que perder. Si he pasado la vida huyendo del trono, de la responsabilidad y del miedo que me generaba ocuparlo, ahora lo haré a como dé lugar. Aunque sea lo último que haga, restableceré las cosas. O moriré en el intento.

June se detuvo mientras Ottana seguía caminando. Era tal la amargura que teñía la voz de aquella bruja que, por un momento, la sintió como propia. Anouk, el demonio de La Cógnita, había hablado de una sucesión serena en el trono de Ántico, afirmando que el emperador Doroyan había fallecido como consecuencia de una terrible enfermedad y que, tras la renuncia de su hija al trono, había sido su pariente, Liatli, quien había ascendido a él. Pero por lo que Ottana le estaba contando, aquello no había sido así. La usurpación del trono brujo se había dado hacía solo cinco años, bajo un total secretismo y desconocimiento para el Consejo de la Luz. Y de pronto entendía por qué no la habían llevado a Ántico, una ciudad que aún parecía convulsionada por el brusco cambio de gobierno.

Elain la rebasó, ignorándola por completo y se detuvo unos pocos pasos más adelante, exasperado.

—¿Vienes o qué?

—¿Y a ti qué más te da? Es a ella a quien cuidas, ¿no?

—Me gustaría que no estuvieras aquí, cierto. Pero preferiría que regresases a tu Luzaria natal y que no puedan acusarnos de haber roto la Ley Común cargándonos a la humana de la Conmuta.

—¿Cargándonos? ¿Piensas matarme?

—No haría falta. Viendo las decisiones que tomas, tú sola lo habrás conseguido antes de...

Elain se volvió repentinamente ante el sonido metálico que había oído a su espalda. June la tuvo ante sí y la reconoció al instante: la joven que Sylvie había llevado a casa la noche anterior, la misma a la que había mordido. Aún logró distinguir el moretón en su cuello, pues la joven recogía su rubia y lacia cabellera en una trenza larga.

—Apártate en nombre de la Timoria —exclamó la muchacha, dirgiéndose al joven cuyo rostro no podía vislumbrar bajo la capucha.

June se volvió momentáneamente y comprobó que Ottana permanecía inmóvil allí, mirándolos también y tratando de ocultar su rostro ante la recién llegada, una soldado de la nueva legión imperial, según habían dicho.




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