Un fuerte zarandeo le arrancó de las garras de un sueño profundo y oscuro. Volvió a sentir el frío apretándole cada hueso y cada músculo de su cuerpo, pero aquella gélida sensación se desvaneció por completo cuando fue capaz de distinguir el rostro que se ceñía sobre él. Era Tayr. Lo vio resoplar y detectó una mueca de alivio en su cara. No podía estar fingiendo; nadie sabía hacerlo tan bien, ni siquiera un brujo de Noctia.
—Joder, Adrien, ¿qué mierda estás haciendo? Podías haberte matado.
Adrien no se movió y trató de cerrar los dedos de las manos, constatando que estaban en la playa de Luzaria. Sus manos entumecidas apenas lograban rasgar la arena, pero el sonido de las olas era inconfundible. Alzó los ojos hacia un cielo gris de nubes cerradas aprisionando al sol.
—Adrien, ¿me oyes?
Asintió y trató de sentarse con la ayuda de Tayr. Lo miró y estaba completamente empapado, igual que él mismo.
—¿Tú me has sacado?
—Claro. ¿Por qué cojones saltaste?
—Por tú lo hiciste también. Te dije que no te dejaría solo.
Tayr colocó su mano sobre la mejilla de Adrien.
—Estás loco. No quiero arrastrarte en esto.
—¿No te das cuenta de que yo ya estoy hasta el cuello en esto? —Tosió y sintió la garganta hirviéndole. Hablar le costaba un mundo, pero al mismo tiempo sentía que las palabras le brotaban como una fontana, con la necesidad de saciar la sed y el tormento.
Adrien trató de ponerse en pie cuando Tayr lo hizo primero, pero se tambaleó sin llegar a conseguirlo.
—Hay que quitarte esta ropa empapada.
—Si vuelves a quitarme la ropa, huir será lo último en lo que piense.
—Muy gracioso.
—En serio, no podemos perder más tiempo.
—Perderemos todo el que haga falta en cambiarte. Te va a da una hipotermia.
Logró incorporarse apoyado en el brujo, que oteaba el entorno como si buscase la solución más oportuna.
—Al final voy a pensar que te preocupas por mí —murmuró Adrien con una sonrisa tonta.
Tayr volvió a mirarlo.
—¿Por qué dices eso?
—Lo siento —se disculpó al ver la expresión herida del noctis—. Supongo que no estoy acostumbrado a que se preocupe por mí alguien que no sea mi familia.
—Olvídate de ese gilipollas, Adrien. Yo no soy él.
—Ya lo sé. No pretendía compararte.
—Vamos —concluyó, apoyándolo en él.
O
En el interior de Las Catacumbas discurría un sendero oscuro. June no hubiera creído que se tratase de la Vía Negra, cuyo trazado estaba perfectamente delimitado entre el verde oscuro que conformaba el suelo noctis o entre las zonas arenosas o rocosas. Serpenteaba como un reptil eterno zambulléndose en cada terra sin llegar a penetrar en ninguna de ellas. Ottana le había explicado que aquel camino se convertía en agua una vez cada cien días. Solo entonces reparó en que no tenía ni la más remota idea de cuándo sucedería aquello. Abrió la boca para lanzar la pregunta, pero enmudeció al comprobar que Ottana había tomado asiento sobre una roca y apartaba su melena rizada hacia un costado, tratando de refrescarse. Habían penetrado en la gruta a una profundidad considerable. El acceso era escarpado y en absoluto sencillo, pero al parecer, la joven bruja había efectuado el trayecto en más de una ocasión y lo conocía a la perfección. Incluso había colocado teas en algunos puntos de la pedregosa pared.
June apartó la vista, tratando de centrarse en otra cosa. Un insecto, un saliente en la roca, una estalactita; lo que fuese salvo aquel cuello largo y apetecible que despertaba en ella una sed irrefrenable.
—Hay varias bifurcaciones en unos cien metros —explicó Ottana—. El acceso oeste es el que lleva hasta la terra bruja de...
Se interrumpió al escuchar un grito agudo y seco y comprobó que Elain sujetaba a June mientras esta forcejeaba, exhibiendo unos colmillos largos y afilados. Algo se había modificado en su expresión, arrastrándola a un hambre animal.
—No deberías perderte en grutas oscuras con un vampiro —la reprendió Elain. Sujetar a June le estaba exigiendo un considerable esfuerzo, pero, en apariencia, las fuerzas le daban para eso.
Ottana se soltó el pelo y reculó, regresando junto a ellos.
—Aléjate, por favor.
—Elain, ¿podrías cazar para ella?
—¿Qué?
El brujo alzó una ceja y echó la cabeza hacia atrás cuando June volteó la suya, amenazándolo.
—Ayudaría que pudiera calmar su sed.
—Joder, cazar para una vampira. ¿Pretendes superar conmigo los límites de toda humillación?
—Vamos, seguro que podría ser peor.
Ottana sonrió, crispando la paciencia de Elain.
—No puedo dejarla aquí contigo. Te despedazará.
Ottana se desprendió del cinturón que llevaba puesto y, mientras Elain sujetaba las manos de June, ella las ligó con fuerza. Cuando la joven hubo concluido, el brujo la empujó hasta la pared de roca y dobló los soportes de una de las antorchas que Ottana había colocado durante sus excursiones anteriores para que mantuviera sujeta a la vampira.
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Editado: 20.11.2024