Dryadalis

22. Juegos de traición

El pasadizo era oscuro y angosto. Habían pasado de sentir un frío glacial en las calles de Luzaria a sufrir un calor pegajoso en aquel lugar. Las paredes parecían caerse encima, cerrarse hasta atraparlos y aplastarlos, pero solo había un camino a seguir y eso facilitó ligeramente la empresa. Tayr lo hacía en primer lugar y Adrien lo seguía, sujetos de la mano.

—Espero que no seas muy exigente con eso de la Luna de Miel —bromeó el brujo.

Adrien sonrió.

Tras unos minutos de fatigoso avance, toparon con una puerta de piedra, fría y cubierta de telarañas.

—Parece que los elfos no visitan demasiado a su semidiós —apuntó Tayr.

—¿Cómo vamos a abrir la jodida puerta? ¿Encaja la llave?

—No —respondió el brujo, después de intentarlo.

—Podrías utilizar tu magia, ¿no?

—¿En territorio elfo? Sería como gritarles dónde estamos.

Guardaron silencio al escuchar un seco crujido en aquella solitaria galería. No podían distinguir prácticamente nada en la oscuridad, pero ambos lo habían oído. Ninguno de los dos se atrevió a decir nada. Adrien apretó la mano del brujo y no supo si buscaba transmitirle tranquilidad o calmar su propia inquietud.

—Era demasiado raro que no hubiera nadie custodiando el templo —señaló el lúzaro—. Deben de tener formas de mantener el lugar vigilado aunque no estén.

Tayr aguzó el oído y detectó un sonido apenas perceptible.

—Joder...

—Haz magia —sugirió Adrien de nuevo.

—Ya te he dicho que...

—Hay puertas que pueden ser abiertas aunque no tengan llaves. Eso me dijo Hilmagenta Breaker también. No creo que esta llave abra nada.

El sonido se repitió en las profundidades del pasillo y las palabras de Adrien espolearon a Tayr, que no dudó ya en emplear su poder, por muy arriesgado que aquello resultase. Si los habían seguido, no había otra salida que una huida hacia adelante.

Prendió un haz de luz y aquella fue la primera vez en varios minutos que Adrien le veía la cara. Tenía el cabello húmedo y la expresión grave mientras se concentraba en que la brujería sirviera para abrir aquella puerta. Lo hizo, aunque ambos hubieron de empujar con fuerza para poder acceder a una sala pequeña con olor a cerrado y humedad. Una vez dentro, volvieron a empujar para cerrarla.

—Hay que encontrar la vara y salir de aquí rápidamente.

Adrien no se atrevió a moverse mientras el brujo prendía dos de las varias antorchas en aquella sala circular de pequeñas dimensiones. Lo hizo mediante la magia y aquello evidenciaba que ya le daba igual emplearla. Los habían seguido y no tenían ni la más mínima idea de cómo saldrían de allí, pero a Tayr solo parecía preocuparle hacerse con la vara.

En la parte central del habitáculo había una roca también circular esculpida con motivos florales. Era pequeña y, aparentemente, muy antigua.

—¿Y aquí es donde está enterrado el semidiós? —preguntó Adrien, absorto—. Supongo que sería contorsionista.

—Los huesos, Adrien. Los elfos son inmortales, pero si reclaman su final, su piel desaparece rápidamente y solo quedan los huesos. Por lo que sé, en las tumbas de grande reyes elfos o divinidades, como es el caso, se colocaban los huesos debidamente ordenados según un ritual llamado Funrae.

—¿Cómo sabes tanto sobre los elfos?

Tayr buscaba la forma de abrir aquella especie de tumba, mientras hablaban y, aparentemente, la había encontrado. La tapa se movió unos pocos milímetros. Era pesada y había sido colocada para no volver a ser abierta nunca más.

—La información es poder —respondió de forma costosa—. Intento tener la máxima posible... sobre cualquier cosa.

Adrien lo ayudó a mover la tapadera de sólida piedra, pero no podía negar que le inquietaba lo que encontrarían debajo. Tayr notó su malestar y se detuvo.

—¿Estás bien?

—No me hace mucha gracia eso de ver muertos, pero sí, estoy bien.

Alzaron la vista cuando la puerta de la galería pareció gemir al moverse ligeramente. Tayr extendió el brazo y un haz de luz azulada envolvió el perímetro de la roca.

—¿Qué has hecho?

—Ganar tiempo.

—Joder, los elfos nos van a matar cuando nos descubran desenterrando a su semidiós.

—¿Crees que los elfos no tienen otra forma de entrar aquí? No son ellos. Rápido, Adri.

Movieron al fin la losa que cubría la lápida y Adrien resopló cuando Tayr apartó la tela roja que cubría multitud de huesos perfectamente colocados unos al lado de otros. El muchacho resopló, mientras Tayr los apartaba con pocos escrúpulos. Había visto numerosos cuerpos tendidos en el suelo de la taberna. ¿Qué habían de generarle unos pocos huesos?

Tayr extrajo la vara de la parte inferior de aquella tumba, donde se abría un hueco largo y espacioso. La desenvolvió de la tela negra que la cubría y la miró, fascinado. Era un bastón largo y trenzado con una esfera en el extremo en el que parecía moverse un humo denso que modificaba su color a cada momento.




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