No estaba segura del porqué, pero caminar junto a Elain por las calles de Ántico le transmitía una seguridad que llevaba tiempo sin sentir. El viento se colaba entre los edificios bajos y los sonidos propios de la noche, audibles en cualquier momento del día, amenazaban con volverla loca. Llevaba mucho sin oír el silencio total. Y al entresijo incesante de voces le sumó el tañido metálico de la campana. Las puertas se abrirían en Luzaria y los noctis darían rienda suelta a su voluntad entre las calles de su ciudad, allí donde vivía su hermano. En las últimas horas había sido incapaz de quitarse a Adrien de la cabeza. Solo había algo capaz de hacer que se olvidase de él, de ella misma y del mundo entero.
Se detuvo y Elain la imitó unos pasos más adelante.
—¿Qué pasa ahora?
—La sed... —murmuró ella con la voz entrecortada.
Una angustia ya familiar anidó en la boca de su estómago mientras dejaba caer la bolsa sobre el enlosado. La actividad había disminuido mucho en la calle que, ubicada en las afueras, era ya de por sí reducida.
—Genial... —murmuró Elain, poniendo los brazos en jarra.
Sus ojos oscuros se fijaron en los de June y la mirada se prolongó durante unos segundos largos y extraños. La joven podía sentirlos como una masa viscosa que se estirase desde uno hacia el otro, lentamente y capaz de detenerse y de detener el tiempo. Se abalanzó como una embestida sobre él, que la contuvo aferrándole las muñecas. A pesar del forcejeo, Elain oyó un chasquido al final de la calle, un ruido metálico que reconoció como el choque de armaduras contra la piedra. En una veloz reacción, volteó el cuerpo de June y la sujetó con un solo brazo, mientras que con el otro recogía la bolsa que la muchacha había dejado caer. La arrastró hasta una oscura bocacalle y la mantuvo aferrada contra sí mientras los soldados de la Timoria cruzaban entre carcajadas y comentarios banales. Pudo ver el brillo de sus armaduras rojas captando la débil luz de la luna y proyectando reflejos entre las sombras.
Los pasos se habían convertido ya en ecos lejanos, pero Elain se mantenía allí, con la espalda apoyada en la pared y el cuerpo de June hecho un ovillo contra el suyo propio. Dejó que se apartase, despacio y distinguió sangre en los labios de la joven, la misma que a él le recorría el cuello hasta perderse en el interior de su camisa. June fue consciente en ese momento y siguió sin ser capaz de moverse.
—Te he...
Elain la miraba sin crisparse, sin alterarse lo más mínimo. Nada parecía capaz de conseguir aquello.
—Lo sé —murmuró, apenas un susurro.
—Me has dejado. Has permitido que te mordiera.
—Eso o revelar nuestra presencia.
—¿Te convertirás?
Elain negó con la cabeza.
—Ningún noctis se convierte en vampiro ante la mordedura de uno. Solo ocurre con los lúzaros. La esencia de la magia lo impide.
June respiró aliviada, pero aun así era incapaz de desprenderse del nerviosismo del que se sentía presa. Alzó la mano y trató de eliminar el rastro de sangre que ensuciaba el cuello del brujo, pero él la apartó de forma sutil, empujándola hacia atrás con suavidad.
—No hace falta.
Aquella era la primera vez que miraba a Elain y no veía al hostil e indolente brujo que se había limitado a atestiguar con poco interés todo cuanto le sucedía hasta que había sido capaz de dar un paso al frente para convertir la indiferencia en menosprecio. No soportaba a los vampiros, de quienes se había declarado enemigo acérrimo y sin embargo había dejado que uno, ella, le mordiera para alimentarse. Separarse de él fue un frío incómodo, pero supuso que se debía a la sed que acababa de saciar, mientras que algo dentro de ella, hablaba de una nueva necesidad que había prendido, tanto o más acuciante que la primera. Carraspeó, tratando de recuperar la naturalidad.
—¿Tampoco a ti pueden verte esos soldados? —preguntó.
Elain regresó a la calle principal y empezó a caminar seguido por June.
—Fui general de la legión que su emperatriz ha disuelto. ¿Qué crees que harían si me ven, concederme un reconocimiento?
—Tal vez te devolviera tu rol en la nueva legión, ¿no?
Elain se detuvo y June topó con él.
—Jamás aceptaría un lugar en la Timoria, en primer lugar porque no sirvo a asesinas traidoras y en segundo porque la Timoria está conformada por la peor calaña en muchos casos, basura que estaba pudriéndose en las cárceles de Ántico, todo tipo de razas mezcladas sin el menor atisbo de lo que significa la palabra honor. Eso... y traidores de la Áurea. Nunca serviría a Liatli y ella lo sabe.
Había tal carga de ira en su voz que June no se atrevió a rebatirle y se limitó a verlo alejarse. Sacudió la cabeza, consciente de que se quedaba sola en la calle y corrió junto a él.
O
Cuando cruzó la puerta, siguiendo a los demonios, se encontró a Tayr sentado en una silla, ligado de pies y manos. Tenía golpes en la cara y una brecha aún abierta y sangrante sobre el ojo, que apenas le permitía mantenerlo abierto. El estómago le dio un vuelco al verlo de aquella guisa y el sentimiento de culpa le golpeó con furia cuando sus miradas se encontraron. Adrien se apoyó en el quicio de la puerta y se mantuvo en silencio mientras los dos demonios se acercaron a Tayr. El tercero de ellos permanecía sentado en un viejo sofá con una daga en la mano, ocasionándose a sí mismo cortes en la palma. Dedujo que Thayos, aquel al que su padre había hecho alusión, debía de ser el que parecía llevar la voz cantante. Este se adelantó unos pasos y golpeó a Tayr en la cara. Adrien bajó la mirada y se revolvió, inquieto. Si lo que su padre le había contado era cierto, ¿qué le recriminaban al brujo? ¿No haberse sumado a su circo? ¿O acaso velar por sus propios intereses lo hacía mejor que al resto? Por lo que sabía, Tayr deseaba proteger a la emperatriz que atentaría contra Luzaria.
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Editado: 20.11.2024