Dryadalis

24. Una guerra en marcha

Daba de nuevo las gracias a su condición de vampira, pues de ningún otro modo hubiera aguantado el ritmo marcado por Elain para llegar hasta allí. El brujo se movía con soltura por las calles de Ántico y también por los bosques que envolvían a la ciudad bruja, lo cual evidenciaba que conocía bien la zona.

Las Catacumbas los recibieron en mitad del mismo silencio sepulcral que lo había hecho la vez anterior, cuando acompañase a Ottana hasta allí. Al parecer, la joven bruja aprovechaba la más mínima ocasión para colarse entre aquellas abruptas rocas en busca de la mítica barca de Caronte. Aún no podía dar crédito al hecho de que todo aquello fuese algo más que el mito que siempre había oído.

Continuaba siguiendo a Elain que, en el interior de la gruta se movía con la misma soltura que fuera de ella.

—¿Por qué os establecisteis en el caserón? —preguntó June—. ¿Es por la nueva emperatriz?

—¿Te inquieta mucho saberlo? —quiso saber el brujo, sin tan siquiera detenerse en su avance.

—Esperaba haberme establecido en Ántico cuando llegué y hacerlo en aquel caserón perdido en ninguna parte resultó... extraño.

June se detuvo en un escarpado saliente que exigía un buen salto para seguir adelante. Elain lo había dado sin dudar y ajeno a las palabras de la joven, pero al llegar a aquel punto se detuvo y la miró.

—¿Esperas que salte esto yo sola?

Elain le dedicó una sonrisa asimétrica y continuó caminando.

—No puedo creerlo... Menudo gilipollas —masculló June entre dientes—. Es guapo, pero gilipollas y tú tienes imán para este tipo de imbéciles, así que mantén la guardia alta, June.

Resopló al tiempo que reculaba y tomó carrerilla para impulsarse en un salto enorme que dio con Elain en el suelo al topar con él. Definitivamente a la joven iba a costarle medir sus nuevas capacidades como vampira.

Wow —exclamó, sonriendo—. ¿Has visto eso?

—No, no lo he visto —respondió él, incorporándose—, no tengo ojos en la espalda, pero si pudieras ser un poco más discreta, tal vez no me vería obligado a dejarte aquí atada como ya hice una vez.

—¡Atrévete a intentarlo!

Elain frunció el ceño, negó con la cabeza y continuó avanzando.

—Así que eres un soldado.

A June no le pasó inadvertida la mueca de hastío de Elain, pero no le importaba. Siempre había tenido claustrofobia y aunque su nueva condición le estuviera facilitando las cosas a ese respecto, la angustia se aferraba a su garganta de manera notoria. Hablar de cualquier cosa la mantenía distraída.

—Un general, nada menos —prosiguió—. He leído mucho sobre las legiones Áureas. Contaban de ellas que eran las más belicosas de Ántico, las más aguerridas y temidas. Las más respetadas y...

Elain se detuvo y la miró.

—Cállate ya.

—Trato de amenizar el camino.

—No hay que amenizar ningún camino —espetó él, molesto—. Esto no es una excursión insulsa como las de Luzaria.

June colocó los brazos en jarra y torció la boca, mientras él retomaba el paso.

Elain no tardó en poner los pies sobre una superficie líquida que apenas le cubría los tobillos. Se detuvo, con el ceño fruncido y June no tardó en darle alcance.

—¿Qué pasa, te has metido en un insulso charco? En Luzaria también los hay, como todo allí es insulso... La verdad es que no entiendo el concepto que tienes de lo que es o no es...

—La maldición —la interrumpió él. Su voz había sido apenas un susurro, pero las dos palabras que había liberado, pusieron a June los pelos de punta—. La Vía Negra se está convirtiendo en agua. Otra vez.

—Ottana me habló de ello. ¿Cuándo ocurrirá?

—En veinticinco días.

—Falta muy poco —apuntó, angustiada. Para entonces, esperaba estar ya muy lejos de Noctia, pero no podía evitar sentirse inquieta. Había vuelto a darle esquinazo a Sylvie, y si Eugenne regresaba a Ántico no tendría ni idea de dónde encontrarla. Pero ella necesitaba tomar aquel preparado y recuperar su condición humana.

Elain la miró, adivinando lo que pensaba. Había retomado el paso y no se detuvo mientras hablaba:

—Si tu vampiro vuelve y revierte el efecto de la idiotez que hiciste, podrás largarte de aquí.

—¿Y cómo se supone que va a encontrarme?

—Oh, tranquila, no subestimes al chupasangres.

Chupasangres, qué forma tan...

Guardó silencio cuando Elain extendió un brazo, invitándola a cejar en su avance. El agua se sacudía más adelante, como si algo o alguien la removiera. Avanzó despacio, seguido de cerca por June y cuando la tuvo ante sí no pudo creerlo: la barca era enorme, como un navío, pero de aspecto mucho más sencillo. Un candil apagado colgaba de su peculiar proa y había dos remos descansando sobre ella. Por lo demás, su aspecto no la diferenciaría de cualquier vieja barcaza. Había muescas en su madera, carcomida y maltratada por el paso del tiempo y las inclemencias del agua.

—Joder, ¿es la barca de Caronte?




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