Dryadalis

26. El muro más alto

June corrió hacia el acceso a la propiedad, conteniendo la emoción. Al fin estaba allí en la puerta de su casa, a escasos metros de sus padres y su hermano. Nunca hubiera pensado que se alegraría tanto de regresar, máxime cuando apenas había pasado unas pocas semanas en Noctia. Y qué insoportable se le había hecho ese tiempo.

Una patrulla de la Guardia Blanca la había llevado hasta allí al verla sola en mitad de la ciudad con el caos todavía vistiendo sus calles.

Antes de que pudiera llevar la mano al timbre de la puerta, esta cedió y un fuerte agarre la empujó hacia el interior. June no podía dar crédito a lo que estaba viendo: su madre permanecía de rodillas en el suelo, sujeta del cuello por un hombre alto, de ajada indumentaria y pelo revuelto. Su expresión era una mueca de furia contenida que le heló la sangre. A su lado, Christian sufría la misma amenaza. En aquel momento ni siquiera le preocupó saber qué estaba haciendo allí. Nunca hubiera imaginado que lamentase verlo en aquella tesitura; más bien hubiera predicho júbilo al verlo sufrir de aquella manera, incapaz de contener el llanto, pero no era así.

Su padre permanecía sentado en una silla con la ropa destrozada y el cuerpo lleno de heridas que sangraban lentamente. Un hombre de imponente estatura se aseguraba de que no intentase levantarse, manteniendo su manaza sobre el hombro de Ander, mientras un tercero paseaba alrededor de él, daga en mano. June distinguió a dos tipos más en la parte superior de la escalera que conducía hasta la segunda planta y estuvo segura de que aún habría más. Durante su estancia en Noctia no había coincidido con ningún licántropo, pero había estudiado lo suficiente a aquella raza noctis como para distinguirla con claridad.

—June, cariño... —murmuró Lorna, emocionada—. Vete de aquí.

—Me temo que es demasiado tarde para eso —anunció Moran. Hizo un gesto con la cabeza y el licántropo que la sujetaba la empujó contra Lorna, permitiendo que las dos se abrazasen.

—¿Qué está pasando, mamá? —preguntó June, mirando a su padre—. ¿Dónde está Adrien?

—Tu hermano está muerto —bramó Moran—. Muerto, ¿me oyes? —gritó, pegado al oído de Ander.

—¡Eso no es cierto! —exclamó June, furiosa. No tenía ni la más remota idea de quién era aquel tipo ni de por qué estaba en su casa, amenazando a sus padres y anunciando tal sandez, pero si algo tenía claro era que su hermano no podía estar muerto. No había sido capaz de dejar atrás todo lo vivido en Noctia para llegar al funeral de Adrien; era ridículo, absurdo y falso, pero cuando Moran alzó la mano, el corazón de June se paralizó.

—El colgante del abuelo... —musitó Lorna—. No podría tenerlo él si...

June se quedó bloqueada mientras su madre la abrazaba y ni siquiera fue capaz de romper a llorar. Las lágrimas se deslizaban silenciosas sobre su rostro mientras los gritos de Ander se escuchaban lejos de allí, amortiguados casi, como si algo o alguien los arrastrase hasta un mundo distante y ajeno.

O

—¿Qué cojones te pasa? —bramó Tayr, cediendo ante el empuje de Adrien.

El sol era ya un semidisco que proyectaba molestos fulgores sobre los ojos verde azulados de Tayr y a Adrien le sorprendió ser capaz de reparar en eso en un momento así, con los gritos de su padre como telón de fondo.

—Le prometí a Moran esto —balbuceó con la voz quebrada—, que lo torturase con mi muerte, que lo hiciera sufrir porque es lo que él ha pasado también con Rum; solo que en su caso es cierto.

Tayr lo escuchó, impactado, mientras observaba la puerta de entrada a la casa de Adrien.

—Lo matará —anunció el brujo—. Moran es un buen hombre, pero está hundido y cegado.

—¿De qué lo conoces? ¿Qué quiere que cumplas, Tayr, cuál es el juramento?

—Joder, Adrien, ¿está torturando a tu padre y tú quieres a hablar?

—¡Se lo prometí! —gritó el lúzaro, furioso.

Apoyó la espalda sobre la fachada y hundió el rostro entre sus manos, sollozando ante los gritos que no cejaban en el interior de la casa. Sintió el contacto de Tayr delante de él, paseando su mano sobre su nuca y ofreciéndole consuelo.

—Vamos, es tu padre.

Lo agarró de la mano y pateó la puerta, plantándose en el salón y deteniendo la escena. Los rostros allí presentes se fijaron en los recién llegados y June fue incapaz de contenerse. Venciendo las reticencias de su madre ante la posible reacción de los licántropos, la joven se zafó de su agarre y se fundió en uno titánico con Adrien. Chris se removió también, pero no acertó a moverse a pesar de que su exnovio había reparado en su presencia.

Adrien alcanzó a ver su padre por encima del hombro de su hermana y cerró los ojos, incapaz de soportar tal visión, incluso aunque el rostro magullado de Ander transmitiera un notable alivio. El hombre rompió a llorar mientras Tayr se acercaba.

—Basta, Moran —le pidió—. Déjalo en paz.

El licántropo negó con la cabeza.

—Él no la dejó en paz. Su gente la persiguió, como persiguieron al resto. La mataron. Nadie tuvo compasión. Era mi niña. Mi Rum.

—Tú no eres como él. No eres como él, por eso mi padre te quería.

—Tu padre —musitó Moran con una sonrisa amarga—. Has renegado de todo cuanto te dio y aun así te atreves a nombrarlo.




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