Dryadalis

Epílogo

June llegó hasta el último piso de aquel viejo edificio. Apenas se oía ruido en ninguno de ellos, pues como todos lo que estaban en la Avenida Nortax, quedaba demasiado cerca del Muro de Caronte y la mayoría de vecinos había abandonado el lugar hacía mucho tiempo. Pero no ella.

June se detuvo y llamó al timbre sin que eso ocasionase respuesta alguna. Esperó durante largos segundos y al fin empujó la puerta, que se abrió sin oponer resistencia alguna. La casa estaba en penumbra y apenas escuchaba el leve zumbido del televisor. Avanzó a través del corto pasillo que conocía a la perfección y apoyó el hombro en el quicio de la puerta que daba al salón, una habitación pequeña y bien amueblada. Y allí estaba Sara, sentada a la mesa con la mirada perdida y el cabello castaño, trenzado con plata, recogido en un moño poco cuidado. Giró levemente la cabeza al verla y le dedicó una sonrisa triste.

—Pasa, June. Me alegra ver que estás bien.

El lejano zumbido del televisor encendido mostraba las últimas imágenes de Luzaria, mientras el presentador narraba el fin de la relación con los noctis, la captura del brujo y el cierre definitivo del Muro de Caronte.

June avanzó despacio y tomó asiento a su lado, colocando su mano, con suavidad, sobre el brazo de Sara.

—¿Cómo estás? —le preguntó.

La mujer asintió, aunque su expresión hablaba por sí sola.

June colocó sobre la mesa la vieja moneda desgastada y Sara se dedicó a mirarla.

—No es la que estaba previsto conseguir —explicó June—. La preceptora de La Cógnita la llevaba colgada al cuello; me hubiera resultado imposible cogerla. Este arkanai pertenece a Eugenne, el príncipe de los vampiros. Le di el cambiazo con la moneda falsa que me diste. No la utilicé al principio y se dio cuenta del robo, pero pude sustituirla después aunque... Supongo que no tardará en percatarse de nuevo.

Sara se puso en pie y sacó un pequeño cofre de un cajón. Regresó a la mesa y lo abrió, para sumar el arkanai a los otros cuatro que ya poseía.

—Gracias, June. Te agradezco enormemente el esfuerzo y el riesgo tomado, aunque ya no sirvan de nada.

La joven frunció el ceño.

—¿Ya no sirvan de nada? ¿Por qué?

—Mi hija ya no está. No hay razón por la que necesite seguir luchando para liberar a Noctia de la maldición.

—Sé lo que le pasó y lo lamento. Pero hay muchas personas inocentes al otro lado del Muro, Sara. Personas que merecen esta lucha por igual.

June no podía dejar de pensar en Ottana, incluso en Elain. Bajo el imperio de Liatli Hassul, los apoyos escasearían en su lucha y con el Muro sellado aún estarían más solos.

—Entonces que la lleven otros a cabo —respondió Sara, vencida—. Entrégale esto a Moran. Sé que regresará a Noctia a luchar junto a su emperador.

—Querrás decir emperatriz.

—Para Moran solo hay un emperador. —June frunció el ceño, desconcertada—. El hijo de Doroyan.

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