Dulce despertar

Dulzura en el acero

 

En un reino olvidado por el tiempo, existía un guerrero conocido por todos como El Indomable. Su mirada era tan fría como el acero de su espada, y su corazón, según decían, había sido forjado en el mismo hielo que cubría las montañas eternas del norte. No había enemigo que no hubiera derrotado ni batalla en la que no emergiera victorioso, pero a qué costo. La guerra le había arrebatado todo rastro de humanidad, dejándolo como un cascarón vacío, incapaz de sentir alegría, tristeza o amor.
En contraste, en el corazón del pueblo, vivía una joven de nombre Almendra, cuya sonrisa era capaz de iluminar los días más oscuros. Su dulzura era conocida por todos, y su compasión no conocía límites. Almendra creía firmemente que no había corazón tan frío que no pudiera ser derretido con un poco de amor y paciencia.
Un día, mientras El Indomable caminaba por el mercado en busca de provisiones, sus ojos se encontraron con los de Almendra. Ella le ofreció una manzana, su sonrisa era una invitación a un mundo que él había olvidado. 'Ningún guerrero debería caminar solo por la vida sin probar la dulzura de una manzana del pueblo', le dijo con gentileza. El guerrero, confundido por la calidez en su voz, aceptó el fruto sin pronunciar palabra.

A partir de ese día, Almendra se propuso la tarea de mostrarle a El Indomable que aún había belleza y bondad en el mundo. Le llevaba comida casera, le contaba historias de los aldeanos y le enseñaba las melodías que los niños cantaban en las calles. Cada gesto de Almendra era un hilo de luz intentando penetrar la oscuridad que envolvía el alma del guerrero.



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En el texto hay: romance amistad

Editado: 18.03.2024

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