Dulce Destino (el Amor De Mis Vidas #2)

Capítulo tres: Sueño de amor

"Mi amor, dices que no hay amor a menos que dure para siempre. Tonterías, hay episodios mucho mejores que la obra entera."

 (William Butler Year).

 

Charlotte no dijo nada más. Se puso de pie y giró su rostro hacia un lado. Donato también se incorporó. No parecía contenta.

— Discúlpeme. Puedo comprarle las chispas de chocolates si— 

—Lo espero afuera —lo interrumpió ella. Pasó por su costado y emitió un silbido. 

Donato no comprendió su acción hasta que escuchó el ladrido de un perro. Tragó grueso al ver al pitbull. Se había cruzado con él antes de entrar a la tienda. Era musculoso, blanco y de ojos azules. Parecía igual de intimidante y malhumorado que su dueña.

Suspiró y siguió a Charlotte de mala gana. Había sido ella la irrespetuosa, ¿por qué había accedido a seguirla? 

Además, él era el profesor, no ella.

Una vez afuera, Charlotte sujetó la cadena de Winter y esperó pacientemente. Sabía que, quisiera o no, él tendría que salir para devolverle su bolsa. Aún no estaba preparada para volver a cruzarse con él, así que aprovecharía ese lapso de tiempo para tomar una bocanada de aire e intentar controlar sus emociones. No quería seguir quedando como una maleducada, pero tampoco quería dejarse en evidencia.  

¿Lo seguía odiando  por lo que había pasado la primera vez que se vieron? Un poco.

 Aún se sentía timada. Pensaba que era un gran sinvergüenza y mentiroso. Además, los recuerdos de ese día seguían siendo agridulces.

Contuvo la respiración al oír la puerta de la tienda abrirse. Escuchó sus pasos. Su cuerpo fue capaz de percibir su cercanía. 

Donato mantuvo una distancia prudente al detenerse. Le echó un vistazo rápido y disimulado. Vestía una chaqueta de cuero negro con una falda larga del mismo color cuya tela era transparente. Tenía un short debajo y sus botas llegaban hasta sus rodillas. Sin embargo, podía ver la silueta de sus piernas. Carraspeó al verla enarcar una ceja. A simple vista, cualquiera podría pensar que la señorita Charlotte estaba allí para cobrarle dinero y matarlo si no se lo daba. El pensamiento le hubiese causado risa de no ser porque era el principal involucrado. 

Charlotte extendió su brazo y le hizo un ademán para que le diera la bolsa con los víveres. Donato se la tendió.

—Lamento haber tirado todo al suelo.

—Fue un accidente, descuide —dijo ella, tomándola. Frunció los labios, dubitativa. Un gesto que no pasó desapercibido para el pianista—. Quería…, disculparme con usted.

Sus palabras lo tomaron completamente desprevenido.

¿Disculparse

—¿Qué? 

—Admito que no me comporté de la mejor manera el primer día de clases y tampoco estuvo bien desafiar su autoridad. Le pido una disculpa por eso, estaba pasando por un mal día…

Donato apenas pudo digerir el hecho de que aquella mujer que parecía ser inaccesible, se estaba disculpando con él y admitiendo sus errores. Quiso ver sus ojos para asegurarse de que estaba siendo sincera, pero los lentes oscuros que traía puesto no se lo permitieron. Aun así, sentía que sus palabras eran genuinas.

Quizá su voz suave tenía que ver con eso.

Su rostro se suavizó.

—Está bien. Todos alguna vez hemos tenido un mal día. Me parece bien que haya admitido sus errores. No muchas personas hacen eso.

—Sin embargo —continuó ella—, mi opinión acerca de usted, sigue siendo la misma. Y tengo la sensación de que su dureza no hubiese sido la misma de no haber escuchado lo que dije. Por lo que también exijo una disculpa por su humillación.

Donato se carcajeó. Negó una y otra vez con incredulidad.

—Sabía que era demasiado bueno para ser cierto —musitó, burlón—. ¿Dice que la humillé? ¿En serio tiene el descaro de afirmar algo así después de todo lo que dijo de mí?

—Hay una gran diferencia entre ser sincero y ser grosero, señor D'Agostino.

Señor D' Agostino.

«Ni siquiera sabe mi nombre, señor D'Agostino».

Por alguna razón, escucharla llamándolo de esa forma, removió algo en su pecho. Seguro era el enojo que comenzaba a bullir en su interior. La insolencia de aquella mujer le irritaba. Más aún, le irritaba sentirse atraído. En otro contexto, esa altanería sin duda le hubiese gustado mucho. Presionó sus labios.

—¿Cree que tiene el conocimiento suficiente para juzgar la trayectoria de alguien como yo, señorita Charlotte?

Señorita Charlotte.

La rubia alzó su mentón al oír como él pronunciaba su nombre.

«Dime tu nombre, pero corres el riesgo de que no te deje ir una vez que lo hagas».

Respiró con dificultad y endureció su gesto.

—Lo tengo —respondió con simpleza—. Cualquiera con el más mínimo conocimiento es capaz de juzgar su trayectoria.

—Una lástima que valore únicamente la opinión de quienes se encuentren en el mismo, o incluso más elevado, nivel que yo —replicó él—. Es muy arrogante. Ya los profesores me han informado sobre usted. Una joven talentosa, pero muy egocéntrica y problemática. Deberías saber que quienes tenemos una gran trayectoria es a base de la disciplina y no del talento.

—Una disciplina que abandonó apenas y encontró la oportunidad, por lo que veo —declaró ella, seria.

Donato resopló, intentó acercarse, pero la compañera canina de Charlotte lo mantuvo al margen. 

—Debería dejar de ser tan insolente.

—¿Le importa que lo sea? —cuestionó ella, frunciendo el ceño—. Creí que no tomaba en cuenta las actitudes u opiniones de personas que no están a su nivel o lo rebasan. Supongo que ya no debo preocuparme, ya que ignorará lo que dice esta alumna arrogante y se concentrará en calificarme objetivamente.

Donato abrió su boca para replicar, pero Charlotte pasó por un lado suyo antes de que pudiera hacerlo. La observó marcharse, incrédulo. 

¡¿Cómo se atrevía a hablarle así?!




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