Dulce Destino (el Amor De Mis Vidas #2)

Capítulo cuatro: El arte y los sentimientos

"Nada graba tan fijamente alguna cosa a nuestra memoria como el deseo de olvidarla."

 (Michel Eyquem de Montaigne).

 

«Como me dijo alguna vez alguien significativo para mí; recordar es vivir.»

¿Alguien significativo para él? Cómo no. —Pensó.

¿Tan significativa que le había mentido solo para acostarse con ella?

Le irritaba que fuese tan descarado. En parte, había sido su culpa por ser tan ingenua y confiar en un hombre con fama de rompecorazones. Pero en ese momento no pudo pensar con claridad. La forma en que la miró esa noche, con aquella calidez y deseo abrasador. Fue demasiado para ella.

Ingenua, ingenua, ingenua.

Todos parecían amarlo. Era una figura pública y exitosa, después de todo. Si conocieran un poco de su verdadero ser, de seguro la imagen que tenían de él se distorsionaría. 

Charlie, cariño, ¿me estás escuchando?

Sacudió levemente su cabeza y asintió, sonriente.

—Sí, abuela. 

La mujer con cabello canoso sonrió al otro lado de la pantalla. Hacía mucho que no hablaba con su nieta. Charlotte siempre había sido una jovencita reservada y aquel rasgo de ella se había acrecentado después del accidente. Sonrió, comprensiva.

Cariño, sabes que si hay algo que te afecte, puedes decírmelo.

—Lo sé —dijo, escueta.

¿Estás ocupada ahora?

—¿Cómo lo sabes?

Siempre frunces el entrecejo cuando estás muy ocupada. Desde pequeña has tenido esa mala costumbre. Siempre me ha recordado a papá —comentó, sonriente.

—Nos asignaron una composición y estoy trabajando en ello. Es una asignación un poco compleja y nos está dando muchos dolores de cabeza. Me encanta —sonrió.

¡Oh, maravilloso! ¡Simplemente magnífico! Oí que Donato D'Agostino está dando clases allí, ¿ves alguna materia con él? —le preguntó la mujer. Charlotte hizo una mueca involuntaria con los labios.

A su abuela le encantaba tocar el piano. De hecho, su amor por la música había sido infundado por aquella anciana de sonrisa cálida. Donato D' Agostino era uno de sus compositores favoritos. Sin embargo, del artista a la verdadera persona, había un enorme trecho, pensó Charlotte.

—Sí, veo una materia con él.

Por tu reacción, supongo que tuvieron un percance.

—Como ya me es costumbre. Descuida, no es nada grave.

—Quizá deberías considerar la decisión de decirles a los profesores de tu ceguera.

—Mi ceguera no tiene nada qué ver con la percepción que tienen de mí. Además, no tengo porqué hablar de mi vida privada con personas que no son cercanas a mí —aseveró.

—No estarían compadeciéndose de ti, cariño. Solo serían menos recelosos contigo.

—Para mí, es lo mismo —aseguró—. No te preocupes, abuela. Vine aquí a aprender, no a hacer amigos.

La anciana suspiró, nostálgica. Su nieta siempre había sido de pocas palabras y muy huraña. Tenía un enorme corazón, pero no era accesible a cualquiera.

—Te extraño mucho, Charlie.

Su abuela Elisabeth no tenía nieto preferido, pero era innegable que su vínculo con Charlotte era especial. Ambas amaban la música y la mujer siempre había apoyado a su nieta cuando nadie más lo había hecho sinceramente. 

Charlotte sonrió, conmovida.

—También te extraño, abuela. Pero tengo la certeza de que no me has llamado solo para saber de mí.

—Tienes razón, me conoces muy bien. Quería ponerte al tanto de los últimos avances en el hospital. Tenemos un paciente que padece visión ciega y hemos estado haciendo experimentos con señales eléctricas al área cortical del cerebro. El paciente ha demostrado avances bastante prometedores y—

—No volveré a hacer el experimento —le interrumpió tajante.

—La experimentación es segura, cariño. Sabes que no sería capaz de arriesgarte jamás. No hemos tenido conflictos a largo plazo. Al contrario—

—No está en discusión, abuela. No voy a participar en ese experimento de nuevo —aseveró con dureza.

Un silencio gélido se formó entre ambas. La mujer suavizó su gesto y suspiró.

—Charlie, fuera de los riesgos que sientas que esto pueda tener, ¿hay alguna razón por la que no quieras volver a hacer este experimento? —le interrogó. Charlotte guardó silencio—. La última vez, dijiste que habías logrado ver algo, pero luego—

—Simplemente, no me apetece ser parte del proyecto. Quiero concentrarme en mi carrera musical. Estoy bien así. No regresaré a Boston en un buen tiempo. Por favor, no me presiones más con esto.

La anciana respiró profundo y asintió con desgana.

—Sé que, no importa cuánto haya pasado, aún te encuentras abrumada por lo que ocurrió, pero si hay alguna cosa a la que no debes temerle; es a tu mente, cariño —manifestó, serena—. Espero que en algún momento puedas ser honesta conmigo.

—Te llamaré mañana, abuela.

Su abuela sonrió, comprensiva. 

—Esperaré ansiosa tu llamada, cariño. Descansa.

Charlotte cerró el ordenador y soltó un sonoro resoplido. Se recostó en la cama y cerró sus ojos. Los recuerdos de la primera vez que intentó recuperar la vista volvieron a su mente. Las imágenes extrañas, aquella sensación tan familiar y al mismo tiempo asfixiante…

Levantó su mano y la posó en su cabeza. Sus dedos acariciaron la protuberancia de la cicatriz ubicada en la parte posterior de su cabeza.

Aún podía recordar la sensación, como le colocaban el casco, la corriente eléctrica y las sombras, volviéndose cada vez más imperceptibles, luego aquellas imágenes que se habían quedado grabadas en su mente.

Negó una y otra vez, oponiéndose fervientemente a recordar.

Su familia se había dedicado enteramente a estudiar los lugares más recónditos del cerebro y la mente humana. De seguro la experiencia que vivió aquella vez, había sido influenciada por su crianza. No quería decirles algo y volverse su rata de laboratorio.




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