Dulce Destino (el Amor De Mis Vidas #2)

Capítulo cinco: recuerdos que no se desvanecen

"A veces no conoces el verdadero valor de un momento hasta que se convierte en memoria."

(Dr. Seuss)

 

 

Winter ladró.

Ambos se apartaron instantáneamente. 

Donato se dio cuenta de la soberana estupidez que pudo haber cometido y tomó aún más distancia. Miró aturdido como ella se puso de pie.

Charlotte respiró con dificultad, sintiéndose abrumada. 

Pudo sentirlo tan cerca de ella.

¿Habían sido imaginaciones suyas o Donato había estado a punto…?

—Debo seguir con la composición. Buenas noches —declaró, dejando en un rincón recóndito aquellos pensamientos.

Donato se incorporó al mismo tiempo en el que ella avanzaba para huir de ahí.

—Señorita Charlotte —le llamó, apresurado. Por alguna razón, no deseaba que se fuese tan pronto—. ¿Puede hacerme un favor?

Charlotte simuló estar arreglando la correa de Winter para no verlo a la cara.

—¿Qué quiere?

—No recuerdo dónde queda mi departamento. 

—¿Habla en serio? —inquirió ella, incrédula.

—¿Cree que me pondría en vergüenza, justo con la persona que tiene una miserable percepción de mí, por gusto? —cuestionó—. Únicamente sé el nombre de la calle. Acabo de llegar y no soy muy bueno con las direcciones.

Charlotte resopló con desgana. 

—Saque su teléfono y ponga la grabadora de voz. Le diré las indicaciones. ¿Cuál es el nombre de la calle?

—Calle Buchanan. Es un edificio…, es un edificio color ladrillo. El tercero del inicio de la calle —respondió. Sacó su teléfono, colocó el grabador de voz y extendió su brazo—. ¿Sabe cuál es?

—Sí. Queda cerca de aquí. Sale de la universidad e irá a la parte derecha de la cafetería que se encuentra al frente. Camina por dos calles y luego vuelve a cruzar a la derecha. En tres calles más, estará el edificio donde vive.

Donato detuvo la grabación y apartó su brazo.

—Gracias.

—No es nada —aseveró ella—. Debo irme.

—Claro.

Charlotte le dio la espalda y se fue tan rápido como sus pies se lo permitieron. Pudo sentir el corazón en la garganta y los nervios apoderarse de sus extremidades. La cercanía de Donato la había abrumado.

Por su parte, Donato la observó marcharse, intentando comprender por qué su corazón no quería que lo hiciera. Restregó su rostro, frustrado.

¿En qué estaba pensando?

Era una alumna, estaban dentro del campus, a altas horas de la noche y él era un profesor.

¿En serio estuvo a punto de…?

Sacudió su cabeza y negó con pesadez. 

De seguro ya estaba empezando a perder la cabeza. 

Buscó el audio que había grabado y lo reprodujo.

—¿Sabe cuál es?

—Sí. Queda cerca de aquí. Sale de la universidad e irá a la parte derecha de la cafetería que se encuentra al frente… —cerró sus ojos al escuchar su voz. Era suave y cálida. Nadie podría imaginar que era una mujer arisca y oscura si solo la escucharan—,.. luego vuelve a cruzar a la derecha. En tres calles más, estará el edificio donde vive…

Lo pausó y volvió a reproducir el audio, pues se había perdido en sus pensamientos. Se mostró incrédulo cuando llegó exactamente al edificio siguiendo sus indicaciones.

—Creí que me detestabas, al punto de darme una dirección equivocada —murmuró para sí mismo. Subió al ascensor. El encargado lo saludó, amable—. Al piso de siempre —el hombre asintió y presionó el botón del número tres. Donato observó el botón que había presionado y lo guardó en su cabeza.

Salió del elevador, murmurando «tres, tres, tres, tres…». Se detuvo frente al departamento que tenía «D.D.» en letras de hierro pegadas a la puerta y la abrió. Suspiró aliviado cuando finalmente estuvo en su departamento. 

Era solitario, pero no tranquilizante. Se sentó en el sofá y talló su rostro con fuerza, agotado. Sacó su teléfono, lo puso sobre la mesa y reprodujo el audio.

—¿Sabe cuál es?

—Sí. Queda cerca de aquí. Sale de la universidad e irá a la parte derecha de la cafetería que se encuentra al frente…

—Iré a la parte derecha de la cafetería que se encuentra al frente. Cafetería, derecha…

—,... luego vuelve a cruzar a la derecha.

—Vuelvo a cruzar a la derecha…

 —En tres calles más, estará el edificio donde vive…

—Llegaré al edificio —terminó de repetir. Volvió a pausar y a reproducir el audio. Recostó su cabeza en el sofá.

—¿Sabe cuál es?

—Sí. Queda cerca de aquí. Sale de la universidad e irá a la parte derecha de la cafetería que se encuentra al frente. Camina por dos calles y luego vuelve a cruzar a la derecha. En tres calles más, estará…—el teléfono comenzó a sonar. Se incorporó y contestó la llamada.

—Romina.

Te escuchas cansado.

—Es porque lo estoy. 

¿Mal día en la universidad, cariño? No me digas. Hoy tampoco la conseguiste.

Resopló y sujetó el puente de su nariz.

—No. No lo hice.

Dudo mucho que esa mujer esté estudiando allí. Y si lo hiciera, no querría verte. Eso es culpa mía, lo admito.

—Ni siquiera me recuerdes eso. No estoy de humor —masculló.

¿Qué esperabas que hiciera? Soy tu agente, pensé que era una resbalosa y no quería que te vieras involucrado en un escándalo. Hice lo que creí conveniente.

—Dije que no quiero hablar del tema —suspiró sonoramente—. ¿Por qué estás llamándome?

Solamente para recordarte que en cinco días es tu cita con el médico.

Las palabras de Romina son como un balde de agua helada. Se tensó.

—Tengo una evaluación importante el miércoles. Mis alumnos deben presentarme una composición.

—En ese caso, ve temprano. El médico te estará esperando. Me gustaría estar ahí contigo, pero mi hermana se casa ese día. Puedo cambiarla y acompañarte.

—Descuida, aún puedo ir solo. Felicita a tu hermana de mi parte.




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