Ver como cada día el restaurante no dejaba de recibir clientes era lo que llenaba de vida el alma de aquella rubia, ya que su corazón por fin disfrutaba lo que hacía. Su apellido en aquella gran ciudad no tenía ningún peso así que sus hombros habían sido ligeros desde el momento en que había abandonado el lugar que la había visto nacer.
Talya era la hija más joven del linaje Novikov, rubios de ojos llamativos poseedores de un poder inmenso, descendientes de los siempre conocidos como hijos favoritos de la diosa, los lobos. Seres que podían transformar sus cuerpos en inmensos lobos de gran poder los cuales aún ocultaban su raza en los grandes bosques, actualmente, Talya llevaba ya tres años lejos de lo que ella conocía como su manada, a veces despertaba preguntándose si en realidad ella pertenecía al mundo humano, pues nunca en sus veinticuatro años se había sentido como en ese lapso de tiempo, porque allí se sentía aceptada.
Aunque, lo que más extrañaba eran las extensas charlas con sus hermanos, dos mellizos revoltosos, mayores que ella, quienes siempre habían velado por su bienestar y a pesar de todo jamás la habían dejado sola. La vida perteneciendo a un “circulo social de su nivel” nunca le había agradado tanto, pues además de disfrutar de buenas amistades, también podía presumir del gran trabajo que había conseguido lejos de lo que la lastimaba y donde quisiera ocultarlo o no, se sentía inferior.
— Talya, despierta, los postres no se harán solos — Escucho la rubia la voz de una de sus amigas y compañeras de trabajo, sacándola de su transe, regresándola al presente.
Había estado toda esa mañana perdida en sus pensamientos, tal vez era porque llevaba ya tiempo sin hablar con sus hermanos, eran ya casi dos semanas que no le llamaban ninguno de los dos, y no sabía si ella podría hacerlo, comprendía que el trabajo muchas veces los consumía y no quería ser una carga o una molestia.
Ese día en particular estaba siendo muy ajetreado, los comensales habían sido los habituales, por ello los sábados solían ser los más pesados, de allá para acá todo el día, aunque no podría negar que también la paga era mejor. Sabía que terminaría agotada, su especialidad eran los postres y justo en esa hora parecía haber una gran demanda de ellos, amaba hacerlos, pero también podía intuir que al día siguiente le costaría levantarse de la cama.
— Vamos, después de hoy y de mañana seremos casi ricos — Dijo otro de sus compañeros, quien estaba especialmente emocionado, poniendo bastante empeño en su trabajo, sin duda a ese chico lo movía el dinero.
No lo criticaba, pues a nadie le cae mal un dinero extra y menos en un lapso tan pequeño de tiempo. Su jefe había informado a todos ellos que, al día siguiente que sería domingo todo el lugar había sido reservado, un evento especial, según lo que él había dicho, algo que pasaba con regularidad, pero que a diferencia de las otras veces había puesto de los nervios a la rubia.
Talya sería la encargada de preparar los postres, ella sería la mente maestra detrás de aquellas delicias que sin duda entregaría, a pesar de la confianza y seguridad del jefe, ella no había estado tranquila desde el momento en que la había asignado a ese trabajo y quizás esa era la razón por la que estaba tan desconcentrada, porque quería contarle a alguien el cómo se sentía.
Así entre que divagaba y volvía termino el día, sabiendo que al siguiente sería todavía más apresurado.
— Hasta mañana — Dijeron todos, antes de que cada uno se fuera a su respectiva casa, dejándola ahora sí sola, con sus ideas, sus pensamientos y sus nervios.
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Al llegar a su departamento ni siquiera una ducha la había ayudado a tranquilizarse, la cena le había revuelto el estómago y le estaba comenzando a doler la cabeza, y la noche había sido aún peor. El corazón le latía con desespero, sentía la garganta seca y en cada minuto su respiración se entrecortaba, era sin duda la noche más larga de su vida, entre más miraba su reloj y después la ventana de su cuarto más eterno se le hacía ver la luz del día.
Pero, a pesar de todos aquellos síntomas no se sentía enferma, es más podría decir que estaba emocionada, se sentía como una niña en la mañana de navidad, donde debajo del árbol seguro la esperaría un regalo. Deseaba saber que era lo que le pasaba, pero era imposible, así que entre la oscuridad de la noche y ante la falta de sueño su mente se empezó a preguntar cómo sería si su loba pudiese decirle que era lo que le pasaba. Tenía la edad suficiente como para tener a su loba interna, pero, desde los dieciocho años que es el momento exacto en el que aparecen Talya supo que su loba no llegaría, ni ese día ni el siguiente y mucho menos al año que seguía, en ella había recaído aquella maldición.
Al fin y después de una extraña noche, su reloj marco las cinco de la mañana, hora en la que decidió levantarse de la cama y comenzar a prepararse para el trabajo. Al estar en la cocina ella nunca había visto la necesidad de arreglarse y claramente no podría hacerlo, pues al preparar los platillos todo debía estar sumamente limpio e higiénico, lo raro fue que ese día presentarse al trabajo como de costumbre le había pesado, aunque ella ya era hermosa, no se sentía a gusto, parecía como si, inconscientemente se preparaba para algo.
Desde hacía horas supo que no sería un día normal, y menos cuando mientras preparaba un postre un fuerte ruido de platos y cubiertos cayendo la distrajo, en tanto un loco hombre desesperado y agitado la miraba con bastante detenimiento...
¡¡Hola!!
¿Que creen?... Volví y ahora traje conmigo la historia de Talya, la hermana menor de mis adorados mellizos, pero, también a otro moreno guapo y celoso.
Espero la disfruten y les guste tanto como "Reina Mía".
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Editado: 08.04.2024