Dulce Mío

Capítulo 2.

Podría decirse, que había vivido ya el mes más intenso de toda su vida y que jamás había podido disfrutar de tanta libertad como en ese tiempo. Para Adler Baumann la privacidad y el espacio personal nunca habían sido parte de su vida, él y sus hermanos siempre estaban a la mira de todas las personas, aunque él siendo el menor a veces podía sentir una pequeña espina de inferioridad clavada en su pecho, pero, una que claramente ignoraba. 

Morenos, altos, ojos grisáceos, pelinegros, dioses griegos, esas eran las características de los Baumann, imponentes leones, dueños de grandes extensiones de tierras e innumerables empresas. No había nadie que no los conociera, eran tan famosos en el mundo sobrenatural como en el humano, y siempre a donde quiera que fueran atraían las miradas de cualquier mujer. Con tan solo una sonrisa del coqueto Niklas todas caían derretidas por él y de Kasch mejor ni hablaba, ese aun con su aire de malo y su poca paciencia atraía hasta a las mismas moscas y ¿él?, él era Adler, el más guapo, inteligente y elegante de los tres, a sus veintiséis años presumía de grandes romances y de una buena suma de corazones rotos, él era en pocas palabras, perfecto. 

Su gran ego y confianza lo habían llevado hasta una de las más hermosas ciudades del tercer país que visitaba en ese mes, se suponía había comenzado el viaje junto a Niklas, su hermano mayor por cuatro años, otro amante de la vida y de las cosas nuevas, ambos habían abandonado la manada y con ella al aburrido y amargado de Kasch, con quien hacía exactamente dos meses no hablaba. 

A pesar de ser uno de los hijos del rey Alfa nunca había tenido que vivir bajo vigilancia ni nada parecido, aunque a pesar de eso, él siempre había tenido sus límites, ahora que desde hacía años Kasch había ocupado el trono, él ya no sentía a necesidad de seguir en la manada. La pregunta era él, ¿Trabajaba?, si, Adler manejaba muchas de las empresas de los Baumann, por petición de su hermano así había sido, y desde el momento que había salido de su país se prometió en ningún momento dejar de lado sus obligaciones, desde la distancia se encargaba de todo, por ello, Kasch no se había tomado la molestia de llamarle, ya que no tenía ninguna necesidad de hacerlo. 

Justo hacía una semana se había encontrado con uno de sus amigos de la infancia, acompañado de su prometida, ambos lo invitaron inmediatamente a su fiesta de compromiso, la cual se llevaría a cabo al día siguiente que era domingo. Él estaba seguro de que no faltaría, pero, desde el jueves había estado bastante extraño, la comida no le apetecía tanto, el corazón de repente parecía como si le fuese a explotar y tenía insomnio por las noches, sin olvidar el mal humor de su león, algo no estaba bien con él y lo había sentido desde ese día. 

Ese día, que era sábado menos había podido disfrutar, los amigos que había hecho en el viaje lo habían invitado a un lugar a pasar el rato, pero él se había negado con la excusa de un dolor de cabeza, algo que no era cierto, pero había sido la manera cortes de decir que no quería salir esa noche, ya que presentía que sería como las tres últimas, donde solo había dado vueltas en la cama queriendo atraer el sueño. 

Eran síntomas bastante ordinarios, pero tan extraños en alguien como él, puesto que los cambia formas difícilmente se enfermaban y él no era la excepción, nunca había sido débil. Aun así, decidió no darle tanta importancia a minorías, ya que tal vez podría ser el simple hecho de asistir a un tipo de evento al cual nunca había ido, ya que las relaciones de pareja nunca habían sido lo suyo, todas siempre terminaban mal, así que esa clase de cosas no le agradaban en nada, pero, solo por su amigo haría el sacrificio. 

Esa noche no durmió para nada, sus ojos solo se habían cerrado a lo mucho, media hora, y a la mañana siguiente eso se notaba bastante, su semblante mostraba la mala noche que había tenido. 

Una ducha había sido el remedio, el agua fría que había usado lo había rejuvenecido, al punto de verse tan enérgico como de costumbre, según él, ese día debía verse perfecto como siempre, algo que se le daba natural, aunque la diferencia en esta ocasión era que sentía un extraño pero placentero nerviosismo, hasta parecía que sería él quien se pondría la soga al cuello y eso lo hacía reír, claro, con el único propósito de esconder lo que de verdad le pasaba. 

— Hasta pareciera que serás tú quien se comprometerá — Dijo uno de sus amigos, cuando se dio cuenta que mientras iban camino al restaurante donde sería el evento le comenzaron a sudar las manos al moreno, a quien ya se le comenzaba a notar su nerviosismo. 

— Lo sé... — Murmuro con un sentimiento extraño que pintaba su voz, no sabía si era enojo o felicidad pura, era una rara mezcla. 

Desde tan solo metros, Adler pudo sentir como su corazón dejaba de latir, y un sudor frío cubrió su cuerpo, algo que espero no fuese tan evidente ya que no quería causar risa, cosa que había sido escuchada por la diosa, ya que sin problemas había podido calmarse un poco. Al entrar al restaurante todo se había visto normal, todo parecía ser tal y como lo había imaginado, nada inusual o que pudiese causar su alteración, claro que no podía evadir el hecho de que su león estaba enojado, algo que no era tan común en él y que tampoco era fácil de desaparecer.  

El platillo que les habían ofrecido había sido del agrado de todos, menos de Adler, quien seguía sin sentir tanto apetito y menos con ese olor que comenzaba a emanar de la cocina. 

— Amigo, ¿Estas bien? — Dijo el anfitrión de la fiesta, en tanto le tocaba el hombro al moreno, quien ahora parecía desesperado. 

— Si, solo que ese olor a fresas me distrae... — Respondió Adler vagamente, señalando la dirección de donde provenía aquello. Su amigo, extrañado ante lo dicho, pregunto a uno de los meseros, quien negó lo que el moreno decía. 

— Amigo, no están usando fresas en el postre — Y eso había sido lo más extraño, ya que, para él, el olor era intenso y cautivador, al punto de volver loco a su león, quien, en un rugido desesperado, alerto al moreno lo que les sucedía. 




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