Los sueños nunca habían significado nada al menos para Talya, quien desde pequeña había tenido sueños que parecían una mezcla entre la realidad y la fantasía, lo único interesante que siempre había visto en ellos había sido el hecho de que allí ella era normal, y si, con normal se refería a que en cada uno de sus sueños ella era una loba y enorme por lo que llegaba a comprender, pero, desde su perspectiva siempre habían sido una burla hacía su persona y una terrible tortura que noche tras noche le mostraba lo que nunca podría tener.
Al crecer creyó que el encontrar a su Mate sería la respuesta definitiva a su problema, pero cuando conoció a Adler volvió a sentir que la vida y la misma diosa Luna le daban otra cachetada para que despertará, por ello su recelo hacía el moreno, porque él era otra sucia broma de la diosa quien al parecer nunca tenía suficiente de ella y de su larga soledad.
Le había costado comprender que Adler era para ella, así como había dolido el saber que ni siquiera su destinado traía consigo una solución a su problema. Se había sentido culpable muchas veces al pensar que siempre había esperado a su Mate con una razón egoísta, que al final ni siquiera había valido la pena, pero ni ella misma sabía que realmente la diosa jamás se había olvidado de ella, y de que todo era cuestión de reaccionar.
Simplemente lo que Talya necesitaba era eso que siempre le había faltado...
— ¿Talya? — Esa era la única voz que entre toda su nublada mente pudo escuchar, y al ver a Adler parado en la puerta de la habitación del hospital su cuerpo solo sucumbió al cansancio que le había generado aquel cambio.
Ni siquiera ella se podía explicar cómo había llegado a aquel suceso, nadie en todo el mundo había logrado encontrar una solución a su desdichada vida, así que el haber logrado por algunos minutos cambiar su forma había sido un total sueño, su loba era una parte de su alma que siempre le había hecho falta para ser lo que en realidad era. En el momento preciso en el que su cuerpo cambió su control había desaparecido y solo había sentido la necesidad arrebatadora de ver a Adler y cuando lo vio entrar a su habitación fue como si hubiera descubierto el mayor tesoro del mundo.
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El moreno, quien no había podido ni reaccionar solo pudo lograr atrapar entre sus brazos a Talya, quien en segundos había vuelto a su forma humana, desconcertando a un más a Adler. Lo primero que hizo fue dejarla en la pequeña cama, con sumo cuidado, para posteriormente revisar él mismo que se encontrará en perfecto estado, encontrándose con uno que otro rasguño, seguro producido por su cambio repentino y el estado de humor que este había traído consigo.
Después de cerciorarse de que ella estuviese bien pidió quedarse a solas con ella, ya que sabía perfectamente que cuando despertará tendría un sin fin de preguntas que lamentablemente él tampoco podría responder, pero al menos esperaba que al verlo allí Talya no se sorprendiera tanto.
Habían transcurrido tres horas desde ese suceso y Adler no se había alejado de la rubia ni siquiera un minuto, ya que temía que pudiese volver a perder el control de su cuerpo en cualquier momento. Rápidamente había llegado la media noche y el moreno se había quedado dormido en la silla que había puesto junto a la cama donde se encontraba Talya, estaba tan profundamente dormido que ni siquiera había notado que cierta rubia estaba por fin despierta.
Entre sus más dulces sueños solo pudo sentir una suave mano acariciando todo su rostro como si estuviera delineando cada parte de su rostro, era tan satisfactorio que no había podido evitar ronronear como si fuese un lindo gatito siendo mimado, aquel graciosos sonido provoco una risa tan breve y en un susurro que había sido casi imperceptible, aunque para Adler había sido clara, porque conocía perfectamente esa angelical voz, por ello inmediatamente abrió los ojos, encontrándose con la única persona que podía sacar ese lado de él, su cielito.
— ¿Estas bien? — Preguntó Adler, tomando una de las manos de Talya, ya que la otra estaba en su rostro detallando como si fuera una autentica obra de arte.
— Si... — Susurro Talya, sin poder procesar todo lo que estaba viviendo en ese momento, eran tantas emociones que parecía que le faltaba el aire, sin mencionar que aquel dulce y delicioso olor que abundaba en la habitación no la dejaba pensar con claridad, claro que no le molestaba, pero nece4sitaba pensar claramente.
— Dime la verdad... ¿estas bien? — El moreno no estaba del todo convencido ya que la expresión de Talya era como si no estuviese en ese lugar, como si su mente estuviese vagando por quien sabe dónde, y eso le preocupaba, ya que después de lo sucedido podía esperarse cualquier cosa.
La rubia ni siquiera respondió, solo lo miraba detenidamente, y fue así por unos eternos minutos hasta que de repente Talya tomo el rostro de Adler con ambas manos, sorprendiendo al moreno quien ni siquiera supo cómo reaccionar y solo se limitó a dejar que Talya siguiera con lo que fuese que estuviera haciendo.
— Amo el olor a vainilla —Dijo de pronto mirándolo a los ojos, justo antes de besarlo con intensidad, logrando que Adler se levantará de la silla, para poder corresponder y profundizar el beso. De un momento al otro la habitación se hizo tan pequeña que parecía que el oxígeno ya ni siquiera circulaba y exactamente por falta de este fue que tuvieron que interrumpir el beso.
— Cielo, pero yo no huelo a... — Iba a asegurar que él no podía oler a vainilla, era un olor que solo disfrutaba en dulces, más no en lociones, eso no era para nada su tipo, pero justo cuando lo iba a hacer, una idea descabellada pero tan emocionante al mismo tiempo cruzó por su mente — Talya... — Fue todo lo que pudo susurrar logrando que la rubia entendiera lo que quería preguntar, y todo lo que recibió a cambio fue un asentamiento de cabeza que le indicaba que no era una idea tan loca, era, mejor dicho, la más genuina verdad.
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Editado: 08.04.2024