Dulce O Truco

Capítulos 3 y 4

3

Las chicas no sabían qué pensar. Al comienzo del día, se sentían afortunadas de que dos lindos chicos las hubieran invitado a pasear. Esa misma noche se encontraban corriendo para no ser castigados por las malas acciones que estos habían cometido. En ese momento, sin embargo, todo parecía haber quedado olvidado ante los dulces besos de sus príncipes.

–¿Sigues enojada?– le preguntó Iván a Sofía. La chica sabía que el espantoso accidente que habían provocado no se iba a arreglar con eso, pero había algo que le impedía estar enojada con él.

–Supongo que no– respondió.

–Magnífico– exclamó el chico, volviéndose a la tapa de huevos –Porque ahora es su turno.

–¿Qué?

–No vamos a quedarnos nosotros con toda la diversión ¿O sí?– le preguntó a Nick tras soltar a Estrella.

Ambos muchachos volvieron a colocarse las máscaras, que parecían haber perdido algo de color con la humedad del panteón.

–¿O acaso tienen miedo?– les preguntó Nick.

Estrella tomó eso como un desafío, y si había algo que no aguantaba de los hombres, era eso.

–Trae acá– dijo, tomando el alimento.

La chica alta y fuerte lanzó con furia el huevo, aplastándolo contra una ventana, que se quebró. Minutos más tarde se encontraban del otro lado de la calle, riendo la ella y los dos muchachos.

–¿Verdad que fue divertido?– le preguntó Nick.

A Sofía no le hacía gracia que su amiga se hubiera unido a la diversión de los muchachos. Al notarlo, Iván la tomó del brazo y le habló al oído.

–¿Por qué te pones así?

–Quiero ir a casa– dijo ella en respuesta.

El muchacho la tomó de la mano y Sofía se estremeció. Iván tenía la mano helada. Trató de ver a través de los orificios de su máscara, pero no había rastro de sus ojos. Eso le asustaba. Deseaba que el chico hablara, le dijera algo, quería que prometiera que se habían acabado las bromas pesadas por esa noche, y eso era lo que parecía estar a punto de decir. O eso pensaba ella. De verdad deseaba que se quitara esa ridícula máscara de calabaza.

Súbitamente, Nick y Estrella comenzaron a correr e Iván dejó de mirara a Sofía para arrastrarla nuevamente a otra calle. Nick había tocado el timbre.

–¿Alguien sabe qué hora es?– preguntó Nick pasados unos minutos más, mientras se sentaban en la banqueta.

–Hora de que nos lleven a casa– dijo Sofía.

–No. Hora de que por fin te nos unas en las travesuras –le dijo Iván.

–En serio. Necesito saber qué hora es.

–Las nueve y media– dijo Estrella, mirando su celular.

Al verlo, Nick se sobresaltó.

–¿Puedo verlo?– le dijo, extendiendo su mano.

–Claro– respondió ella, poniéndolo en su mano.

A Sofía no le daba buena espina esa reacción en los extraños chicos, mucho menos la ingenuidad de Estrella. No quería desconfiar de sus galanes, pero ¿Era buena idea prestarle su celular a alguien que acababan de ver robar una tienda?

–Devuélvemelo– dijo la chica.

–No puedo hacerlo– dijo la calabaza, con voz sombría.

–¿Por qué?– preguntó la niña con enojo.

Nick guardó un largo silencio antes de que Iván respondiera.

–Nosotros los guardaremos por ustedes.

–No es necesario– dijo Estrella, tratando de recuperarlo.

–No sería de caballeros dejárselos.– añadió Nick.

Las chicas comenzaban a preocuparse. La actitud de los muchachos era demasiado extraña, pero Estrella aún quería confiar en ellos.

–Está bien– decidió.

Todos continuaron su camino hacia la siguiente calle.

–¿Por qué has traído tu celular?– preguntó Sofía a su amiga murmurando, tratando de que los gemelos no escucharan.

–Mi mamá me dijo que le llamara en caso de cualquier emergencia –respondió la niña.

Sofía volvió a mirar las máscaras de los chicos, que avanzaban sin mirarlas. No podía saber si ellos les estaban escuchando, pero esperaba que no fuera así.

–¿Te fijaste en qué bolsillo se lo guardaron?

–En el de atrás. ¿Por?

–Por nada– Era verdad, Sofía esperaba realmente que no hubiera necesidad de llamar en toda la noche.

Llegaron al zócalo, donde varias tiendas estaban colocadas. Había puestos de fruta, disfraces, copal y más máscaras de plástico.

–Disculpe– dijo Nick a la vendedora de un puesto de máscaras –¿Tiene alguna que se parezca a la que llevo puesta?

–Claro– dijo la ancianita sonriendo –Es un modelo muy común. ¿La quieres anaranjada o verde?

–En realidad busco otro modelo– dijo el muchacho– ¿Tiene más máscaras de calabaza?

–Déjeme ver, joven– dijo, agachándose con dificultad para revisar sus bolsas. En ese momento, Iván tomó dos máscaras y ambos muchachos salieron corriendo. Sofía sentía nauseas.



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En el texto hay: adolescentes, fantasmas, halloween

Editado: 20.04.2020

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