La mañana llegó con los primeros rayos de sol colándose por su ventana. Un acceso de tos la despertó, sacudiendo su cuerpo con fuerza. Se llevó una mano al pecho, sintiendo el ardor en su garganta. La cabeza le palpitaba y su cuerpo se sentía pesado, pero el reloj en su mesita marcaba las 6:30 AM - no había tiempo para estar enferma.
"Solo es un resfriado", se dijo a sí misma mientras se levantaba con esfuerzo. El espejo le devolvió el reflejo de unas mejillas sonrojadas por la fiebre y ojeras pronunciadas.
En la cocina, sus manos temblaban ligeramente mientras preparaba el desayuno para su madre. Arroz, sopa de miso, y un poco de pescado que había sobrado de ayer. No era mucho, pero se aseguraría de que su madre comiera bien.
"Buenos días, mamá", susurró al entrar en la habitación con la bandeja. Su madre estaba despierta, pero se veía pálida y cansada como siempre.
"Cielo, no te ves bien", comentó su madre, notando su estado.
"Estoy bien, solo un poco cansada", mintió con una sonrisa forzada. "Tengo que salir a buscar trabajo. Por favor, come todo y toma tus medicinas."
Su madre la miró con preocupación. "¿Perdiste el trabajo en el restaurante?"
Ella dudó un momento antes de asentir. "No te preocupes, encontraré algo pronto."
Mientras tanto, en la agencia de héroes, Katsuki estaba sentado en su oficina, mirando con disgusto las noticias matutinas.
"Y en otras noticias, el héroe número uno continúa liderando el ranking..." La reportera fue silenciada cuando Katsuki apagó la televisión de un golpe al control remoto.
"Tch, puras tonterías", murmuró, levantándose para iniciar su patrulla.
La ciudad estaba inusualmente tranquila esa mañana. Katsuki recorría las calles, más por rutina que por necesidad. Sus pensamientos divagaban entre la irritación por la monotonía y la frustración por los medios que siempre parecían estar acechando.
En otra parte de la ciudad, ella caminaba de tienda en tienda, de oficina en oficina. Cada negativa era como un golpe físico.
"Lo siento, buscamos alguien con más experiencia", dijo la gerente de una cafetería.
"No estamos contratando en este momento", respondió el dueño de una librería.
"Ya cubrimos el puesto", explicó la recepcionista de una oficina.
Para media tarde, el dolor de cabeza se había intensificado, y la tos empeoraba. Se detuvo en una farmacia, gastando sus últimos ahorros en las medicinas de su madre. No podía permitirse comprar algo para sí misma.
Las calles estaban llenas de vida. Un grupo de niños jugaba fútbol en un pequeño parque cercano, sus risas resonando en el aire. Ella sostenía la bolsa con las medicinas contra su pecho, como si fuera un tesoro invaluable.
De repente, una pelota perdida la golpeó en el brazo. No fue un golpe fuerte, pero en su estado debilitado fue suficiente para hacerla soltar la bolsa. Las cajas de medicamentos cayeron, rodando hasta la calle.
El semáforo marcaba rojo. Doce segundos. Miró a ambos lados y corrió hacia la calle. Sus movimientos eran más lentos de lo normal debido a la fiebre.
No escuchó los gritos de advertencia. No vio el auto que se acercaba erráticamente. El conductor, visiblemente ebrio, ignoró por completo el semáforo en rojo.
Fue el chirrido de los neumáticos lo que finalmente
la hizo levantar la mirada. El auto estaba demasiado cerca. Su cuerpo se paralizó, su mente quedó en blanco.
El impacto que esperaba nunca llegó. En su lugar, sintió un brazo fuerte rodear su cintura y el calor de una explosión controlada. En un instante, estaba en la acera, temblando, con Katsuki Bakugou sosteniéndola.
"i¿En qué demonios estabas pensando?!" rugió Katsuki, pero había algo en su voz además de enojo - ¿preocupación? "i¿Acaso quieres morir?!"
Ella lo reconoció de inmediato - el cliente del restaurante, el incidente que le costó su trabajo. "Yo... las medicinas...", murmuró, su voz débil.
Katsuki la soltó, notando lo caliente que estaba su piel. "Estás ardiendo en fiebre", gruñó.
"Estoy bien", intentó decir, pero un mareo la hizo tambalearse. Sus ojos se dirigieron a la calle, donde las cajas de medicina yacían aplastadas bajo las ruedas del auto.
Las lágrimas comenzaron a brotar. No eran por el susto, ni por la fiebre, sino por la impotencia. Esas medicinas eran todo lo que le quedaba, todo lo que tenía para ayudar a su madre.
Katsuki observó en silencio cómo ella luchaba por mantener la compostura. Por un momento, pareció que iba a decir algo, pero se detuvo. Con un último vistazo, se dio la vuelta y se alejó, dejándola sola con
su desesperación.
Ella se quedó allí un momento más, reuniendo fuerzas. La fiebre nublaba sus pensamientos, y el mundo parecía girar a su alrededor. Con pasos inseguros, emprendió el camino a casa, preguntándose qué le diría a su madre, cómo conseguiría más medicinas, cómo seguiría adelante.
El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de naranja, indiferente a la pequeña tragedia que acababa de presenciar.
La caminata de regreso a casa fue una lucha constante contra su propio cuerpo. Las calles parecían más largas de lo normal, y cada paso requería un esfuerzo monumental. Su visión se nublaba por momentos, y el sudor frío le recorría la espalda.
Al llegar a casa, se detuvo frente a la puerta, intentando componerse. No podía preocupar a su madre, no cuando ya tenía suficiente con su propia enfermedad. Respiró profundo, ignorando el dolor en su pecho, y entró.
"¿Mamá?" llamó con voz ronca.
"En la sala, cariño", respondió su madre.
La encontró sentada en el sofá, hojeando un viejo álbum de fotos. Su corazón se encogió al ver la fotografía que su madre observaba: ella y su padre, años atrás, cuando la vida era más simple, cuando no tenían que preocuparse por medicinas o cuentas médicas.
"¿Cómo te fue?" preguntó su madre con una sonrisa esperanzadora.
Las palabras se atoraron en su garganta. ¿Cómo explicarle que no solo no había conseguido trabajo, sino que también había perdido las medicinas? La fiebre la hacía sentir como si estuviera flotando.
"Yo..." comenzó, pero un fuerte mareo la hizo tambalearse.
"¡Hija!" exclamó su madre, levantándose con dificultad para sostenerla. "Estás ardiendo..."
"Estoy bien", intentó decir, pero las palabras sonaban distantes incluso para ella misma.
"No, no lo estás. Ven, necesitas descansar."
"Las medicinas..." murmuró mientras su madre la
guiaba al sofá. "Lo siento... yo..."
"Shh", la calló su madre con suavidad. "Eso no importa ahora."
Se dejó caer en el sofá, sus ojos pesados por la fiebre. Lo último que vio antes de que la oscuridad la reclamara fue el rostro preocupado de su madre.
Mientras tanto, en otro lugar de la ciudad, Katsuki terminaba su patrulla. Pero algo lo molestaba, un pensamiento que no lo dejaba en paz. La imagen de aquella chica, la misma del restaurante, temblando de fiebre mientras miraba las medicinas destruidas, se repetía en su mente.
"Tch", chasqueó la lengua, irritado consigo mismo por no poder sacarse esa escena de la cabeza.
En lugar de dirigirse a su apartamento, sus pasos lo llevaron de vuelta a la farmacia cerca del incidente. Se detuvo frente al mostrador, recordando las cajas aplastadas en el asfalto.
"¿Puedo ayudarlo?" preguntó el farmacéutico, reconociendo inmediatamente al héroe.
Katsuki miró fijamente el mostrador por un momento antes de hablar.
"Necesito saber qué medicamentos compraron aquí hace unas horas..."
La noche había caído completamente sobre la ciudad, trayendo consigo una suave lluvia. En la pequeña casa, una madre velaba el sueño intranquilo de su hija, preocupada por la fiebre que parecía no ceder, mientras en las calles vacías, un héroe caminaba bajo la lluvia con una bolsa de farmacia en la mano, preguntándose por qué diablos estaba haciendo esto.