El teléfono temblaba levemente en sus manos mientras lo sostenía contra su oído. Su voz, suave y apenas perceptible, se quebraba ligeramente al hablar. —Papá... no es suficiente. Mamá necesita los medicamentos, y... —Hizo una pausa, apretando los labios para contener las lágrimas—. Ya no tengo trabajo, y las cuentas se están acumulando. Hubo un silencio incómodo al otro lado de la línea. Su padre suspiró, un sonido lleno de impotencia que traspasó el teléfono como un recordatorio de la distancia entre ellos. —Hija, estoy haciendo todo lo que puedo desde aquí. En cuanto me paguen este mes, les mando más dinero. Lo prometo. Pero... tienes que ser fuerte, ¿sí? Por favor, no te preocupes tanto. Ella asintió, aunque sabía que él no podía verla. No quería discutir. No quería decirle que "ser fuerte" era un lujo que no podía permitirse cuando su madre estaba postrada en cama y ella no tenía idea de cómo iban a afrontar las próximas semanas. Pero lo dejó pasar. —Está bien, papá —murmuró, su voz apenas un susurro—. Cuídate. Cortó la llamada antes de que su padre pudiera decir algo más. No podía seguir hablando sin romperse. Se guardó el teléfono en el bolsillo y salió del edificio donde había estado buscando empleo sin éxito. Ahora se dirigía al banco, porque aunque la situación fuera desesperante, debía hacer que el poco dinero que aún tenían alcanzara para cubrir lo esencial. Cuando llegó al banco, lo primero que notó fue la cantidad de gente. La fila serpenteaba incluso fuera del edificio. Sus hombros se hundieron al darse cuenta de que tendría que esperar horas para ser atendida. Sacó un número del dispensador automático: 237. Miró hacia el monitor. Estaban apenas en el 198. Suspiró y se dejó caer en una de las pocas sillas disponibles, sintiendo una punzada en las piernas por el cansancio acumulado. Sacó su teléfono para distraerse, pero no había nada interesante que ver. Las horas pasaron, y la fila avanzaba lentamente. Cada tanto le llegaba el sonido de alguien que se quejaba en voz alta, pero ella permanecía en silencio, como siempre. Finalmente, después de lo que le pareció una eternidad, llamaron al 237. Se levantó con un suspiro de alivio y se dirigió al mostrador. Pero justo cuando iba a hablar, un sonido ensordecedor la interrumpió. El suelo tembló bajo sus pies. Un ruido atronador, como si el cielo mismo se partiera, resonó en todo el edificio. Todos se quedaron inmóviles por un segundo, y luego el caos se desató. La gente gritaba, corría en todas direcciones, y el pánico se apoderó del lugar. Ella apenas tuvo tiempo de girar la cabeza cuando el techo comenzó a derrumbarse. Un fragmento de concreto cayó cerca de ella, haciéndola perder el equilibrio y caer al suelo. Antes de que pudiera levantarse, un pedazo de escombro más grande aterrizó sobre su pierna derecha. Un dolor agudo y desgarrador la atravesó, arrancándole un grito. Intentó mover la pierna, pero estaba atrapada. La desesperación la invadió mientras miraba a su alrededor. Había cuerpos por todas partes. Algunos inmóviles, otros luchando por liberarse. El aire se llenó de polvo, dificultando la respiración. Le costaba pensar con claridad. Pero entonces, a través del caos, escuchó algo que la hizo detenerse. Era un llanto débil, tembloroso, pero lleno de un miedo absoluto. Volteó la cabeza y vio a un niño pequeño atrapado bajo un montón de escombros a pocos metros de ella. Sus pequeñas manos trataban de empujar las piedras que lo rodeaban, pero no tenía la fuerza suficiente. —¡Mamá! ¡Mamá! —gritaba una y otra vez, con la voz quebrada. Sobre él, una gran viga metálica colgaba precariamente, cada crujido de la estructura indicaba que estaba a punto de colapsar. Ella sintió cómo el miedo se clavaba en su pecho, pero junto con él, algo más surgió: un impulso. No podía quedarse ahí. No podía dejarlo morir. Se mordió el labio para contener el dolor mientras usaba sus manos para empujarse hacia adelante. Cada movimiento hacía que su pierna atrapada ardiera como si estuviera en llamas, pero no se detuvo. Con cada centímetro que avanzaba, el llanto del niño parecía más cercano. —Tranquilo... todo estará bien —murmuró, aunque su voz era tan débil que no estaba segura de que el niño pudiera oírla. Cuando llegó a su lado, comenzó a mover las piedras con todas sus fuerzas. Su cuerpo temblaba por el esfuerzo, pero finalmente logró liberar al niño. Lo tomó en sus brazos con cuidado, tambaleándose mientras lo alejaba del lugar. —¿Dónde está mi mamá? —preguntó el niño entre sollozos. Ella no supo qué responder. No había visto a nadie más con vida cerca de ellos. Pero no tuvo tiempo de pensar en ello. El crujido de la estructura fue el único aviso que tuvo. Una sombra se proyectó sobre ellos, y ella supo que la viga estaba cayendo. Con todas sus fuerzas, empujó al niño hacia un espacio seguro. Lo vio rodar fuera de peligro, y por un momento, sintió alivio. Pero no para ella. El sonido de los escombros cayendo era ensordecedor. El polvo flotaba en el aire como una niebla densa, dificultando la visión. Ella lo sabía: no iba a salir de esta. La estructura sobre su cabeza crujía, cada segundo más cerca de colapsar. El niño estaba a salvo, pero su cuerpo estaba agotado, su pierna inutilizada, y no tenía fuerzas para moverse. La viga caería sobre ella. Cerró los ojos, aceptando su destino. No había tiempo para gritar, ni siquiera para pensar. Y entonces, ocurrió. Un estruendo aún más fuerte rompió el aire, como si una explosión hubiera estallado justo a su lado. Un calor abrasador pasó rozándola, y por un instante, el peso del mundo pareció detenerse. Abrió los ojos, desorientada, y entre el polvo vio una figura borrosa: una sombra que se movía a una velocidad imposible, envuelta por un aura explosiva. La sombra se materializó frente a ella, y cuando el polvo se disipó lo suficiente, lo vio claramente. Su cabello rubio desordenado brillaba bajo la luz mortecina del lugar. Sus ojos rojos, encendidos como brasas, la miraron con intensidad. Dinamight. Con un movimiento rápido y calculado, él extendió una mano hacia los escombros que caían sobre ella. Una explosión resonó en el aire, volando los fragmentos más grandes antes de que pudieran aplastarla. Las chispas iluminaban las grietas en la estructura como fuegos artificiales en medio de la tragedia. Ella no podía creerlo; era como si el tiempo hubiese retrocedido justo en el último segundo. —¡¿Qué demonios estás haciendo, tirada aquí como una idiota?! —gruñó, su voz grave resonando sobre el caos. Ella intentó responder, pero no podía hablar. El miedo, la adrenalina y el dolor la habían dejado sin palabras. Él la miró con impaciencia, como si esperara una respuesta. Pero no la obtuvo. —¡Tch! —chasqueó la lengua con frustración, inclinándose hacia ella. Antes de que pudiera procesarlo, él la levantó del suelo con un movimiento rápido. Uno de sus brazos la envolvió firmemente por la cintura, mientras ella sentía el calor abrasador que emanaba de su cuerpo. Su pierna herida colgaba inútilmente, pero él no pareció darse cuenta o, si lo hizo, no le importó. —Te dije que no te movieras, ¿verdad? —dijo, entre dientes, mientras se preparaba para saltar. Sus manos, cubiertas por sus guanteletes característicos, comenzaron a brillar con una luz naranja incandescente. Ella apenas logró levantar la mirada hacia él, sus labios temblando mientras intentaba articular algo parecido a un agradecimiento. —E-esper— —susurró, pero él la cortó de inmediato. —Cállate. No tienes tiempo para sentimentalismos, ni yo tampoco. Sin previo aviso, Dinamight despegó del suelo con una explosión que lanzó una onda de choque a su alrededor. El estruendo resonó por todo el lugar mientras él la llevaba en brazos. Ella sintió el aire golpeando su rostro, mezclado con el calor de las explosiones que controlaba para impulsarse. Todo pasó en segundos, pero para ella, fue como si el tiempo se hubiera detenido. Desde el aire, Dinamight escaneó la zona con rápidos movimientos de sus ojos. El edificio estaba completamente colapsado, y las grietas en las estructuras cercanas indicaban que el peligro no había terminado. Pero él no parecía dudar ni un segundo. Encontró una zona lo suficientemente segura y descendió con otro estallido controlado, aterrizando con precisión. Cuando tocaron el suelo, Dinamight la depositó con cuidado—o al menos, tanto cuidado como alguien tan áspero como él podía tener. Sus movimientos eran bruscos, pero no torpes. La dejó recostada contra un pilar relativamente estable, y luego se arrodilló frente a ella, evaluando rápidamente su estado. —Tu pierna está hecha un desastre —comentó, su tono seco, pero con un trasfondo que parecía más preocupado de lo que él mismo admitiría. Ella apenas podía mantenerse consciente. Todo le dolía, pero aún así, logró susurrar: —E!l... el niño... ¿está...? —Está bien, gracias a ti. Pero si piensas que voy a dejarte morir aquí después de semejante estupidez, estás aún más loca de lo que pareces. Él se levantó, lanzando una mirada rápida hacia el desastre que los rodeaba. Sus manos ya brillaban de nuevo, listas para otra explosión. —Quédate aquí. No te muevas. —Su tono era autoritario, como una orden que no esperaba que desobedeciera. Ella quiso decir algo, tal vez "gracias", pero no pudo. Las palabras no salieron. Antes de que pudiera intentarlo de nuevo, él ya estaba lejos, corriendo hacia el caos, su figura envuelta en explosiones. Y entonces, la oscuridad la envolvió, pero no antes de que su última imagen fuera la de Dinamight, enfrentándose al desastre sin dudarlo ni un segundo. Había llegado como un huracán, y se había marchado igual de rápido, dejando solo el eco de sus explosiones y la sensación de que, por primera vez, alguien la había protegido.