Eclipse Ascendente

Aquellos que Aún no Son Héroes

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Ah, un invierno frío. Ese tipo de invierno que te congela hasta los huesos, como si el mundo entero hubiera decidido ponerse un manto blanco, casi como una broma de la naturaleza. Las montañas de Valeria, grandes e imponentes, se alzaban por encima, como gigantes que jamás conocieron lo que era un 'día flojo'.

Este mundo, tan vasto y tan… dramático, ¿no? En este lugar, los elementos no solo moldean la tierra, sino también el destino de la gente. Los clanes, esos viejos grupos que han sobrevivido desde que los primeros humanos decidieron hacerse un nombre bajo las estrellas, llevan siglos existiendo, como si fuera lo único que nunca cambia. Bueno, los países sí han cambiado, eso está claro, pero los clanes... siguen ahí, haciendo lo suyo.

Los tiempos antiguos, ¿quiénes no los recuerda? Las sombras de esos fundadores que todavía parecen acecharnos, como si sus decisiones fueran las que nos traspasan el peso del futuro: ¿paz o destrucción? Nadie lo sabe. Pero, seamos honestos, las cosas no están tan tranquilas últimamente, y esa paz que nos vendieron hace siglos... bueno, digamos que no es más que una idea bonita en un libro de historia.

Los clanes, que hace tiempo parecían estar perfectamente equilibrados durante siglos, están a punto de caerse por un barranco. Y, por si fuera poco, el viento de la guerra comienza a soplar con más fuerza, como si a alguien le gustara hacer ruido

Cada elemento, cada nación, parece estar luchando no solo por el poder, sino por algo más básico: sobrevivir. En este caos, el Lysae —ese poder misterioso que los dioses nos regalaron al principio de los tiempos— tiene la capacidad de cambiar la realidad misma. Un detalle pequeño, ¿verdad?

Y entre todo esto, existía un clan llamado Valeryon. Bueno, si llamas 'existir' al hecho de estar ahí desde los tiempos antiguos, con la misma antigüedad que la creación de este país. Sí, hace tanto tiempo que ni los libros parecen estar de acuerdo con cómo empezó todo. Los hombres y los dioses, caminando juntos, casi como compañeros de trabajo, hasta que los Valeryon decidieron hacer su aparición. No eran parte de la realeza, pero se metían en todo, como si fueran las piedras en el zapato de los grandes nobles.

De este linaje, en algún momento, nacería alguien. No me pidan que les diga si fue por suerte o por desastre, pero esa persona sería la que, al final, tendría un futuro algo distinto a los demás.

Claro, no eran los únicos. Los Valeryon tenían cinco casas —subclanes, si quieres ser preciso— que se extendían bajo su bandera. Cada casa marcaba a los suyos según el don elemental con el que los dioses los habían bendecido. Los dioses: Sun, señor del fuego y la voluntad, siempre tan ardiente y decidido; Valko, guardián de la tierra y el deber, inflexible como las rocas; Domio, espíritu del agua y el equilibrio, calmado y profundo; Metis, señora del aire y el juicio justo, ligera como el viento pero siempre certera; y Alphonis, amo del rayo y del cambio, impredecible y, en ocasiones, destructivo. Cada casa representaba un fragmento de estos poderosos seres, una raíz distinta del mismo árbol antiguo, con un propósito común... o eso decían los viejos sabios.

Pero, claro, no todos los clanes compartían esa visión del mundo. No todos querían estar bajo el mismo cielo. Y no importa cuánto lo intentaran, las diferencias siempre estaban ahí, como una nube que se niega a desaparecer.

Lejos de todos esos juegos de poder y armonía, la nieve caía de manera menos elegante. El viento soplaba con una furia que parecía presagiar algo malo. Como si estuviera anunciando que lo peor estaba por llegar.

Lo extraño no fue lo que hizo, sino lo que siguió después. Al menos, eso es lo que me contaron años después. Dicen que alguien subió los mil escalones con pasos pesados, cubierto por una capa negra empapada por la lluvia. En sus brazos, un bebé envuelto con cuidado, dormido, ajeno al destino que lo esperaba.

Cuando llegó al altar del templo, uno de los monjes lo interceptó.

—No puedes simplemente dejarlo aquí —le dijo el monje, con firmeza, pero sin levantar la voz.

El hombre bajó la mirada, sin quitar la capucha. La sostuvo un segundo… y luego susurró:

—No hay otro lugar. Si se queda conmigo, morirá.

El monje guardó silencio, leyendo en ese rostro oculto algo que no comprendía del todo, pero que pesaba.

—¿Quién es el niño? —preguntó al fin.

—Alguien… que merece vivir —respondió el hombre, con un temblor en la voz que se ahogó antes de romper.

Luego puso al bebé en los brazos del monje y dio un paso atrás. No esperó palabras de consuelo. Solo se giró y descendió sin decir más.

Y ese momento, tan pequeño, tan aparentemente insignificante, fue el inicio de todo. A veces me pregunto si ahí ya estaba escrita nuestra historia… o si simplemente fue el primer error que no supimos leer. Pero bueno... eso ya es parte de otra historia, historia que no vi con mis propios ojos, claro. Pero he oído esa historia tantas veces que casi siento que estuve allí, escuchando el primer llanto…

…el mío.

⬧⬧⬧

Mas al sur, desde el cielo que brillaba un intenso azul, se divisaba una ciudad donde el murmullo de la gente se escuchaba por doquier. La felicidad inundaba los cimientos de aquella población, como si los dioses mismos sonrieran desde lo alto.

Entonces, se escuchó un grito.

No de miedo. Sino de vida.

En una de las casas, apartada del bullicio central, el llanto de un recién nacido rompió el aire cálido del mediodía.

—¡Es un varón! —exclamó la mujer, sosteniéndolo con manos temblorosas y ojos llenos de asombro—. Tiene… ¡tiene el brillo en la mirada!

—Por supuesto, ¡es de mi hijo de quien hablamos! Su mirada… ¡su mirada mueve el mundo! —dijo el hombre con el corazón en la garganta, como si pudiera ver el futuro a través de esos ojos.

En este mundo donde los ojos representan las cualidades, virtudes y sobre todo, la verdadera naturaleza de una persona, aquel niño nació con una mirada única. Sus ojos, de dos colores entrelazados en espiral, mostraban un verde vibrante como los bosques vivos y un rojo ardiente como el corazón del fuego.



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En el texto hay: violencia, escenas sensibles, lenguaje fuerte

Editado: 02.05.2025

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