Selene
“Idealizas tanto a una persona que crees que la conoces”. Caí bajo está premisa. Esta que siempre repiten las personas.
Asumo que yo también la repetí tanto que hasta me la creí. Fue mi culpa creerle a un corazón malherido, acostumbrado al dolor, porque es lo único que podrá otorgarme a cambio de mi amor: dolor.
Qué sorpresa tan inesperada me llevé al darme cuenta que a la persona que nunca conocí fue a mí misma.
—Realmente no me conoces, solo idealizas una versión mía. Una que no sé si puedo lograr. Una perfecta versión de mí misma que ni siquiera yo conozco. Que ni siquiera yo puedo imaginar —me lo repetía tantas veces mi mente y gran parte de mi corazón al estar con Miquel, que terminé acostumbrándome este pensamiento.
Aún cuando yo creía que él me conocía. Era una imposibilidad, porque si yo no me conozco, ¿cómo lo haría él? Al contrario, estaba enamorado de la versión que yo misma inventé para el mundo. Una que se volvía cada vez más complicada mantener viva.
Por ello, el silencio era mi aliado, mi mejor amigo. Me brindaba el sentimiento que tanto necesitaba: comodidad. Estar en silencio era estar en paz. Sin problemas, sin regaños, sin tristezas.
Desde que tengo memoria, siempre amé la noche. Por el simple hecho de apreciar la luna. Este inmenso cuerpo de luz que, por alguna razón, conectaba con mi alma. No habla, solo brilla. No grita, solo ilumina. Pero sí llora. O, al menos, eso es lo que puedo percibir al verla.
El alma de una mujer encerrada, desamparada, en busca de su amor. Un amor prohibido y perdido. Sus súplicas arrullan a la tierra y sus lágrimas riegan el suelo.
Con todo y su dolor, al verla, el mensaje siempre es el mismo: el susurro de una voz angelical, cálida y tranquila:
—Todo estará bien.
Un mensaje tan simple que siempre llena mi corazón y que guarda todos mis secretos.
Cada noche hablaba con ella, de mis días, de mis problemas y de mis tristezas. Porque me escuchaba y no juzgaba.
¿Qué dirá?¿Me escuchará?¿Me verá?¿Me amará?.
Gran parte de esta hermosa mentira, de creer que hay una mujer allí que me cuida. Se lo debo a mi abuela, Aurora. Ella y sus viejas leyendas.
Así sabía que en la Luna se encontraba Meztli, la diosa de la Luna. La silueta de la mujer que siempre me escucha y que brilla cada vez más fuerte solo para mí.
¿Por qué brilla para mí?¿Qué me hace especial?.
La noche de aquel día se tornó callada más de lo normal. Equivalente a más tranquilidad para mí. Bueno, al menos eso creía.
Hasta que un pinchazo en mi corazón incómodo a mi cuerpo, la sensación de un escalofrío retumbó en mis músculos, el sonido agudo de chillido me entorpeció y mi respiración agitada me tumbó.
Me senté en mi cama, mirando directo por la ventana.
—Mi abuela —dije en voz baja, mientras apretaba mi pecho con mi mano.
Mi cerebro me jugaba una mala broma. Por mi mente miles de escenarios de lo que podría estarle sucediendo a mi abuela. Demasiadas leyendas pasaban por mi cabeza: la llorona, el eclipse, vampiros, gigantes, oscuridad, nuestros peores temores, flores, cempasúchil, andrómeda, muerte.
Mi muerte.
Necesito que mi abuela llegue. Necesito que me diga que está bien. Qué me dé las buenas noches. Que me abrace.
Nadie imaginaría que aquella joven adulta de 22 años, con cabello negro y ondulado, que día a día siempre está sonriendo, con ojos grandes que al sonreír se vuelven pequeños y rasgados, estaba hecha trizas en su interior. Podía admitir como mi mayor defecto mi gran temor al futuro, catalogado por muchos de mis doctores como ansiedad.
Estar dentro de esta mente era la constante sensación de preocupación, de insuficiencia y de sobreanálisis. Siempre recordando que mi juventud acabaría y que la adultez, junto a sus responsabilidades, me hundirían a mí y a mis ilusiones.
La abuela aún no llegaba, y en verdad la necesitaba. Cada minuto de espera era una gota más de preocupación y necesidad por verla. Suplicaba al universo que ella estuviera bien.
Recosté la cabeza en mi ventana. Sonará raro lo que diré, pero sí, necesitaba que mi abuela estuviera aquí para poder dormir
¿Pero para qué la esperaba cada noche?.
Sencillamente, para poder platicar de nuestros días. El único pequeño momento en que ambas podíamos conversar. Sus pláticas e historias eran como el susurro de Meztli: tranquilidad y templanza.
Además, mi abuela, por alguna razón, siempre termina contándome su famosísima leyenda del Sol y la Luna.
Si, la leyenda de unos enamorados que se separan y dan su vida para salvar el mundo, salvar a los humanos y proteger la tierra. La misma historia que me cuenta desde que nací.
Si te soy honesta, yo no daría mi vida por este mundo. Pero, en fin, es una leyenda, ¿qué no? Es decir, no es real.
Disfrutaba cada vez que mi abuela me la contaba, porque sabía que para ella era un recordatorio de esperanza, de amor familiar y de un secreto que nunca me ha querido contar.
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Editado: 08.01.2025