Eclipse de Mar

Capítulo 15: Sol naciente

CAPÍTULO 15 
SOL NACIENTE 
Últimos días del SaltWater en Alcalia 
Comienzo del nuevo ciclo lunar 

Nailah notó mientras se alejaba de su niña, que era la primera vez que sentía un dolor tan arraigado en su ser, que hubiera podido colapsar hasta su misma alma. No creyó que hubiera una tortura más agónica que la de perder a un hijo, y pensó así, que ya Atros no podría provocarle un sufrimiento mayor que el que ahora, desgarraba su corazón. 
Faltaban un par de horas para el amanecer, esos serían los últimos momentos en los que aún estaría cerca de Nivia, pensó, pero no se detuvo. Con cada paso, se alejó más de ella, pero supo que estaba haciendo lo necesario. De pronto, se acordó del diminuto frasco que guardaba en el bolsillo de su pantalón, entonces lo ingirió, habiendo seguido las indicaciones del doctor Martin.  
La selva dibujaba sombras entre los árboles encumbrados, los sonidos de miles de cantos arrullaban la atmósfera oscura, y entre las ramas se trazaban las delgadas líneas rojizas de la luz de aquella luna escarlata, entonces Nailah lo vio, allí, a unos pocos pasos de distancia, encorvado y envuelto en sus propias tinieblas. Su rostro lleno de furia, sus ojos fijos en ella. Era Ward, quien, de una manera extraña, había dado con el mismo sendero por el que Nailah caminaba.  
—Así que así es como nos volvemos a encontrar dama silenciosa…usted que ha decidido traicionarme…cuando le he ofrecido mucho más de lo que cualquier hombre le hubiera podido dar, hubiera usted compartido todo ese oro y esas riquezas que sé muy bien que se hallan escondidas en alguna parte de esta maldita isla… ¡Si usted hubiera estado junto a mí! ¡Lo que hubiéramos logrado juntos! Pero no, ha decidido estar junto al doctor… ¡Ese maldito embustero! ¡Otro traidor! Pues ahora lo verá de nuevo…se lo prometo...—le dijo abalanzándose sobre ella. 
— ¡El oro y las riquezas de Alcalia nunca serán descubiertos! –Le gritó Nailah, sin darse cuenta. 
— ¡Entonces habla! …pues bien, ¡su silencio la ha delatado!, el hecho de que haya querido huir de mí, y el que ahora mismo esté usted en el centro de esta isla… ¿De dónde ha venido? ¿Y su pequeña hija? Pero si todavía quiere engañarme… ¡Ocultarme lo que es cierto! Me va a llevar a donde se ocultan esos tesoros o no me detendré hasta dar con su niña y no podrán volver a escaparse…no se preocupe por el querido doctor Martin, me aseguraré de que nos acompañe…y reciba su merecido —le dijo al instante en que se había acercado lo suficiente como para poder tomarla de los brazos, pero se asombró al ver que no pudo hacerlo. 
— ¿Se acuerda de sus torturas señor Ward? ¿Se acuerda del agua dulce que hacía que colocaran en la comida? Bien, mi cuerpo humano también puede eliminarla…no seré yo quien vuelva a ser una prisionera…usted lo será, de su propia furia y rencor, de su propio odio y ambición, y, sobre todo, será usted destruido por su propio orgullo ¡y su cruel obsesión! —Entonces lo había tomado de los hombros y así lo sostuvo por unos minutos hasta que aquel hubo escuchado todo lo que ella había querido decirle antes. 
—Eso ya me lo ha dicho su querido capitán Bennett, justo antes de morir, mi dama silenciosa… ¿todavía cree que esas palabras pueden herirme? ¿O causarme temor? He visto muchos infiernos, a nada le temo, nada tengo que perder…pero usted sí, ahora ¡máteme! ¡Vamos, acabe conmigo! Pero lo que está detrás de mí la perseguirá…por siempre…—respondió él, abstraído en su ira. 
—Lo haré señor Ward, usted morirá, aquí mismo, no tendré piedad…lo único que me pregunto de los hombres es ¿por qué tanta maldad? ¿Por qué tanta furia? 
—Y… ¿Por qué no?... ¿Por qué debo ser generoso y tener buena voluntad?... ¿En dónde está la recompensa?... —Le cuestionó él, casi sin ya poder respirar debido a que Nailah lo había sujetado del cuello y lo mantenía elevado por sobre uno de los abismos que rodeaban la zona de la cueva oculta. 
—La recompensa…está en honrar su alma señor Ward, la malicia en su corazón hará que la oscuridad le quite toda la libertad de su espíritu, así sólo sentirá dolor y vivirá en un constante tormento, pero usted nunca lo entenderá… ¿No es así? —Respondió ella y entonces lo dejó caer a las oscuras fauces de aquel hueco hondo sin retorno, ni misericordia. 
Los ojos de Nailah estaban enrojecidos, al igual que la inmensa luna que se despedía del océano a lo lejos. Ella supo que no debía usar su fuerza en extinguir la vida de los hombres, sino en socorrerlos, como había sido esa la misión de muchas de su especie durante tantos siglos pasados, pero esta vez, había sido una excepción. Se juró, así, jamás volver a imponer su divinidad mística, propia de su naturaleza, por sobre la fragilidad de otro ser humano. 
Caminó durante una hora más, hasta que divisó la playa, el amanecer y junto a él, el sol emergía trayendo consigo las primeras luces del día. Tuvo un instante, un momento que significaba la eternidad misma, lo pensó, volvió a anudarse su corazón, a quebrarse su alma, las lágrimas cayeron por sus mejillas, sus ojos volvieron a ser tan cristalinos como las aguas de las que ella provenía, tuvo ese instante, mientras el sol aún permanecía sobre el horizonte del mar, y lo dejó ir. Se arrojó sobre la arena, estaba exhausta, a pesar de haberse recuperado completamente de los efectos del agua dulce, pero se sintió derrotada, nada en ella sería luz como antes, y supo entonces, que lo que ese tirano le había dicho, era muy cierto. Nailah partiría, pero ya no estaría entera. 
El doctor Martin estaba vigilando a distancia, al tanto que los demás concluían con los preparativos para dejar la isla, así, alcanzó a verla, vestida con las ropas de marinero que le había proporcionado y que serían más cómodas para la travesía por la selva, entonces corrió hacia ella y la abrazó sin pensarlo. Ella recordó lo que un abrazo podía brindar a un corazón atormentado, y se dejó sentir.  
—Lucas…he hablado…él oyó mi voz, lo sé, ahora Atros podrá encontrarme…debemos partir cuanto antes… ¡Debemos alejarnos de esta isla! ¡No debe hallar mi rastro! —Le dijo ella impactada. 
—Nailah…pero, ¿qué ha pasado? ¿Pudiste poner a salvo a Nivia? ¿Has visto a Ward? ¿Acaso las ha atacado? 
—Lo he cruzado, allá en la selva…pero él ya no será una amenaza para nosotros, podemos partir en el barco y olvidarnos de que Alcalia existe, es lo que yo haré, debo olvidar esta isla para que así Atros no pueda hallar jamás a mi hija, ella crecerá aquí y será parte de la vida de este lugar…—le dijo al doctor Martin mientras elevaba una oración sagrada otorgando una bendición de protección sobre la isla.  
—Muy bien, no es mi deseo cuestionar más sobre el tema Nailah, prefiero no saber…es mejor que nos marchemos, es como debe ser…yo siempre estaré a tu lado…aunque tú nunca puedas amarme…—le dijo esta vez, sin ataduras. 
—Una vez decidí amar, Lucas…y he provocado que ocurra todo esto…no debí tomar ese riesgo, a veces es necesario sacrificar un sentimiento, aunque cause agonía y dolor, para evitar una tragedia irremediable...—le dijo ella mirándolo a los ojos y sosteniendo su mano— no prometo amarle…aunque he aprendido que el amor se presenta en muchos matices, así que prometo estar también a su lado, ambos nos protegeremos de ahora en adelante —finalizó, siendo sus palabras tan humildes como sinceras. 
El barco estaba listo, la tripulación había ocupado sus puestos, los marineros que habían apoyado a Ward serían arrestados y llevados a juicio por insubordinación, y tenían suficientes provisiones hasta que pudieran arribar a otras tierras, todo había sido preparado y organizado.  
El SaltWater volvía a ser un hogar para sus hombres, atrás quedaba la isla de Alcalia. Así, el capitán Davies hubo ordenado una gran comida para celebrar la victoria, y con él, sus amigos Jones y el joven Evans, sonrieron felices y llenos de nuevas esperanzas.  
Lucas y Nailah serían compañeros de un viaje inesperado, a la vez que la vida de Nivia comenzaría a despertar como si fuera un sueño de fábula, aunque nada sería más real. 
Alcalia fulguraba su incandescente matiz multicolor por sobre los picos de las montañas nevadas, por sobre las cumbres de las colinas envueltas en aquella frondosa arboleda que se elevaba imponente lejana a toda maldad. Y en el horizonte del mar, más allá de las vastas playas de la isla, reflejaba su cálida luminiscencia, sobre las mareas, aquel sol naciente que anunciaba el inicio de una era olvidada, de un mundo que se había creído perdido, del regreso de una luna que había habitado en las sombras por demasiado tiempo. 

 




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