Eclipse de Mar

Capítulo 22: El lenguaje de los ancestros

CAPÍTULO 22

EL LENGUAJE DE LOS ANCESTROS

Una vez que Elena hubo llegado a la biblioteca, la señora Adabel la recibió con la amabilidad de siempre, y llamó al profesor para que bajara de su despacho.

—Señorita Elena, el escrito que me ha entregado es antiguo, muy antiguo, y el lenguaje usado en esa hoja es increíblemente ancestral…venga, subamos a mi estudio y me contará de dónde lo ha sacado —le dijo Augusto mientras ambos subían al primer piso de la vivienda. Al entrar, Elena observó un gran librero, allí vio algunos libros de sus autores favoritos, encontró una colección de Poe, otra de Dickens, una de Verne, así como también algunos libros de Kafka y dos ediciones perfectamente cuidadas de Herman Hesse, Demian y El lobo estepario, y se asombró también al ver algunas novelas de Adam Nevill y “La Gárgola” de Andrew Davidson, uno de sus libros preferidos. En una pared lindante a un escritorio lleno de cuadernos de anotaciones y de mapas apilados, observó varios cuadros, en los que figuraban los títulos y algunos diplomas de Augusto, y en donde se especificaban las muy diversas especialidades que había estudiado.

—Discúlpeme profesor Alba, pero no podré decirle cómo obtuve esa copia, es de un libro, que tampoco podré enseñarle, es un asunto muy delicado…necesitaba la traducción, pero ahora debo pedirle absoluta discreción, acudí a usted por recomendación de mis tías, confiaré en que esto será un secreto y en que permanecerá en el misterio, le haré el pago por el trabajo…por favor dígame cuánto es y me iré —le contestó ella, guardando el folio en donde había colocado la copia y solicitándole la traducción.

—Elena, me niego a entregarle mi trabajo sin tener más información sobre lo que ocurre aquí…y la razón es que estas líneas encierran un encantamiento muy poderoso y letal…esto es muy serio, usted se ha metido en temas muy oscuros…debo advertirle que es en extremo peligroso…puede que otras personas no crean en estas cosas, pero yo sí, y esos párrafos no deberían ser leídos por nadie más.

—Lo siento profesor, no puedo ponerlo en riesgo…deme la traducción por favor, debo saber lo que dice…es indispensable, la guardaré y le prometo que nadie más la leerá —le dijo, y le arrebató de las manos la carpeta en donde Augusto había colocado la obra ya traducida.

De pronto, Elena comenzó a sentir un repentino mareo, y sin poder evitarlo, se desplomó sobre el suelo del estudio, sintiendo una fuerte presión sobre el pecho.

— ¡Señorita! ¡Dios mío! Llamaré a emergencias...quédese conmigo… ¡responda, responda! —Exclamó el profesor, sujetándola para que no se golpeara la cabeza al caer al piso.

—Creo que no podré seguir despierta…me siento muy cansada…no puedo…—le respondió ella, cayendo en un profundo sueño.

— ¡No! ¡Quédese conmigo! ¡Señorita Elena! —Repitió Augusto, pero ella perdió la consciencia y sintió que se alejaba de todo lo que conocía, como si algo la arrastrara hacia una niebla oscura.

—Elena… ¿cómo has podido pensar que me alejaría de ti? No me has vuelto a ver porque Nivia me lo ha impedido…pero su fuerza no está completa…y ahora tienes en tu poder algo que debe ser mío...—escuchó en medio de esa niebla espesa que la rodeaba.

—Sé quién eres…has vuelto, pero lo presentía…pues no lograrás tus fines…no te tengo miedo, sé lo que soy y lo que debo hacer…—entonces hizo lo que su abuela le había dicho, y llamó varias veces a Nivia, y lo que ocurrió a continuación la impactó. Sintió una suave brisa que lentamente fue envolviéndola, y pronto la alejó de aquella oscuridad…ya no oyó la áspera voz de Atros, en cambio, una suave melodía fue calmando los latidos de su corazón, entonces, pudo verla.

Nivia se había hecho presente, aquella le sonrió y la calidez de su mirada se reflejó en una luz que la cubrió por completo. Así, abrió los ojos, halló al profesor sosteniéndola en sus brazos, y a la señora Adabel hablando por el teléfono del despacho, estaba llamando a emergencias.

—No, por favor, no llamen a nadie…estoy bien —dijo Elena, quien se incorporó y tambaleante se sentó en una de las sillas ubicadas junto al escritorio de Augusto.

—Tenemos que llevarla al hospital Elena, usted necesita atención médica urgente…—le dijo él, quien se mostraba muy preocupado y no dejaba de sujetar su mano, a la vez que tomaba su pulso.

—No es necesario…esto ya me ha pasado antes —respondió ella, recordando que era la segunda vez que caía inconsciente durante el día, suceso que no le había contado ni siquiera a su abuela. La primera había tenido lugar cuando una tarde, volvía de su trabajo y se había desmayado dentro de su casa, por suerte, porque nadie lo había advertido aquel día.

—Su corazón latió muy rápido…—deben revisarla, insistió Augusto, la señora Adabel, quien había colgado la llamada, volvió a alzar el teléfono.

—Por favor, no, se lo ruego…se lo explicaré profesor…—instó Elena.

—Está bien…haré una excepción extraordinaria con usted —le dijo él, aunque dudando de si era acertada su decisión, entonces pidió a la señora Adabel que bajara y le trajera agua.

—Usted no me conoce profesor, y me temo que tendré que contarle algo que le resultará tal vez, precipitado y por supuesto, que le parecerá una locura, pero deberá oírme…sin interrupciones… ¿me escuchará? ¿O prefiere llamar a emergencias de nuevo? —Le cuestionó ella, ya sintiéndose mucho mejor. El color había vuelto a su rostro y el mareo había desaparecido.

—Cuénteme entonces señorita Elena…necesito saber qué es lo que sucede aquí…—respondió Augusto, sentándose a su lado, mientras le daba un vaso con agua y le pedía a la señora Adabel que los dejara solos, comunicándole que no recibiría a nadie más esa tarde, que cerrara la biblioteca y se fuera a casa. Ella, quien también se había preocupado por Elena, asintió, y se marchó, muy a su pesar, porque quería saber lo que había pasado, sin embargo, confiaba en el profesor, y sabía que luego él le daría una explicación de los hechos.




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