Eclipse de Mar

Capítulo 28: La confesión

CAPÍTULO 28

LA CONFESIÓN

La noche estaba llena de estrellas, el cielo despejado hacía que ellas brillaran todavía más, y en su casa, Elena se preparaba para asistir a la gala de graduación. Sus tías habían quedado encantadas con Luna, un poco sorprendidas al verla llegar, pero se sintieron muy alegres con su presencia saltarina dentro del hogar.

—Elena, él ha llegado…está en la sala —le dijo Amelia, quien estaba en la planta baja preparando la cena.

—Buenas noches profesor…está usted muy guapo y elegante —se oyó, Josefina llamó a su sobrina, y entonces Elena bajó por las escaleras. Se veía hermosa y muy sofisticada llevando el delicado vestido hecho por su tía.

—Hola Augusto…te pido disculpas por haberte propuesto ir al baile apenas una hora antes, es que debo presentarme con alguien…—a lo que su tía Amelia la interrumpió sonriendo.

—Y no pudo haber elegido a nadie más…tenía que ser a usted querido profesor —le dijo al tanto que Augusto sostenía de la mano a Elena al bajar el último escalón.

—Luces encantadora…—le dijo él, sus miradas se cruzaron con cierta timidez y una profunda admiración.

—Muchas gracias Augusto, usted también luce muy bien esta noche —le dijo ella, recordando esa línea que él le había dicho, “luces encantadora”, no le había dicho “bonita” o “hermosa”, y eso despertó una ternura en su corazón que ella había pensado perdida hacía un tiempo, pues “ser encantadora” era absolutamente más preciosa que cualquier otra descripción que él hubiera podido darle.

Una vez que hubieron llegado a la galería de arte, en donde se había organizado que se realizaría el baile de la noche de graduación, Elena saludó a algunas de sus compañeras de estudio y se encontró con Celeste, se abrazaron y rieron muy dichosas de sus triunfos, ella había ido, en efecto, acompañada de Marlon, quien se quedaría hasta la medianoche, luego tenía que viajar y con quien habían concordado seguir en contacto a pesar de la distancia. Celeste, rebelde y pícara como siempre, le guiñó un ojo a su amiga, en señal de que tendrían que ver en la marcha cómo funcionaría esa relación.

Así, se hicieron presentes el decano de la universidad, algunos profesores y autoridades de la institución y se realizó la ceremonia de entrega de títulos. La noche transcurrió lenta y muy amena.

La suave brisa del océano cubrió el pueblo de su característico aroma a mar, la luna en lo alto, iluminó con su luz nacarada, las calles casi desiertas de la isla, porque había iniciado la temporada de vacaciones, y muchos habían decidido partir hacia otros lugares. Las clases habían terminado, las escuelas estaban cerradas, se acercaba la época navideña y de fin de año. Elena estaba feliz y radiante.

Era casi medianoche, habían bailado bastante y se habían divertido entre charlas y risas con amigos, compañeros y colegas de la facultad, entonces Augusto le dijo que viera hacia el balcón de la sala principal, en donde ellos se encontraban, el faro a lo lejos envolvía la isla en una suave luminiscencia crepuscular.

—Tendremos nieve para la Nochebuena, el otoño se irá…y creo que este invierno… no, lo afirmo, será más llevadero que el anterior…—le dijo Augusto, mirándola a los ojos.

—Sí, estoy segura de que la vista de las colinas nevadas atraerá a más turistas, el pueblo se verá precioso…mis tías aman la época navideña, ya las veo comenzando a organizar las decoraciones y los preparativos…—comentó ella, fascinada por aquella estela blanquecina que surcaba la isla, el faro siempre había sido uno de sus lugares favoritos, y el profesor lo sabía.

—Te cuento que me mudaré…he decidido vender la biblioteca…—anunció él, de pronto, entonces Elena lo miró fijamente y con mucha seriedad.

— ¿Cómo que se mudará? Pero… ¿a dónde? –Le cuestionó ella sin tutearlo.

— ¿Quieres saberlo? No te imaginarías ni en mil años…aún así sé que si te lo digo te parecería una locura…tal vez, pero quiero decírtelo —le contestó él.

— ¡Pues dímelo entonces! Lo siento, a veces se me olvida…que somos amigos, es que te admiro y respeto Augusto, y espero que no te vayas de la isla…—le remarcó ella, sentándose en una silla contigua al balcón y viendo las cortinas de seda danzar con la brisa fresca.

—Te lo diré…ya no te haré sufrir más Elena, aunque fue un gusto saber que al menos me extrañarías si me fuera…he comprado el faro…el padre de Bastian, de quien me contaste recientemente, ha aceptado vender sus tierras, junto con la cabaña y el valle, sé que estás al tanto de su partida, bueno, no sólo a ti te ha fascinado siempre ese lugar…de hecho, a mí siempre me ha encantado…pero no lo he comprado para mí...puedo confesarlo ahora, esta misma noche…—Elena continuó viendo a sus ojos, quiso sonreír, sintió que era lo que ella había estado advirtiendo desde hacía un tiempo, y vio en su corazón lo que había estado anunciándose ante ella y sin poder haberlo comprobado antes. Sin embargo, ahora lo sabía con certeza, se había enamorado, pero no como en el pasado, temiendo, anhelando, entre angustia y desilusión, entre melancolía y emociones frustradas. Se había enamorado sin pensarlo, sin haberse detenido a ver qué penas o lamentos podrían causarle, sin preocupación ni incertidumbre, quería al profesor, y no se había dado cuenta, que él se había vuelto su mejor amigo, desde el inicio de toda aquella travesía, que él no había tenido ninguna duda, que había sido tan valiente como lo era ella, ahora lo veía todo, como él era.

—Tú me amas…—le dijo Elena.

—Y no me lo estás preguntando…—le respondió él.

—No…es lo que siento, sabes que puedo sentir muchas cosas con anticipación…pero no entiendo, no pude verlo antes…—entonces Augusto tomó sus manos.

—Tal vez hay algo que no puedes ver…sólo sentir Elena, ¿te lo has preguntado?

—Y lo he sentido, incluso antes de saberlo…pero nos conocemos hace tan poco…




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