Se bienvenido a mi vida, a mi grandiosa realidad.
Deben perdonarme un poco, aún no me acostumbro a hablar de ello, en realidad nunca lo hago, así que siéntanse especiales.
No mentí en mi nombre, ni en mi edad, ni mis amigos, ni mi familia. Te mentí cuando me hacía la tonta queriendo evitar a toda costa mi naturaleza, porque si, sabía desde que era pequeña que tenia dones extraños.
Y no, no me siento afortunada, para nada.
Tal vez hace unos meses me estaba quejando de la rutina, de hecho fue así desde que tengo diez años, desde lo que pasó con mis padres. Me mudé a este pueblo con Dulce, tuve que adaptarme a sus reglas para no evidenciarme, porque dicho por sus propias palabras: No hay peor castigo que vivir con una maldición como la que me heredaron.
Si, sabía que estaba maldita, aunque no creía que con esa magnitud.
Seguía siendo una chica inexperta en ese ámbito, pocas veces practiqué mi esencia y mis dones, pero jamás supe en realidad cuál era mi función en esta vida. Hasta que llegaron ellos.
Lo hermanos Voult.
Desde el primer momento que los conocí, sabía que había algo extraño con ellos, su cercanía era distinta a los demás porque lograban ese nudo en mi estómago, como si tuviéramos una conexión como la que tenía con Arthur.
Primero fueron pesadillas, recuerdos desbloqueados de mi pasado, luego lo que había pasado en casa de Nate aunque en realidad no recuerdo absolutamente nada, y eso es lo desconcertante.
––Así que dime ¿Qué quieres saber?–– la voz de Apolo me trajo de nuevo a este momento.
––¿Qué es lo que soy?
Bufó. ––Creí que ya lo sabías, Marie.
––Se que soy una… ¿Bruja?–– estaba confusa, tal vez porque no sería el prototipo normal de una. ––Pero no entiendo, las dimensiones no las recuerdo, solo entró y salgo en blanco.
Omití unos detalles, tal como que recordaba la primera interferencia, lo de la casa de Tyler, el panorama del bosque y la última visión. De allí en adelante no sabía nada.
––Porque sigues en proceso de negación.–– respondió con simpleza.
Suspiré un poco frustrada. ––Tengo miedo, sabes.
Sus ojos peculiares se clavaron en mí.
––¿Qué es en lo que realidad temes?–– habló interesado. ––Hay muchos queriendo tus dones y tú sigues escondiéndolos por miedo, creo que no es justo.
La vida no es justa.
Y tenía razón, no progresaba por miedo, y no a lo que se avecinaba, si no a mí.
No hay peor enemigo que tú mismo.
––Sabes que si fuera mi decisión se lo otorgaría a alguien más.
Sonrío, no entendí su motivo.
––Hay cosas que no sabes aún, tal como que los dones se hacen presentes a las personas capaces de tenerlo. Tú eres una de ellas, creo que es momento de sacarlos a la luz.
Hice una mueca disgustada.–– ¿Pero qué tienen de especial los míos?
––¡¿Cómo que qué tienen?! Para iniciar, no solo tiene uno, tienes varios. ¿Sabes que difícil es eso? ¿Lo sabes?–– exclamó indignado. ––Puedes ver el pasado, incluso interferir en el. Posees la fuerza de la espada y aún tienes un don oculto.
Fruncí mi ceño. ––¿De qué me sirve ver el pasado?
Vale, su rostro contraído por la furia, decepción e indignación era graciosa.
Hizo un ademán de responder pero antes de decir algo su rostro cambió drásticamente a uno preocupado y desconfiado lo que provocó que me pusiera en alerta.
––Tengo poco tiempo, Marie.–– susurró tan bajo que apenas pude oír. ––Es momento de que pongas en práctica tus lecciones, necesitas estar preparada para lo que viene lo más rápido posible. Ellos ya están listos, y no tendrán piedad.
––¿Quiénes son ellos?–– sus rostros eran familiares cuando los vi en la visión, y eso me causaba intriga pero a su vez escalofríos.
––Ellos son la razón por la que estas maldita.–– Una helada recorrió mi cuerpo cuando recordó lo de la maldición. Se dirigió hacia mí para agregar: ––Me tengo que ir, pero por favor, no confíes en nadie, no hables con nadie de esto.
Vi como un humo comenzaba a salir de él, entré en pánico cuando de la nada su rostro se amoldó a una mueca de dolor.
––¿Qué pasa?–– traté de acercarme pero al instante retrocedió.
––Promételo…–– respondió con la voz entrecortada. ––Promételo, Marie…
––¡Lo prometo!–– respondí alterada por su estado.
Soltó un gruñido mientras decía palabras que no entendía. De nuevo la intención de acercarme y tratar de ver qué era lo que tenía se apoderó de mí, pero en cuanto quise hacerlo desapareció mágicamente dejando solo una ligera capa de humo y un intenso olor a azufre.
Si no fuera peor, pegué un brinco asustada en cuanto la puerta se abrió fuertemente y tras de ella apareció Dulce con cara de susto.
––¿Qué pasa?–– pregunté al ver si rostro preocupado.
––Marie tenemos que irnos de aquí.–– su voz proyectaba la urgencia y miedo.
Comenzó a abrir los cajones desesperada mientras sacaba ropa, como si tratara de encontrar algo.
––¿De qué hablas?
––Aguarda todo lo necesario en una maleta.–– seguía buscando alterada. ––¡Tenemos que irnos ya!
Respingué ante su tono de voz, no estaba entendiendo nada.
No sé si era la situación, o verla de tal modo, pero de un momento a otro sentía como los nervios picaban mis hombros, mi corazón se oprimió y un vacío helado apareció en mi estómago.
Era extraño, podía sentir cada parte de mi ser alterada, con una sensación de ¿Miedo?
––¿Pero…
––¡Marie, solo hazlo y…
Quedó la palabra en el aire cuando de la nada el fuerte ruido de los cristales interrumpió.
Todo el cristal de mi cuarto había estallado con una fuerza enigmática y poderosa. Me vi obligada a tapar mis oídos ante el fuerte movimiento, desesperadamente busqué la mirada de Dulce pero quedé aún más impactada por lo que estaba viendo.
Las paredes comenzaban a retumbar, como si una fuerza invisible tratará de tumbar estás.
––¡Marie cuidado!–– exclamó Dulce alertada mirando hacia mi costado.