Tic tac tic tac.
Cada segundo que transcurría se sentía como una hoja de navaja rozando mi vida, esperando el mejor momento para incrustarse mientras yo corría queriéndome alejar del peligro que me seguía.
Mi corazón golpea mi pecho con una intensidad dolorosa, mis pulmones exigen el oxígeno perdido en los metros que he corrido, mis piernas quieren tregua que no le he brindado. Si no fuera peor la oscuridad entre los árboles, las ramas gruesas que desprenden del suelo y el lodo que provocó la densa lluvia me es más conflictivo.
Tic tac tic tac.
El gran árbol frente a mí se aparece como una esperanza, sin dudarlo me escondo tras de el tratando de recuperar el aire perdido y el control de mi cuerpo que no ha dejado de temblar.
Miedo, atroz y cegador, capaz de impulsarte a ser valiente o dejarte morir en el intento. Miedo, es la única palabra adecuada para describir como me siento y que no soy capaz si quiera de enfrentar.
Soy una maldita cobarde, quiero ser una maldita cobarde que se esconde, que sigue sin sentirse preparada, que esquiva, que huye.
Presiono la daga entre mis manos cuando las pisadas se escuchan más cerca, ahogo mi lamento y contengo la respiración mientras todo mi cuerpo se tensa y mi subconsciente me reclama que este a la defensiva. La magia ahora no era mi aliado, no ha surgido en mí, se ha quedado congelada en el peor momento y me ha abandonado a mi suerte.
Encuentra el incentivo y hazlo florecer en tu piel.
De nuevo los susurros acariciaron mi oído, no pude evitar estremecerme ante sus palabras.
––¡No te puedes esconder por mucho tiempo!–– respingué al escuchar su voz ronca y decidida, la burla en su amenaza––. No podrás escaparte de mí.
La convicción con la que hablaba, la seguridad con la que decía me mandaba escalofríos por todo lo cuerpo. Estaba aterrada por cualquier escenario posible, estaba más que claro que yo no podría por su corpulento cuerpo en una batalla física, incluso podía deducir que perdería contra él en cualquier ámbito, solo bastaba una mirada en la oscuridad de su mirada para saber que es un hombre metódico pero a su vez impulsivo. Una combinación escalofriante cuando tú eres el objetivo.
––Pero papá, tú eres más grande que yo, no puedo.–– habló la niña frustrada por haber perdido un combate amistoso con su padre.
––Sí, si puedes.–– respondió su padre tomando la postura para una nueva pelea––. No todo se trata de fuerza bruta, la agilidad siempre será tu mejor arma.
Las pisadas, está vez más cercas, me trajeron de nuevo a la realidad borrando el recuerdo de mi padre y yo. Las palabras se quedaron grabadas en mi mente, tanto que un dolor punzante atravesó mi sien.
––Sabes, creí que para ser la dichosa hechicera oscura sería más difícil encontrarte.–– fruncí mi ceño y le tomé atención a sus palabras––. Creo que volví a subestimar la idiotez de tu linaje, tú padre escogió muy mal y ¿Para qué? Para que terminaras de la misma forma que él: arruinado y solo.
Cada palabra que surgía atravesaba mi pecho como una lanza y había iniciado el fuego de la furia en mi interior, aún así reprimí el impulso de enfrentarlo pero seguía atenta a sus palabras. Tomé con más fuerza la daga entre mi mano y me acerqué con sigilo a la orilla del árbol.
»No tienes elección, Johnson.–– su voz cada vez con menos volumen pero audible alertó mi sistema––. Las personas como ustedes no deben de poseer un poder tan grande, los débiles no deben poseer algo tan majestuoso. De la lástima no se ganan las batallas, mucho menos…–– con el corazón en la garganta, con una lentitud escalofriante asomé mi cabeza para detectarlo. »Agilidad y discreción.« Algo que nunca aprendí––. Cuando evolucionan con una traición.
Antes de que pudiera tomarme retrocedí y la imagen de Axel furioso se puso frente a mi, tomé la daga en mi mano, sabía que ya no tenía escapatoria mas que enfrentarlo. Dio un paso hacía adelante y retrocedí de nuevo, su mano se movía queriendo agarrarme pero no lo lograba.
––Estas provocando que pierda la paciencia.–– dijo y al instante de sus manos brotaron las sombras negras.
Agilidad, agilidad, agilidad…
Los reflejos hicieron de las suyas al esquivar cada uno de sus ataques, el calor de las sombras me rozaban pero no lograron impactar mi cuerpo, para mí mala suerte mi magia aún no brotaba de mi cuerpo y tenía que tomar medidas desesperadas pero mi mente estaba bloqueada, solamente retrocedía fingiendo ser valiente, con la daga apuntando hacia él.
––Lárgate, no quiero hacerte daño.–– dije en un intento de escudarme en mis palabras, lanzando una amenaza vacía.
Soltó una risa, una carcajada de burla que hiere, lastima, quema.
Encuentra el incentivo.
––No fuiste una mala elección, Johnson.–– habló acercándose un paso más a mi––. Fuiste la peor que pudieron ver tomado. Mírate, no haces nada más que llorar.
Sus palabras más afiladas que una navaja, más dolorosas que un golpe, se incrustaban más y más, porque tal vez tenía razón. Recordé la escena en mi casa y no hice nada más que llorar, en las batallas lloraba y me frustraba porque no podía hacer nada, seguía estancada con el miedo, la cobardía.
Encuentra el incentivo.
––¿Porqué no simplemente te entregas? Ya te diste cuenta que no eres apta para este mundo, no perteneces aquí. Y sabes, es sorprendente. Tus padres eran poderosos, eres heredera de la magia más poderosa y aquí estás, llorando. Una odiosa debilucha.
Siento mi sangre hervir por cada una de sus palabras, la manera tan convincente con lo que habla.
»Ríndete, está claro que estás sola en esta batalla, ni siquiera tienes aliados que cubran tu espalda, nadie se acerca a ti sin algún propósito, todos te ven solo como un medio, una maldición que si no te alejas te contamina.
Recordé a Vlad, sus palabras y todo lo que habíamos pasado. Miré por un segundo la daga de zafiro azul, el reluciente color que brillaba aún en la oscuridad, miré mi reflejo en el hierro y su punta filosa, peligrosa. Vlad estaba a punto de… matarme.