A veces, el silencio no es paz, sino la antesala de una tormenta que nadie quiere nombrar.
El Refugio despertó distinto. No eran las aves —que callaban— ni el viento —que apenas se atrevía—. Era el aire mismo, cargado con un peso invisible, como si el mundo contuviera el aliento antes de gritar.
Yo no dormí. La esfera tampoco.
Desde la medianoche vibraba intermitente, como si respondiera a algo que aún no había llegado. No eran voces, ni pensamientos: eran ecos. Pulsos que atravesaban la piel negra del objeto con una cadencia incomprensible, más cercana al instinto que al razonamiento.
Al amanecer, el zumbido cortó el cielo. Era agudo, artificial, veloz. Miré al Este: un dron de reconocimiento surcaba el aire con forma de ave y alma de cuchilla. Sobrevolaba el Refugio en círculos, como un buitre hambriento.
Pastor irrumpió con su radio en mano, la expresión encendida de alarma.
—¡Baja la cabeza, Haruto! —gritó—. ¡Nos están rastreando!
—¿Quiénes?
—Todos. Los Custodios. Los gobiernos. Los restos del mundo. Da igual quién. Ya no hay "quién", Haruto. Hay ojos. Y tú eres un punto de calor en su mapa.
Quise replicar, pero la esfera reaccionó. No emitió luz, ni sonido. Solo una vibración que me recorrió el pecho como un latido expandido. El dron osciló bruscamente en el aire, perdió altura y cayó entre los manglares con un sonido seco. La radio de Pastor chispeó una última vez antes de apagarse. El Refugio había sido descubierto.
En la plaza, reinaba una calma tensa. Algunos niños lloraban. Elara permanecía sentada bajo el tamarindo, con la mirada fija en el suelo. Pastor no hablaba.
Yo sostenía la esfera entre las manos. Ya no vibraba con fuerza, pero su energía seguía presente, latente, como si susurrara en un idioma que apenas intuía.
Pastor se me acercó con los ojos cargados de miedo y resignación.
—Tienes que entregarla, Haruto. Esa cosa no es tuya. No puedes protegernos con ella. Nos va a destruir.
—No es un arma —le respondí.
—Pero lo parece. Y eso basta para que te persigan. Para que nos maten a todos.
Antes de que pudiera contestar, Elara se puso de pie. Había estado escuchando en silencio.
—No la entregues —dijo con firmeza, mirándome solo a mí—. La Fractura está cerca. Tú debes irte. El Refugio ya no es refugio. Es espejo. Lo que aquí se ve, see replica allá afuera.
—¿La Fractura? —preguntó Pastor.
—No te lo dirán en las noticias —murmuró ella—. Pero llegará. No con bombas. Con revelaciones. Y cuando llegue, nos hará trizas.
No esperé al anochecer. Guardé agua, los mapas de mi bisabuelo, una linterna, algo de comida. Elara me entregó una nota escrita con su caligrafía temblorosa: "Busca el eco. Sigue el pulso. No vuelvas hasta que el cielo sea otro."
Me despedí en silencio. Pastor no salió de su casa. Elara me abrazó con ternura y tristeza. Y entonces me fui.
La montaña me recibió con su humedad ancestral. El camino era irregular, cubierto de raíces y hojas húmedas. La esfera, contra mi pecho, vibraba con un ritmo desconocido pero certero. Me guiaba.
A los dos días de travesía, la encontré: La Palma, un pueblo abandonado a medio devorar por la selva. Pero no estaba solo. Un artefacto de purificación había sido instalado allí semanas atrás y ahora era motivo de disputa.
Dos grupos se enfrentaban: los Retornantes, encapuchados y armados con machetes, y soldados de los Custodios del Amanecer, con armamento de última generación. En medio, los pobladores, confundidos y asustados.
Vi cómo discutían, cómo se empujaban. Un grito, un disparo. Me lancé sin pensar.
—¡Deténganse! —grité—. ¡Es agua, no propiedad!
Todos giraron hacia mí. Uno de los Retornantes levantó su machete. Un Custodio alzó su arma. La esfera en mi pecho brilló con una intensidad que me cegó un instante.
Un pulso. Un destello silencioso. Los rifles se apagaron. Los machetes cayeron. El purificador expulsó un chorro de agua cristalina.
Silencio absoluto.
Luego, el miedo. Me llamaron "brujo", "traidor", "poseído". Huyeron. Algunos se quedaron, me observaron como si fuese un monstruo.
Uno de los pobladores se me acercó y me dijo —patrón, ¿y si entregamos el artefacto ese? Así al menos no nos van a matar.
Regresé al Refugio abatido. Pastor me esperaba en la entrada.
—Lo vi todo —dijo—. No tienes idea del poder que llevas. Y eso te hace peligroso, Haruto. Para ellos. Para nosotros.
—No puedo entregarla —le respondí.
Fue Elara quien se me acercó. Tocó la esfera con cuidado y dijo:
—La Fractura ya está abierta. Si no te vas ahora, se te tragará.
Esa noche, me interné más allá de las montañas. Dormí mal. La esfera vibró con violencia y entonces la visión llegó:
Una ciudad suspendida. Un planeta colapsado. Estrellas extinguidas. Una figura idéntica a mí.
"Si estás viendo esto, aún hay tiempo."
"No intentes entenderlo todo. Intenta recordarlo."
Desperté entre piedras. La esfera estaba fría. En mi mente, una imagen: una fortaleza impenetrable. Y dentro, el artefacto.
El Resonador Desconocido.
No era un resonador. Era una llave. Una llamada. Y yo debía hacerla sonar.
Sin mirar atrás, seguí caminando. El mundo estaba roto. Pero aún había tiempo.
Y yo era el eco que había decidido contestar.