Eco del amanecer: El refugio de Haruto.

CAPÍTULO 8 - CATÁLOGO DE ERRORES.

Algunas heridas no cicatrizan. Solo aprenden a archivarse.

La noche en Nazca había traído una calma postiza. Una calma hecha de silencio contenido y preguntas sin respuesta. Las estrellas parecían vibrar con una inquietud propia. Pastor se sentaba cerca del fuego, murmurando oraciones que no necesitaban oyentes. Jun dibujaba círculos sobre la tierra como si escribiera desde la memoria. Maika y yo habíamos compartido un beso que no sabía si era un puente o una despedida. Y entonces apareció ella.

Serya.

Nadie la había visto acercarse. Simplemente estaba allí, a unos metros del fuego, de pie como una sombra demasiado quieta para ser humana. Sus ojos, grises como ceniza viva, escaneaban el campamento. No hizo ademán de saludar ni de explicar su presencia.

—No están listos —dijo, como quien emite un diagnóstico, no una amenaza.

La esfera en mi pecho vibró con un pulso que no reconocía: ni alerta ni reconocimiento. Algo intermedio. Algo ambiguo.

Maika fue la primera en levantarse. La luna reflejada en su mirada no ocultaba su incomodidad.

—¿Quién eres?

Serya tardó en responder. No porque dudara. Sino porque escogía cada palabra como si pesara consecuencias.

—Una Visitante. O lo que queda de una.

Maika entrecerró los ojos.

—Eso no significa nada para nosotros.

—Fui castigada —continuó Serya—. Sentí demasiado. La empatía no es una virtud para mi especie. Me degradaron. Me arrojaron al cuerpo. Me arrancaron de la red y me obligaron a vivir entre ustedes.

Pastor dejó caer su cantimplora. Jun se pegó a su pierna.

—¿Por qué ahora? —pregunté.

Serya no respondió. Caminó hacia el centro del campamento. El polvo no se alzaba bajo sus pies. Se detuvo frente al dibujo que Jun había trazado. El niño la miraba como si ya la conociera. Como si la temiera desde antes de haberla visto.

—El eco ha regresado —dijo Serya—. La historia está a punto de repetirse. Y antes de que eso pase, deben saber lo que fueron. Lo que somos.

Maika se adelantó.

—¡Habla claro!

Serya la observó. Por un instante, su rostro se suavizó. Tal vez reconoció algo en Maika. Tal vez, simplemente, recordó lo que era sentir.

—Lo que llamas historia es un catálogo de errores. Un experimento prolongado. Cada catástrofe, cada héroe, cada dios... fue diseñado o permitido para evaluar la conducta de una especie que nunca terminó de nacer.

La esfera brilló. El dibujo de Jun en la tierra se encendió con una luz azul opaca. Serya no se movió. Jun dio un paso atrás. Maika frunció el ceño. Pastor rezaba en voz baja.

Y la tierra se abrió.

Un acceso oculto bajo las piedras reveló una escalera que descendía. Serya no esperó. Bajó. La seguimos. No porque confiáramos, sino porque las preguntas ya eran más peligrosas que el silencio.

El lugar era una cámara. No viva. No orgánica. Máquina pura. Sin interfaz. Sin controles visibles. Solo una plataforma circular rodeada de grabados. La esfera flotó hasta el centro y se encajó sola.

—Está lista para mostrarles lo que siempre supo —dijo Serya.

Y el archivo comenzó.

Primero, el hielo. Una escena nevada. Europa hace 40,000 años. Hombres de rostro ancho. Neandertales. Cazando. Cantando. Viviendo. Y luego, el destello. Una niebla que cubre los valles. Cuerpos que caen sin herida. Inhibición genética. Desactivación de linajes.

Segundo, cadenas. Africanos cargados en barcos. No solo esclavitud. No solo avaricia humana. Una inserción planificada para observar la obediencia inducida. Para estudiar la resignación como herencia cultural.

Tercero, fuego. Campos de concentración. Europa. Imágenes documentadas desde el cielo. Serya no apartó la vista. La esfera no tembló. El Holocausto como test. Como medición de la resistencia moral.

Maika retrocedió. Pastor lloraba. Jun solo miraba.

—Todo esto...

—Es parte del catálogo de errores —dijo Serya, sin orgullo ni culpa—. Cada ciclo se registró. Cada colapso. Cada reconstrucción. Ustedes llaman historia a lo que fue solo ensayo.

Me acerqué a la esfera. Su pulso era lento. Como el de un corazón recién operado.

—¿Somos solo una simulación?

Serya negó con suavidad.

—Son reales. Pero no dueños de su propia evolución.

Maika gritó:

—¡Esto es una mentira! ¡Esto es imposible!

Jun habló entonces.

—No se inventa un símbolo que no fue dado.

Su voz era mía. Era vieja. Era de otro.

Subimos sin hablar. El cielo había cambiado. O tal vez solo nosotros. La esfera regresó a mi pecho. Ligera. Fría. Como si acabara de soltar una verdad que llevaba siglos conteniéndose.

Pastor rompió el silencio:

—Si la historia es una cadena, hay que romper cada eslabón.

Asentí. No porque supiera cómo. Sino porque no hacerlo era permitir que ese archivo siguiera escribiéndose sobre nosotros.

Maika me tomó la mano. No dijo nada. Jun dormía, como si su papel por hoy hubiera terminado.

Y Serya desapareció tan silenciosamente como había llegado.

Nadie durmió esa noche.

Porque ahora sabíamos que lo que nos definía no eran los errores que cometimos. Sino los que alguien más había decidido que debíamos repetir.




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