Eco del caos

Capitulo 1

“La búsqueda de respuestas”

Nyxara:

El aire en mi hogar era denso, como si cada rincón estuviera impregnado de un silencio que susurraba secretos. Al abrir la puerta, una brisa fría recorrió mi piel, y me detuve un instante, sintiendo que el lugar me observaba, como si fuera un extraño en mi propia vida. Las paredes, antes familiares, ahora parecían un laberinto de sombras y ecos.

Me senté en el borde de la cama, un mueble que me resultaba ajeno, y respiré hondo. La voz que había escuchado en el hospital resonaba aún en mi mente: "Eres mía, siempre mía". Era una frase que se repetía, un mantra inquietante del que no lograba deshacerme. ¿Quién era? ¿Qué significaba?

Decidí que debía buscar respuestas. La idea de enfrentar a mi pasado me aterraba, pero la curiosidad era más fuerte que el miedo. Así que, con una determinación que no sabía de dónde provenía, busqué al Dr. Martínez, un psiquiatra especializado en regresiones. Había oído que podía ayudar a desenterrar recuerdos ocultos, y eso era exactamente lo que necesitaba.

La primera cita fue en su consultorio, un espacio pequeño y acogedor, decorado con cuadros de paisajes serenos que contrastaban con la tormenta que llevaba dentro. El Dr. Martínez me recibió con una sonrisa cálida, pero sus ojos parecían profundos, como si pudieran ver más allá de mi fachada.

—Nyxara, es un placer conocerte — dijo mientras me indicaba que tomara asiento. Su voz era suave, casi hipnótica.

—Gracias — respondí, sintiéndome un poco más tranquila, aunque la inquietud seguía palpitando en mi pecho—. No sé por dónde empezar.

—Lo importante es que estás aquí. Cuéntame, ¿qué te trae a mí?

Miré por la ventana, donde la luz del sol se filtraba entre las ramas de un árbol, creando un juego de sombras en el suelo. Entonces, la imagen del chico de ojos carmesí apareció de nuevo en mi mente. Sus labios rosados y su pelo negro como la noche me resultaban tan vívidos, tan reales.

—Hay algo en mi cabeza —comencé— Una voz. Me dice: "Eres mía, siempre mía". Y... vi a un chico. No sé quién es, pero... siento que es importante.

El Dr. Martínez asintió, tomando notas en su cuaderno.

—A veces, los recuerdos pueden ser fragmentados, especialmente después de un trauma. ¿Te gustaría intentar recordar más sobre ese chico?

—Sí —respondí, aunque un escalofrío recorrió mi espalda. ¿Qué pasaría si lo que recordara no me gustaba?

—Vamos a intentar una técnica de regresión. Te guiaré a través de un ejercicio de relajación. Solo quiero que te sientas cómoda y abierta a lo que pueda surgir.

Cerré los ojos y respiré profundamente, dejando que su voz me envolviera. Con cada inhalación, sentí que el peso de mis recuerdos se desvanecía un poco.

—Imagina que estás en un lugar seguro —continuó—. Un lugar donde puedes explorar tus pensamientos sin miedo. Ahora, permítete recordar.

Las imágenes comenzaron a fluir. El chico de ojos carmesí sonreía, y en su mirada había una mezcla de ternura y oscuridad. Sus labios se movían, pero no podía oír sus palabras. Sentí un tirón en mi pecho, como si su presencia fuera un imán que me atraía.

—¿Qué sientes, Nyxara? —preguntó el Dr. Martínez, su voz un eco lejano en mi mente.

—Siento... anhelo. Como si lo conociera, pero no puedo recordar su nombre.

—Eso es un buen comienzo. Permítete sentir esa conexión.

De repente, la imagen se tornó oscura, y la voz resonó de nuevo: "Eres mía, siempre mía". La sensación de peligro me envolvió, y abrí los ojos de golpe.

—¡No! —exclamé, el sudor frío empapando mi frente—. No quiero volver a eso.

El Dr. Martínez se inclinó hacia adelante, su expresión seria pero comprensiva.

—Es normal sentir miedo. Pero recuerda, estás a salvo aquí. Lo que estás experimentando es parte de tu proceso de sanación.

Asentí, aunque la confusión y el terror seguían luchando dentro de mí. ¿Quién era ese chico? ¿Qué había pasado antes de mi coma?

—Necesito saber más -dije, mi voz temblando—. No puedo seguir así.

—Entonces sigamos trabajando juntos. Cada sesión nos acercará más a la verdad.

Salí de su consultorio con una mezcla de esperanza y temor. Mi pasado era un enigma, y cada pista que encontraba solo alimentaba mi curiosidad. Pero había algo más, una sensación de que el chico de ojos carmesí no solo era un recuerdo, sino una parte integral de mi historia. Y estaba decidida a descubrir qué la había llevado a la oscuridad.

La noche había caído cuando llegué a casa, y la oscuridad envolvía cada rincón como un manto pesado. Las sombras danzaban en las paredes, creando figuras que parecían susurrar secretos olvidados. Me senté en el sofá, rodeada por el silencio, y traté de calmar la tormenta en mi interior. La sesión con el Dr. Martínez había dejado más preguntas que respuestas, y la imagen del chico seguía atormentándome.

Decidí que necesitaba distraerme. Busqué en la estantería algunos libros, pero nada parecía captar mi atención. Mis pensamientos regresaron al pasado, a los recuerdos que se deslizaban entre mis dedos como arena. ¿Por qué no podía recordar? ¿Qué había sucedido antes del coma?

La voz resonó de nuevo: "Eres mía, siempre mía". Una sensación de posesión y deseo me invadió, y me pregunté si el chico de ojos carmesí era la clave para desentrañar el misterio de mi vida.

Pasaron los días, y las sesiones con el Dr. Martínez se volvieron un ritual. Cada encuentro era un viaje hacia lo desconocido, donde intentábamos desenterrar fragmentos de mi memoria. A veces, lograba recordar pequeñas cosas: risas en un parque, una melodía familiar, y siempre, él, el chico de ojos carmesí, como una sombra que se negaba a desvanecerse.

Una tarde, mientras estaba sentada en el consultorio, algo cambió. La luz del sol se filtraba a través de la ventana, iluminando el espacio con un brillo cálido. El Dr. Martínez me guiaba a través de un ejercicio de visualización.




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