Eco del caos

Capitulo 8

El sabor de la traición”

Lycanter:

Después de varios días de acercamientos y conversaciones, ella finalmente había aceptado mi invitación. Nyxara y yo caminábamos por el parque, un lugar que contrastaba con la oscuridad de su mundo. El sol de la tarde se filtraba entre los árboles, pintando su rostro con un juego de luces y sombras que la hacía aún más hermosa. Su risa, al principio tímida y esporádica, se hizo más frecuente, un sonido que me resultaba curativo.

Nos detuvimos en un banco cerca de una fuente. Le hablé de mi gente, de la lealtad y el honor que nos definen. Sus ojos brillaban mientras me escuchaba, y su mano, pequeña y delicada, se unió a la mía. En el silencio de ese momento, supe que era el momento de arriesgarme. Quería que sintiera la calidez de mi mundo, la protección de mi amor.

Me incliné y mis labios rozaron los de ella. Fue un instante fugaz, un roce suave que era la promesa de lo que podríamos ser. Pero ella no respondió. Su cuerpo se tensó, su respiración se detuvo. Y en ese instante, en el silencio que siguió a mi atrevimiento, supe que no importaba cuánto lo intentara, su corazón no me pertenecía. Sentí cómo se alejaba de mí, no físicamente, sino en su interior. La conexión que había estado construyendo con tanto cuidado se desvaneció, y el eco de su rechazo resonó en lo más profundo de mi ser.

En ese mismo instante, una ráfaga de viento helado me golpeó. No era una brisa natural. Era la presencia de Aiden. Era la tormenta que se acercaba. No esperé. Con un chasquido de mis dedos, me teletransporté de regreso a mi territorio, envuelto en una luz cegadora, para encontrarme de frente con la oscuridad que me esperaba. Una figura alta y amenazante se materializó ante mí, con ojos que brillaban con una ira que haría temblar a los dioses. Él no venía por Nyxara, aún no. Venía por mí. El rey de los lobos contra el Dios de la oscuridad. La noche apenas había comenzado, y yo ya sabía que iba a terminar en sangre.

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Aiden:

El universo entero de Nyxara se manifestaba en mi mente. Sentía lo que ella sentía. Cuando el lobo la tocó, el asco que ella sintió se manifestó en mi corazón. Cuando la intentó besar, su rechazo me recorrió el cuerpo. La rabia se apoderó de mí, una furia tan incontrolable que la oscuridad misma se arrodilló a mis pies. No me importaba la razón de Lycanter ni su intención. Él había tocado lo que era mío, lo que me hacía sentir. Y por eso, moriría.

Me materialicé en su territorio, donde la luz de la luna parecía una burla a mi dolor. Podía sentir su miedo y el de los lobos que lo rodeaban, y me deleité en ello.

Lycanter se paró ante mí, su postura arrogante y orgullosa. Pero yo no veía a un rey. Veía a un simple mortal que había cruzado una línea que no debía.

—Aiden— dijo Lycanter, su voz un gruñido lleno de bravuconería—Sabía que vendrías.

—No sabías lo que te esperaba—le respondí, mi voz resonando con el poder de la muerte—. ¿Pensaste que podías tocarla, que podías robarme lo que me pertenece?

Se lanzó hacia mí con la velocidad del rayo, sus garras listas para atacar. Pero no fue suficiente. Con un chasquido de mis dedos, lo teletransporté a la cima del árbol más alto. Sus ojos se abrieron con sorpresa.

—La fuerza de un lobo es para los débiles— susurré, apareciendo justo detrás de él— Mis poderes son para los que no temen a la oscuridad.

Lo hice caer al suelo, lo levanté con mi mente y lo lancé contra una roca. Él gimió, pero se puso de pie, su mandíbula apretada. Era fuerte, lo admito, pero su fuerza física no podía contra la voluntad de la oscuridad.

—¿A esto te referías?— gruñó, preparándose para otro ataque.

Lo detuve en seco y lo encadené con las sombras, la rabia en sus ojos se desvaneció, reemplazada por el terror.

—No me temas a mí, Lycanter —dije, acercándome a él- Teme a lo que ves en tu mente.

Lo hice ver sus peores miedos, sus debilidades. Le mostré la muerte de su manada, la destrucción de su reino, su propia soledad. Su mente se quebró. Se arrodilló, cubriéndose la cabeza, gritando.

Los lobos que habían estado observando huyeron, no querían ver a su rey de rodillas.

Lo dejé, con el corazón roto. No valía la pena matarlo; su derrota mental era un castigo mucho peor. Sabía que él ya no se atrevería a acercarse a Nyxara, pero esto no había acabado. El plan de Sylvara ya estaba en mi mente. Ella me había dicho que quería que Lycanter la enamorara. Sabía que ella tenía algo que ver, y no iba a caer en su trampa.

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Sylvara:

La noticia llegó a mí como un susurro del viento. Aiden y Lycanter se habían enfrentado. La pelea fue brutal, y el Dios de la Oscuridad había salido victorioso, humillando al rey de los lobos de una manera que solo él podría. La rabia que sentí en mi última conversación con Aiden se había transformado en una sonrisa. Sabía que él había sentido mi plan, que él sabía la razón de la pelea. Su furia había sido alimentada por la posibilidad de que Lycanter le robara a Nyxara, y eso era exactamente lo que yo quería.
Mi plan estaba dando sus frutos. Con Lycanter humillado y alejado, Nyxara quedaría sola, vulnerable. Y con Aiden en su estado de furia descontrolada, él sería fácil de manipular. Ahora era el momento de actuar. Mi plan de venganza, ese que había nacido de la humillación, tenía que ser perfecto.

No me importaba si mi plan lo vinculaba aún más a Nyxara. El hecho de que ella muriera me hacía estar segura de que el camino con Aiden sería mío. La rabia que sentía por él era mi combustible, la que me hacía querer matar a Nyxara de la manera más dolorosa posible. Si Aiden quería que Nyxara existiera para vincularla a él, me iba a encargar de que muriera y, con ello, su corazón.

Ahora, con un nuevo propósito, me embarqué en la búsqueda del ritual de los ancestros. No iba a ser un acto de misericordia. Sería un acto de destrucción que borraría a Nyxara del mapa para siempre. El camino de Lycanter y Aiden había sido mi primer movimiento. Y la partida, una en la que solo yo podría ganar, apenas había comenzado.




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