“La conexión irrompible”
Nyxara:
Había pasado una semana desde que Lycanter intentó besarme. El roce de sus labios, ese fugaz instante, se sentía bien. La calidez que me ofrecía era una tentación, pero la duda me había invadido y lo rechacé.
En el baño, la ducha caliente lavó no solo mi cuerpo, sino también el peso de mis pensamientos. Al salir, me miré en el espejo, admirando la figura que el vapor había dibujado sobre mi piel. Mi cabello negro y largo caía en una cascada hasta mis nalgas, enmarcando mis ojos color esmeralda, opacados solo por las ojeras. Completamente desnuda, tomé un momento para analizar mi cuerpo: mis senos firmes, mi abdomen plano, mis labios rosáceos. Por un instante, me sentí bien, libre.
Cerré los ojos, imaginando de nuevo el beso de Lycanter, pero mi mente lo reemplazó con unas manos más grandes, más fuertes. Me imaginé siendo tocada, explorada. Mis dedos se deslizaron por mi cuello, mi pecho, mi abdomen, y un gemido se escapó de mis labios. El pensamiento de ser deseada me consumía.
Abrí los ojos para encontrarme con la mirada de Aiden en el espejo. Estaba justo detrás de mí, como una sombra. Sentí su aliento cálido contra mi nuca. El susto hizo que mi mano temblara. Me giré bruscamente, pero sus manos, frías como la muerte, tomaron mis caderas. Me pegó contra el lavamanos, mi piel desnuda sintiendo la dureza de su cuerpo. Pude sentir su deseo, incontrolable, pero grité:
—¿Qué demonios haces?
Una sonrisa ladeada apareció en su rostro. Su voz grave y ronca susurró en mi oído:
—Es un gusto verte de nuevo, reina mía, pero te prohíbo que pienses en alguien más que no sea en mí cuando te toques.
Intenté forcejear, recordando que él había matado a mis padres, pero mi cuerpo se negaba a moverse. Sus manos se deslizaron por mi espalda y regresaron a mis caderas, pegándome más a él. El bulto en sus pantalones era una prueba palpable de su deseo.
—¿Sabes lo que estoy arriesgando por estar aquí? No debería, Nyxara. Aún no era el momento... —gruñó, tomando mi cuello con la otra mano para pegarme por completo a su pecho—. Sabes que no me puedo resistir a tu placer, bonita.
—¿Y esperas que me deje tocar por el asesino de mis padres? ¿Por el causante de mis delirios? ¿Por el que seguramente causó mi accidente y me dejó en coma? —mi voz temblaba.
Él negó con la cabeza y me giró rápidamente. Me tomó las mejillas con ambas manos y susurró con una intensidad que me hizo temblar.
—Déjame mostrarte...
Sus labios se posaron sobre los míos. Al principio no correspondí, pero el beso se convirtió en una revelación. Una oleada de energía me invadió, una mezcla de dolor, ira y una atracción que me hizo perder el aliento. Un recuerdo se materializó en mi mente, vívido y aterrador. Me moví con inexperiencia, pero con un deseo ardiente de entender.
Aiden me mostró todo.
Mis padres, haciendo un trato con él a cambio de dinero, le habían prometido cuidarme con amor. Pero en lugar de eso, me brindaron desprecio, maltrato y golpes durante toda mi infancia. Aiden no podía intervenir por las reglas de su trato. Él tuvo que esperar hasta que yo cumpliera dieciocho años.
El 31 de octubre, a las 12 en punto, el día de mi cumpleaños, Aiden los mató. Él no esperaba que yo lo viera. Asustada, salí corriendo, tomé el auto sin saber conducir y me estrellé contra un árbol, terminando en coma.
Las revelaciones se detuvieron. Me separé de él, con lágrimas en los ojos y la voz temblando.
—¿Todo eso era... real?
Él asintió en silencio.
Él pareció entender lo que sentía y se alejó un poco. Yo tomé una respiración profunda y salí del baño para sentarme en la cama a reflexionar todo eso. Él simplemente se paró frente a mí, se recostó a la pared con los brazos cruzados, respetando mis emociones.
Allí lloré, pataleé, repetí una y otra vez los recuerdos, y solo asentía cuando era sí y negaba cuando era no. Pasó casi una hora en la que lloré y él solo me observó. Después de eso, me sequé las lágrimas, lo miré y le dije:
—Soy fuerte, podré con esta revelación.
Él suspiró y soltó:
—Al fin dejaste de llorar. No me gusta verte sufrir y menos verte sufrir desnuda, es como una película porno triste...
Solté una risita mientras terminaba de secar mis lágrimas y alzé la mirada para observar sus ojos de color carmesí, que de cierta forma me volvían loca, y me relamí los labios.
—Soy virgen, ¿sabes?
—Lo sé, yo mismo me he encargado de eso.
Enarqué una ceja y lo observé.
—¿Estabas cuidando mi virginidad para que te la entregara a ti?
Vi sus ojos encenderse de deseo y asentir con sutileza.
—Solo si tú quieres, reina mía...
Entonces algo se entendió dentro de mí y me eché un poco hacia atrás, recostándome sobre la cama y abriéndome de piernas sin dejar de mirarlo. Pude ver cómo su mirada se desvió rápidamente hacia mi intimidad y mordió su labio con deseo, un deseo que nunca había visto en alguien.
—No juegues, por favor, no juegues...
—¿Quién dijo que estoy jugando?
Eso fue como una invitación. Con pasos rápidos, llegó hacia mí y se arrodilló. Tomó mis piernas y me jaló hacia él, posando mis piernas encima de su hombro. Comenzó a lamer mi clítoris con una agilidad y una rapidez que me entregó un placer casi inmediato. Gemidos salieron de mi boca cuando él se atrevió a usar sus dedos para masajear y, poco a poco, ir metiendo uno, después el otro. Luego, los movía de adentro hacia afuera mientras su lengua hacía magia...
Era tanto el placer que no aguanté y lo alejé. Me incorporé como pude sobre la cama.
—Levántate...
No protestó; simplemente obedeció y se levantó. Ya que estaba sentada sobre la cama y considerando su altura, la parte dura de su pantalón quedó prácticamente en mi cara, y era exactamente lo que quería. Desabroché su pantalón y él rápidamente lo bajó, dejando salir su gran erección. La tomé entre mis manos y, mirándolo a los ojos, empecé a masajearla. Su cabeza se inclinó hacia atrás, soltando un suspiro, y me permití hacerlo disfrutar tanto como yo había disfrutado de su agilidad en mi intimidad.
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Editado: 23.09.2025