Pasaron seis meses. Seis meses de una rutina tan extraña como inquebrantable. Cada mañana, Mario preparaba dos cafés. Cada mañana, Hannah cogía su taza en silencio. Era una tregua fría, un ritual que marcaba el único punto de conexión en sus vidas paralelas.
Las sospechas de Hannah sobre la noche en que Mario había registrado su cuarto se habían desvanecido por falta de pruebas, convirtiéndose en una simple nota mental para no bajar la guardia.
La convivencia, aunque tensa, había encontrado un extraño equilibrio. Los gestos de Mario, siempre prudentes y respetuosos, comenzaron a erosionar lentamente el muro de hostilidad de Hannah, aunque ella jamás lo admitiría.
Pero la rutina del café seguía siendo el pilar de su relación. Hasta que, una mañana del quinto mes, algo se rompió.
Mario dejó la taza en la mesa, como siempre, y se dio la vuelta para irse a trabajar.
—Hola.
La voz de Hannah lo detuvo en seco. Era la primera vez en casi medio año que ella iniciaba una conversación. Se giró lentamente.
—Gracias por el café —dijo, sin mirarlo directamente a los ojos—. La verdad es que lo haces muy bien.
El tono era predominantemente frío, casi clínico, pero por debajo de esa capa de hielo, Mario pudo percibir una diminuta, casi microscópica, pizca de sinceridad. Una grieta en la armadura.
—De nada —consiguió responder él, demasiado sorprendido para decir más.
Ella asintió una vez y se refugió en su cuarto con la taza, dando por terminada la histórica conversación. Ese pequeño gesto lo cambió todo. La tensión en el apartamento disminuyó. Ya no había hostilidad en el aire, solo una distancia profesional. Y así pasaron las semanas, en una nueva y extraña normalidad.
Una tarde de sábado, Mario estaba en el sofá viendo un documental en la televisión. Era uno de esos programas de historia que tanto le gustaban.
—...y lo más fascinante —decía el narrador con voz grave, mientras en la pantalla aparecían imágenes de pirámides egipcias y mayas— es la pregunta que nadie ha podido responder: ¿cómo civilizaciones separadas por océanos construyeron monumentos con alineaciones milimétricas a las estrellas? ¿O por qué casi todas comparten un mito sobre un "fin del mundo", un evento apocalíptico que lo reinicia todo? La teoría del programa, ya sabes, la típica, es que recibieron ayuda... de extraterrestres.
Hannah salió de su cuarto para ir a la cocina. Se movía con su habitual indiferencia, pero las palabras "alineaciones a las estrellas" y "apocalipsis" la hicieron detenerse en seco. Se quedó completamente inmóvil en mitad del pasillo.
Se giró hacia Mario, y por primera vez, él no vio desprecio en sus ojos, sino una urgencia afilada como un cuchillo.
—¿Qué es eso? —preguntó, con una voz baja y tensa—. ¿Qué documental es ese?
Sin esperar una respuesta completa, y con la mente trabajando a mil por hora, Hannah dio media vuelta y se encerró de nuevo en su habitación, dejando a Mario aún más confundido. La casualidad era un lujo en el que los espías no creían, y las palabras del documental habían encendido una alarma en su cabeza.
Al otro lado de la pared, en la soledad de su cuarto, fue cerca de las tres de la madrugada cuando una notificación prioritaria rompió el análisis de Hannah. Mientras revisaba en su tablet encriptada los informes sobre el Consorcio, intentando encontrar una conexión, un correo con el máximo nivel de seguridad de su agencia apareció en la pantalla. No era un informe rutinario. Era una alerta.
Sus dedos, normalmente firmes, temblaron ligeramente al abrirlo. El texto era breve, frío y brutal, como el informe de un forense
**ASUNTO: AGENTE LARS WEBER - CAÍDO EN COMBATE (MISIÓN EN CUSCO)**
**ESTADO: Misión comprometida. El Consorcio ha sido alertado de una brecha de seguridad.**
**ACTIVOS ASEGURADOS: 1x unidad de datos (USB) recuperada por equipo de extracción.**
**PROTOCOLO: El agente Weber logró transmitir la clave de desencriptado antes del silencio de radio. Adjunta en archivo seguro. Proceda con máxima cautela. Su sacrificio no debe ser en vano.**
Hannah leyó el mensaje una vez. Y luego otra. Su rostro, la máscara de profesionalidad que había perfeccionado durante años, permaneció impasible. No hubo un grito, ni un sollozo.
Solo el silencio opresivo de la noche.
Y entonces, una lágrima solitaria y caliente rodó por su mejilla. Luego otra. Y otra. Se deslizaron por su piel, cayendo sobre la fría pantalla del teléfono, distorsionando las palabras "CAÍDO EN COMBATE".
Allí, sola en la quietud de su cuarto, la espía más letal de la agencia se rompió en un llanto silencioso.