La noche se cernía sobre la ciudad como un manto oscuro, un velo que podía atrapar a cualquier alma incauta. Las luces de neón parpadeaban, llenando el ambiente de una energía vibrante que mezclaba el peligro con la promesa. Mauro, con un ligero temblor en las manos, se encontraba frente a la entrada de El Abismo, un club clandestino conocido por sus excesos y secretos. La música pulsaba desde el interior, un ritmo hipnótico que lo invitaba a dejar atrás sus preocupaciones, aunque sabía que lo que encontraría dentro podría cambiarlo para siempre.
Con un profundo suspiro, Mauro cruzó el umbral, sintiendo cómo el aire cargado de un aroma a tabaco y licor lo envolvía. Era un olor casi tangible, que hablaba de noches interminables y secretos compartidos en susurros. La multitud se movía al compás de la música, las sombras danzaban en la penumbra, y Mauro, que se sentía un extraño en este mundo, se dejó llevar por el momento.
Las luces estroboscópicas se deslizaron por el espacio, creando un ambiente de ensueño y desasosiego. A su alrededor, las personas se movían con libertad, entregándose a la música y al placer de estar vivos. Sin embargo, Mauro no podía dejar de sentir que había una tensión palpable en el aire. Era como si cada persona estuviera envuelta en su propia batalla interna, sus risas ocultando historias de dolor y desilusión.
Se acercó a la barra, donde el barman, un hombre de mirada astuta y manos firmes, le sirvió un trago. Mauro sintió que la bebida ardía en su garganta, un pequeño fuego que lo despertaba, lo hacía sentir vivo. Sin embargo, esa sensación era efímera; el peso de su realidad se posaba de nuevo sobre sus hombros. Su mente divagaba entre recuerdos y anhelos, buscando esa conexión que había sentido tantas veces en sus sueños.
Mientras su mirada se perdía en la multitud, notó un grupo de personas al otro lado de la pista. En el centro de la aglomeración, había una figura que destacaba: Una chica. Su risa era como una melodía, dulce y vibrante, y había algo en su mirada que lo atrapó de inmediato. Se movía con una gracia despreocupada, como si el mundo a su alrededor no existiera. Mauro sintió una conexión instantánea, como si un hilo invisible lo uniera a ella.
Con el corazón latiendo con fuerza, decidió acercarse. La multitud se convirtió en un laberinto que se desvanecía mientras se aproximaba a ella. La emoción le erizaba la piel, cada paso era una mezcla de nervios y deseo, un anhelo que lo empujaba hacia lo desconocido. La música, que antes parecía un simple ruido de fondo, ahora resonaba como un himno en su interior, llenándolo de vida.
Al llegar al grupo, notó que se trataba de una reunión animada. La chica conversaba con dos amigos, riendo y compartiendo historias.
—Hola, ¿puedo unirme a ustedes? —preguntó Mauro, sintiéndose un poco nervioso, pero decidido.
Ella se volvió hacia él, sorprendida pero con una sonrisa encantadora en su rostro. —¡Claro! Soy Elena, y estos son mis amigos, Javier y Sofía. —Hizo una presentación rápida, su voz era melodiosa y acogedora.
—Yo soy Mauro —respondió, sintiendo que sus nervios se disipaban un poco. La energía de la conversación era contagiosa.
—¿Celebrando algo en especial? —preguntó Mauro, intentando sumarse al tono ligero del grupo.
—¡La vida, por supuesto! —exclamó Javier, un chico de cabello desordenado y una sonrisa despreocupada. —Hoy sobrevivimos a otro día de trabajo y nos merecemos una noche de diversión.
—Sí, necesitamos olvidar la monotonía —añadió Sofía, una morena de ojos brillantes. —Aunque no deberías dejar que tus jefes te atrapen en un cubículo todo el tiempo.
Mauro rió, sintiéndose un poco más cómodo. A medida que continuaban conversando, Elena compartió anécdotas sobre sus días, llenas de risas y momentos absurdos. La atmósfera era relajada, y Mauro se sintió como si finalmente hubiera encontrado un lugar donde encajar, aunque fuera solo por un momento.
—Mauro, ¿qué haces? —preguntó Elena, su curiosidad evidente.
—Bueno, soy contable —respondió Mauro, intentando no sonar demasiado aburrido. —No es tan emocionante como suena, pero hay algo de satisfacción en encontrar errores en los números.
—¡Eso suena como un trabajo de espías! —bromeó Javier, levantando su copa. —Contar billetes y evitar ser atrapado.
Mauro se rió, disfrutando de la broma. —Algo así. A veces siento que estoy más en una película de acción que en una oficina.
Elena se inclinó un poco hacia Mauro, sus ojos brillando con interés. —Pero, ¿te gusta realmente lo que haces?
Mauro dudó, sintiendo una chispa de vulnerabilidad. —Es cómodo, pero no es mi sueño. Siempre he querido hacer algo más... emocionante.
—¿Como qué? —preguntó Sofía, mirándolo con atención.
Mauro se tomó un momento, recordando las cosas que había dejado de lado, los sueños que se habían desvanecido en el ruido de la vida diaria. —Tal vez escribir. Siempre he querido contar historias, explorar la oscuridad y la luz en la vida de las personas.
—Eso suena increíble —dijo Elena, mostrando admiración en su rostro. —Me encantaría leer lo que escribes.
La conversación fluyó y las risas resonaron alrededor de ellos. Mauro se sintió más conectado con el grupo, cada palabra de Elena lo acercaba un poco más a un lugar donde podía ser él mismo. Sin embargo, en el fondo, la sombra de su hermana desaparecida seguía acechándolo. La alegría a su alrededor era un recordatorio de lo que había perdido, pero había algo en la calidez del grupo que lo envolvía como un abrigo.