Tus ojos, claros como el mar,
se tornan oscuros como la tempestad,
lentamente, al principio,
pero mortal con el paso del tiempo.
Como un cielo que se oscurece sin aviso,
como un viento que se levanta sin piedad,
desgarrando todo a su paso,
mientras tus ojos, antes tranquilos,
se convierten en un abismo donde ya no puedo encontrarme.
Días que pasan como nubes en el aire,
flotando sin rumbo,
arrastradas por la corriente de los momentos,
sin saber si el sol volverá a brillar.
Años que corren como el minutero de un reloj,
incluso cuando el reloj ya no parece tener sentido,
un tiempo ordinario,
que se convierte en una sombra que persigue,
como una promesa rota que no se puede sanar.
Tan inevitable como el destino,
que avanza sin preguntar,
y nos arrastra con su corriente imparable.
La vida termina apenas en un suspiro,
un suspiro que lleva la palabra amor
en su eco profundo,
como un susurro que se pierde en el viento,
pero que permanece,
marcando cada paso, cada recuerdo,
como si el amor fuera una huella imborrable.
Unas sílabas que se clavan en el corazón,
dolor que renace
tras cada tempestad atravesada,
como una cicatriz que no termina de sanar.
Y aunque todo parece desmoronarse,
cada tempestad deja una lección,
y en el dolor, encuentro la fuerza
para seguir adelante,
mientras el eco del tiempo sigue resonando.