Tus ojos, claros como el mar en calma,
reflejan mundos que aún no he explorado.
Pero cuando la tempestad los alcanza,
se tornan oscuros,
como un abismo que engulle la luz,
lentos en su inicio,
mortales con el paso del tiempo.
Días pasan como nubes errantes en el aire,
silenciosos, efímeros, siempre fugaces.
Años corren veloces,
como las manecillas de un reloj incansable.
El tiempo, eterno en su indiferencia,
se alza como el destino mismo,
mientras la vida se reduce
a un suspiro apenas audible.
Ese suspiro lleva grabada la palabra amor,
una melodía breve,
pero cargada de infinitud.
Cada sílaba, una daga de dulzura,
que se clava profunda en el corazón,
despierta fuerzas dormidas,
y se convierte en el motor
para atravesar tempestades.
Porque, aunque los mares se agiten
y el cielo se torne gris,
en ese suspiro encuentro la calma,
un eco que resiste al caos,
y que guía mi camino de regreso a ti.