Caer en el pozo del olvido,
sentir cómo las sombras te envuelven,
arañar la pared con las manos desnudas,
queriendo salir,
pero el eco del vacío te responde.
Mirar hacia arriba,
viendo la luz como un sueño distante.
Bajar la mirada,
escondiéndote en las sombras,
dejando que el peso del silencio
te hunda más profundo.
Dejar que todo termine
sin tomar la espada,
sin alzar la voz contra la oscuridad.
Y entonces,
una mano se posa en tu hombro.
Nadie está cerca,
pero una presencia es innegable.
Una chispa que rompe el aislamiento,
un calor que cruza la distancia invisible.
Tomas una bocanada de aire,
como si fuera la primera vez,
y la luz alrededor comienza a bajar.
No se apaga,
sino que transforma la penumbra.
Las sombras retroceden,
como si fueran solo un mal sueño.
Desaparece todo lo malo,
dejando solo lo bueno en ti.
El pozo ya no es prisión,
sino un lugar de renacimiento.
Y la luz,
esa misma luz,
te pertenece ahora.