Caminar por el largo pasillo de la vida,
cada paso marcado por el eco de mis dudas.
Chocar con el muro que bloquea mi camino,
un muro invisible,
un obstáculo que parece imposible de superar.
Quiero pasar, pero no puedo.
Ver cómo todo a mi alrededor se desmorona,
como si el mundo entero se deshiciera entre mis manos.
¿Quién soy?
Una pregunta tan sencilla para otros,
pero tan compleja para mí,
como un enigma que se escurre entre mis pensamientos.
Sumergido en una celda oscura,
el silencio pesa más que cualquier grillete.
Solo una pequeña luz llega del exterior,
tan lejana, tan fugaz,
que parece un sueño inalcanzable.
Mi único consuelo es llorar,
llorar por todo lo que se ha perdido,
por lo que nunca volverá.
Saber que todo eso reside en mi corazón
no siempre es suficiente,
porque a veces el alma necesita más
que solo recuerdos y promesas rotas.
El peso de lo que se ha ido
se convierte en una carga invisible.
Y aunque la luz brille de vez en cuando,
la oscuridad siempre regresa,
como un amigo lejano que nunca se va del todo.