En un siniestro bosque,
donde las sombras susurran secretos,
y la única luz es la de la luna,
allí te encontré,
tu figura, una silueta oscura,
a la que miraba con miedo,
pero también con curiosidad.
Nuestras miradas se cruzaron,
como dos almas destinadas a encontrarse,
nuestras vidas entrelazadas,
como raíces que se aferran a la tierra,
buscando lo que nunca pudieron hallar.
Seguridad siempre en tu rostro,
un muro de calma y misterio,
y amor en tus abrazos,
cálido, protector,
un refugio frente a los temores del mundo.
Pero había temor en los ojos de otros,
un miedo que no comprendían,
porque no sabían lo que nosotros sabíamos.
Soy la sorpresa,
la chispa que no se espera,
y tú, la obviedad,
la sombra que todo lo abarca.
Seriedad en ti,
como si el mundo fuera un juego
y tú, el jugador que siempre gana,
y amabilidad en mí,
como un faro que guía en la oscuridad.
Diferentes en muchas cosas,
pero tan unidos en lo esencial.
Queridos, comprendidos,
más allá de lo que los ojos ven,
en nuestro propio mundo,
donde lo opuesto se atrae,
y todo encaja como piezas de un rompecabezas.
Entre nosotros dos,
el miedo se disipa,
y lo que queda es solo lo que somos:
dos seres, diferentes pero completos,
y en esa diferencia,
hemos hallado nuestra verdad.